viernes. 03.05.2024

En París se respira magia en cada cafetería, cada puesto de venta de libros y cada puente que atraviesa la ciudad con vistas al Sena. Desde el primer café con croissant de la mañana entiendes que las calles de la capital francesa esconden algo especial y disfrutas del paseo aun a sabiendas de que no volverás a sentir lo mismo, que el resto de edificios no desprenden esa magia, que están hechos con una brujería diferente.

¿Qué es la magia sino un engaño enfocado? Decía Jesse Eisenberg en ‘Now U see me’, o ‘Ahora me ves’, traducida al castellano, pero en inglés suena mejor, tiene otra magia. Cuando fui a París, insistí en modificar el recorrido para sentarme por un momento en el banco en el que Mark Ruffalo desvela el gran secreto que esconde el filme, y en el preciso instante en el que sonríe, por fin, asumiendo que lo que logró su compañera con él sí que fue magia. Sin brujería. De la que no necesita trucos. No sentí lo mismo. Miraba los candados sobre el puente, pero no entendí el secreto. Me faltaba algo. Tal vez el periódico, tal vez el café, tal vez la magia. 

Algo parecido debe ser lo que siente el aficionado de la Gimnástica de Torrelavega que supera los 40 años cuando toma su asiento en el nuevo Malecón. Hubo una época en la que brillaba el sol con más fuerza que nunca en Mies de Vega. Torrelavega era un sitio con magia. Había trabajo, había industria, el comercio local rezumaba fuerza como un culturista, la ciudad se llenaba de locales y foráneos. Los viernes, al cine de las Galerías Pereda, los sábados noche en el Royal y la Pista del Río y el domingo, el domingo al templo.

El domingo toca Malecón. Eso es lo único que se mantiene intacto. Menos vida social. Ni que hablar del comercio local. Y El Malecón… es diferente. Más grande, más moderno, más seguro. Pero con menos magia. La de las barras de madera y la grada al estilo Craven Cottage. Los aficionados de pie, el barro y ‘Chiligol’. Don Vicente Allende Barreda. Sin más. No hay más que añadir, es que no lo hay. Solo Chili, siempre Chili. Una magia que no se puede explicar, y eso que un servidor que escribe ni lo vivió. Pero no hace falta comprender la magia, ni ver el truco, para disfrutar. Mayo del 68. Protestas estudiantiles en París. En medio de ese ambiente nacía Vicente Allende Barreda. Por aquel entonces, todavía no era Chili. Nacido en Francia, criado en Torrelavega con su abuela. Las abuelas, esas sí que son magia. Sus primeras patadas al balón fueron en el Barrio Covadonga. El primer Chili futbolista nació igual que lo hiciera antes en París, entre calles inseguras. El París, las barricadas del 68. En su barrio -como en toda España- las sustancias. Aquella blanca ‘mujer’ de prohibido sabor que cautivó a otro genio, al Diego, y que tantas familias destrozó en la España de los 80 y los 90.

Pero el pequeño Vicente tuvo suerte porque contaba con un ángel de la guardia. Uno que lo acompaña, incluso, a día de hoy. Lejos del fútbol, del Malecón. Joaquín Herrera, o ‘Quinín’ como se le conocía en el mundo del fútbol. Con quien Vicente se desahogada, donde encontró un refugio para una infancia y una adolescencia complicadas donde solo existía un único objetivo: ser futbolista. Y sin Joaquín, seguro que no se habría hecho realidad. ¿Por qué? Magia. Hay quien la tiene, y él la tenía. Chili se hincó a marcar goles durante toda su vida. Era especial. No era el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido. Pero era el mejor. Como Lola Flores. Se le caían los goles de los bolsillos en su etapa juvenil, pero la Gimnástica se negaba a darle una oportunidad hasta que no lo hizo en categoría sénior. Fue en Preferente, en Suances. Tenía apenas 18 años y marcó 11 goles en 9 partidos para darle el ascenso al San Martín.

Jugadores con Joaquín Herrera, 'Quinín'
Jugadores con Joaquín Herrera, 'Quinín'

A aquel zurdito que no llegaba al metro setenta y que soñaba con ser futbolista, hasta el punto que desechó los estudios, le llegó la oportunidad de vestir la camiseta de la Decana. Zurdo, menos de 1.70, parisino. Estaba predestinado a entender la magia. La Gimnástica estaba en Tercera División por aquel entonces, y ni aun así confiaron en Chili, que iniciaba la temporada siendo el tercer, cuarto o hasta quinto delantero. Y qué más da. 28 goles y ascenso a Segunda “B”. Y ni con esas, confiaban en Chili. Su temporada de debut en la categoría de bronce no pudo ser peor, para todos. Chili abandonó el club de su vida enfrentado con la directiva y sin jugar, y la Decana descendió a Tercera. Tuvo que emigrar para sobrevivir, como sus padres, y firmó por el Ribadedeva de Regional Preferente asturiana. A Chili no se le caían los anillos. Dos categorías menos, habrían quien podía pensar que se pasearía, que sería como meter a Bellingham en la Kings League. Y efectivamente, así fue. Marcó 35 goles -14 más que el segundo máximo goleador de la categoría- y le dio al humilde conjunto asturiano el primer ascenso a Tercera en su historia.

Los próximos años fueron complicados para Chili, que vio en las lesiones de rodilla y la falta de oportunidades como podía llegar el fin de su carrera. Regresó a Cantabria, a Tercera, con el Santoña. Aquel año apenas pudo tener continuidad por las malditas lesiones de rodilla. Y en un año malo de Chili, 15 goles en 27 partidos y casi le da el ascenso a Segunda “B” al Santoña. Casi nada. Su carrera continuó en la zona oriental de ‘la tierruca’, puesto que su siguiente equipo fue el Laredo, donde forma una dupla legendaria con Julio Engonga. 33 goles -¿cómo?- del delantero del Barrio Covadonga no fueron suficientes para que el Charles ascendiese. Pero sí para que le llegase la oportunidad, de nuevo, de la Segunda División “B”. El destino, curioso. Se mudó a Andorra.

No fue para obtener beneficios fiscales como hacen los youtubers y los streamers hoy día, ni tampoco lo llamó Gerard Piqué. Quién sabe si el Piqué niño fue a ver al Andorra en aquella época y, sin saberlo, eligió a Chili como su jugador favorito. Corría el año ’92, Barcelona era el epicentro mundial por los Juegos Olímpicos y, a apenas unos kilómetros de la Ciudad Condal, Chili se convirtió en el máximo goleador del grupo II de Segunda “B” con 19 tantos. Llevaba tres años en Preferente y Tercera, y qué. Chili no necesitaba adaptación.

La magia de la España de 1992, de Montserrat Caballé, de los JJOO, de la Expo. Una llamada sorprende a Chili: la del Real Racing Club de Santander. Su primer año en el fútbol profesional fue complicado, de nuevo, por las malditas rodillas. Aun así, marcó seis goles en la primera vuelta. Se pierde el resto del curso por lesión, pero Jabo Irureta cuenta con él para la próxima campaña, en la cual el Racing ascendió a Primera. En cambio, Chili desapareció para Irureta por completo. Tan solo jugó un encuentro en la máxima categoría del fútbol español. Fue en la jornada 31, en un intrascendente duelo ante Osasuna. Y Chili metió dos chicharros. De hecho, ostenta el curioso récord de ser el único jugador que marca dos goles en Primera y nunca vuelve a ser titular.

Las lesiones lo apartan completamente del Racing en la 94-95 y ficha por la UD Las Palmas, en Segunda “B”. En la isla forma una dupla mágica con Juan Carlos Valerón y el conjunto amarillo logra el ascenso a Segunda División. 17 goles llevaba Chili a poco de terminar el curso, y lo sientan para que no marque 20 y no pagarle la prima. Cosas del fútbol de antes. Otros dos ‘chirlos’ en el play-off y ascenso. Su siguiente destino, el Racing de Ferrol, también en Segunda “B”. Chili quería volver cerca de Cantabria para pasar tiempo con su abuela, que estaba muy mayor. No fue una mala etapa, pero duró poco. Las rodillas y la necesidad de estar en Torrelavega, con su ‘yaya’, le trajeron de vuelta a casa. A su Malecón.

Su primer año de vuelta, en Segunda “B”: 22 goles. La siguiente, la 98-99, muy dura para la Decana, que casi pierde la categoría: 10 goles, seis de ellos a partir de marzo que suponen 15 puntos clave para la permanencia de la Gimnástica. Y llega el momento que todos estábamos esperando. 1999. Carlos Terrezas, Chili y las chanclas.

Aquel año todo salió rodado. Era un buen año para ser torrelaveguense. Óscar Freire se proclamó campeón del mundo de ciclismo en ruta y la ‘Nasti’, con Terrazas en el banquillo y Chili en el ‘prao’. No se hablaban, incluso, casi se odiaban. Pero se necesitaban. Chili llevaba 31 goles en 32 partidos ligueros y, a falta de dos jornadas para concluir la liguilla de ascenso -por aquel entonces la disputaban varios equipos- Gimnástica y Jaén lo tenían todo de cara para ascender a Segunda División. 

Con algunos ilustres como Engonga en un partido de fútbol sala
Con algunos ilustres como Engonga en un partido de fútbol sala

El cuadro torrelaveguense contaba con seis puntos -como el Jaén- y la Grama y el Ourense, con cuatro, necesitaban un pinchazo. La expedición blanquiazul iba rumbo a Cataluña y, en una parada de descanso a medio camino, con el calor primaveral apretando a un grupo de jugadores que viajaban en traje y corbata, como se hacía antes, Chili bajó del autobús en pantalones cortos y chanclas. Carlos Terrazas le insta a vestir el uniforme de viaje, y el delantero se niega. Solo ellos y sus compañeros sabrán lo que pasó en aquella estación de servicio de Logroño, pero Chili no jugó ni un minuto. La Gramanet ganó el encuentro y la Gimnástica ya no dependía de sí misma en la última jornada en El Malecón. Chili adelantó a la Gimnástica a orillas del Besaya ante la Grama en el último partido, firmando su tanto número 33 -¿cómo?- de la campaña y el empate entre Jaén y Ourense daba el ascenso momentáneo a los cántabros. Finalmente, el Jaén marcó de penalti en tierras gallegas y la Gimnástica se quedó sin su regreso al fútbol profesional 34 años después y, desde entonces, no ha vuelto a estar ni cerca. ¿Qué habría pasado si Chili hubiera jugado en Santa Coloma? Eso es fútbolficción. Pero dejar al pichichi de la categoría sin jugar, desde luego, no ha sido la mejor decisión en la carrera deportiva de Carlos Terrazas. El destino todavía le depararía recuerdos inolvidables a Chili. El partido del Camp Nou, su último gol en El Malecón en el año 2003. Pero ya nunca fue lo mismo. Ni el propio Chili, que tenía las rodillas destrozadas y se tuvo que retirar joven. De hecho, a los 34 años y tras una larga lucha, le concedieron la invalidez por sus lesiones. Ni Chili fue el mismo desde aquel ascenso frustrado ante la Grama, ni la Gimnástica fue lo mismo sin Chili. Sigue siendo socio de su Gimnástica, pero no acostumbra a ir al Malecón. Sobre todo, sin su abuela. Su pilar fundamental, que falleció al poco de su retirada. Se le fue el último pedacito de magia que le quedaba, la más pura.

Fíjense si tenía magia Vicente Allende Barreda, que jugaba partidos de fútbol sala con Quique Setién, los Engonga y compañía; y Chili era el mejor. De hecho, el Caja Segovia lo vio en el torneo 24 horas de Cabezón de la Sal e intentó ficharlo. Un equipo que llegó a ganar la Primera División de fútbol sala en la temporada 98/99. Imagínense el talento que tenía Chili. ¿Qué es la magia? Un domingo en el viejo Malecón, viendo el partido de pie. Bocata, camiseta de la Gimnástica, la buena, la de Caja Cantabria, mucho barro, poco fútbol y gol de Chili. Siempre, gol de Chili.

 

Chili, cuestión de magia
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