viernes. 03.05.2024

Este MADO ya no

La historia nos tiene demostrado que solamente cuando nos hemos ocupado de nosotros mismos con vehemencia hemos llegado a donde debíamos

Este ha sido el primero año desde que vivo en Madrid que me he acercado al pregón del Orgullo LGTBIQ+, incluso que me he ocupado en conocer el programa de actos. Vaya por delante que estoy seguro de que lo que voy a expresar no va a gustarle a mucha gente del colectivo. También que otra tanta lo utilizará para cargarse de razones en su homofobia militante. Pero así es la vida. Asumo con resignación las consecuencias de una opinión que, por demás, quien me conoce me ha escuchado muchas veces cuando hablo de este asunto.

No me gusta mucho cómo se afrontan las celebraciones en la capital. En realidad, no estoy de acuerdo en cómo se gestionan y en qué las han convertido.

La primera vez que salí en la manifestación, por el año 2000, éramos un montón de gente altamente sensibilizada en la lucha por la igualdad de derechos. La marcha era el eje central del Día del Orgullo, y la parte festiva se limitaba a un par de camiones con varias transformistas dándole a la Pantoja y a la Jurado. No había patrocinios, ni conciertos, ni carrera de tacones, ni venía gente de fuera a pasarse el día en la calle haciendo botellón. Era otro momento de la reivindicación, es verdad. Otros tiempos con otras prioridades, y en otro contexto social y político en el que lo fundamental era superar la diferencia impuesta y el rechazo, y obligar a cambios legislativos que nos reconocieran la plena ciudadanía. Era todo tan distinto que solamente se hablaba de gays y de lesbianas. 

La presión de muchos, la solidaridad de otros tantos, el compromiso cívico y político de personas como Pedro Zerolo, Mili Hernández o el presidente Zapatero, nos dieron el lugar en el que teníamos todo el derecho a estar. La Constitución no admite caminos diversos para ciudadanos iguales, ni discriminaciones que se materialicen en escalones de ciudadanía ordenados a la baja por razones arbitrarias. Caminar con la cabeza alta en una sociedad democráticamente organizada no es siempre y solamente una cuestión de orgullo. Exige de un respaldo legal que proscriba la exclusión y ayude a perseguir a los excluyentes. Sin sustrato normativo, la igualdad es un artificio. 

Pero con todo aparentemente hecho, ha cambiado el planteamiento y, a mi juicio, se ha ido perdiendo la perspectiva. El orgullo se ha convertido con el paso de los años en otra cosa. 

La calle se ha llenado de carrozas, pantalones cortos, camisetas de tirantes y fiestas de 65€ la entrada. Ahora, el orgullo es un acontecimiento mercantil en el que la manifestación es un evento más, disuelta en un jolgorio de varios días. Vergonzosamente polarizada por los partidos políticos, además, que la incluyen como parte de sus agendas partidistas, convirtiendo la necesidad del colectivo en parte de sus cálculos electorales. La reclamación más genuina se ha quedado para las provincias, mientras en la capital han convertido el MADO en un negocio de turismo nacional e internacional. El Orgullo LGTBIQ+ se mide hoy en Madrid en millones de euros de retorno por la inversión empleada en organizarlo y en cantidades diarias de gasto de quienes participan. La monetización del Orgullo se ha comido su sentido reivindicativo.

La defensa de los derechos que hemos conquistado es una obligación que exige, hoy más que nunca, la movilización permanente del colectivo LGTBIQ+. No podemos consentir ni un paso atrás en nuestro status de ciudadanía. Y la confianza no es una opción. Como no lo es tampoco esperar que otros hagan ese trabajo. La historia nos tiene demostrado que solamente cuando nos hemos ocupado de nosotros mismos con vehemencia hemos llegado a donde debíamos. También que si no damos continuidad a nuestras demandas sin distracciones, siempre aparece alguien ajeno que las hace suyas y las convierte en lo que no son.

Nunca como ahora ha sido tan real la posibilidad de retroceso en el respeto a nuestros derechos

El MADO ya no puede ser el referente principal de la lucha LGTBIQ+. Los intereses comerciales que lo rodean, la connivencia institucional con las administraciones madrileñas, que solamente se lo creen de boquilla (el pregón no pudo escucharse en toda la plaza de Pedro Zerolo porque el ayuntamiento no eximió al acto -30 minutos- del cumplimiento de los límites sonoros), el trágala de la organización para no poner en riesgo la caja, han desnaturalizado el contexto del 28 de junio. La fiesta está muy bien, por supuesto, pero hay que recuperar la calle para la lucha más cruda, en línea con lo que ya hace el "orgullo crítico".

Se aventuran malos tiempos para nuestro colectivo. Nunca como ahora ha sido tan real la posibilidad de retroceso en el respeto a nuestros derechos ni el bloqueo a nuevas conquistas sociales que mantengan la senda de la normalización. Por eso hace falta otro MADO. Por eso hacen falta más discursos, más solidaridad, más responsabilidad. Conciertos, cabalgatas y cuerpos al sol también, pero nunca por delante de lo importante, que solamente pueden ser la lucha y el compromiso. Eso o perderemos. 

Este MADO ya no
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