martes. 07.05.2024

La suerte estaba echada. A un trío de ases se lo jugaba todo. El cruce de miradas entre los jugadores helaba el ambiente parecido al de una niebla londinense por el humo de tabaco. Él se podía haber marchado de la partida con unos cuantos millones, pero le vencía la soberbia y la adicción a los naipes. Ciertamente, había sido un hombre con suerte en el juego, pero no tanto con las mujeres. Vivía solo y se dedicaba a turbios negocios.                       

La noche no presagiaba nada bueno y cuando se levantaron las cartas, una escalera de color le arruinó por completo. Iracundo se levantó de la mesa y con cara de póquer, nunca mejor dicho, abandonó la timba. Ya en la calle esperaba a un taxi y en el silencio más rotundo le sobrevino un infarto. Despertó en un hospital y veía borrosa la cara de un cardiólogo que le hablaba con gesto adusto: "La próxima vez puede que la fortuna no le sea tan propicia. No le aconsejo vivir al límite".

La timba
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