viernes. 03.05.2024

Se acababa de duchar, cogió una toalla y ante el espejo se peinó su cabello todavía mojado. En la puerta le esperaba su guardián, un celador, que le pondría sin oposición una camisa de fuerza. Le conducía por el laberinto del centro psiquiátrico, donde todas las noches se escuchaban gritos, gemidos, imploraciones. ¿Los motivos de su internamiento? El hombre que había perdido a su esposa aún los desconocía. Andaba con paso firme hasta una sala donde otros internos asistían a una sesión de terapia de grupo. Se sentó con displicencia y mirada desafiante.

 -Usted -le señaló el psicólogo con el dedo índice-  cuéntenos un recuerdo de su infancia.
-(Dudaba) Ahora me acuerdo: cuando el maestro me palmeaba con una regla de madera varias veces porque no me sabía la lección.

-¿Y eso le parece importante?

-No sé, otro que me viene a la cabeza es cuando robé un tebeo y la quiosquera salió como una posesa y me pateó en el suelo. Luego mi padre abofeteó una de mis mejillas.

Al terapeuta le parecían anécdotas pero la violencia había marcado su niñez. ¿Y si no estaba loco? Dependía del veredicto del sistema.

Memorias accidentales
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