Una bofetada es más humillante que dolorosa porque el mensaje suele ser un reproche moral por una conducta supuestamente indecorosa y ofensiva y en el bofetón va "envuelto" el argumento.
La pena fue que no nos ocupáramos como debimos del abusón, que devino en una suerte de matón, siempre escoltado por sus esbirros, grabando sus atrocidades en el móvil, a modo de trofeo.