sábado. 27.04.2024

La Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) organiza, como cada verano, los Martes literarios, en los que un autor aborda su obra, el proceso creativo y la forma de acercarse a una historia o una nueva publicación. Ayer, 11 de julio, la protagonista fue la escritora Edurne Portela (Santurce, 1974), que presentaba su última novela, ‘Maddi y las fronteras’, una obra que, aunque parte de un personaje histórico, es una creación literaria propia, como la autora señala. Con motivo de su paso por Santander, hablamos con ella en esta entrevista en la que abordamos el modo en el que surge esta novela, la creación literaria y su mirada a los acontecimientos históricos que relata vinculados con la actualidad que vivimos.

Ha estado en la UIMP para hablar de su última novela, ‘Maddi y las fronteras’. Sé que es algo diferente a lo que ha escrito hasta ahora. ¿Qué ha supuesto para usted?

Ha sido un aprendizaje en dos sentidos. Por un lado, histórico; son los 44 primeros del siglo XX, que conozco bastante bien, pero hay material inabarcable. He tenido que profundizar más en la ocupación alemana de Francia y en las formas en las que se desarrolla la resistencia en el País Vasco francés. Es un estudio histórico más específico. Y por otro, he aprendido muchísimo del proceso creativo. Es crear a partir de una vida vivida, una vida real.

A partir de lo que podemos considerar una verdad histórica, utilizo la imaginación para completar todo ese silencio que queda

¿Cómo llega a usted la historia de María Josefa Sansberro, la mujer en la que basa su personaje?

Tuve mucha suerte. Todo lo que hay de ella en los archivos no lo tuve que buscar, me lo regalaron. A ellos les dedico la novela: José Mari Michelena y Saraitz Villaluce. Se obsesionan con la vida de esta mujer, que es de Oiartzun, como ellos, y buscan en el archivo civil y religioso todo lo que se puede encontrar sobre su vida privada, y luego en los archivos de la resistencia y los campos de concentración nazis. Toda esa información me la regalan, y a partir de eso que tenemos, que tampoco es mucho, intento imaginar quién fue esa mujer en el sentido de sus motivaciones, sus deseos, su subjetividad. Entonces, a partir de lo que podemos considerar una verdad histórica, utilizo la imaginación para completar todo ese silencio que queda cuando sacas todo eso del archivo. Fue un proceso muy bonito pero muy arriesgado éticamente. Al final es crear una voz para una persona, por eso enfatizo mucho que es ficción. Posiblemente no fue la Maggi que yo imagino.

Historiadora y escritora. ¿Qué tienen en común ambos mundos?

Tengo que matizar. Yo estudié la Licenciatura de Historia, pero mi doctorado lo hice en Literatura y Estudios Culturales. Yo nunca he ejercido de historiadora, tengo ese bagaje y tengo un respeto por la disciplina histórica muy fuerte. Parto de ese respeto y ese conocimiento, de un compromiso para no cambiar lo que sé que pasó con esta mujer, y eso se lo debo al estudio de la Historia, pero no me considero historiadora. Sí he escrito ensayo académico, que es mucho más rígido. Tiene cosas en común con la creación literaria, como la disciplina de la escritura, pero luego hay una libertad en la escritura de ficción que es imposible que exista en el ensayo.

¿Cómo encuentra el equilibrio entre los hechos y la creación de la ficción?

El respeto a los hechos lo he tenido siempre muy claro. En todo momento he tenido los documentos sobre mi escritorio para no olvidar que existen y tengo que respetarla. El equilibrio es con el proceso imaginativo, pero también con la verosimilitud de la ficción. Yo estoy escribiendo una novela, no una biografía. Tengo que crear un personaje verosímil, con voz propia. El equilibrio era entre el respeto a ese archivo y lo que el personaje me iba pidiendo. Ha sido un trabajo que no me ha permitido la libertad que he tenido en otras novelas, pero está bien, porque el ejercicio de la escritura es diferente y aprendes a escribir de otra manera.

Reconocer la subjetividad es la forma más honesta de escribir, la objetividad es imposible

A la hora de afrontar una novela como esta, ¿hasta qué punto es importante la objetividad?

No creo en la objetividad, creo que nadie lo es. Ni siquiera los historiadores que se ciñen a hechos. Cuando escribes, siempre hay un punto de vista, una subjetividad que no merece la pena negarla. Hay que abrazarla y exponerla honestamente, escribo desde aquí porque tengo estos intereses políticos, éticos, filosóficos, lo que sea. En eso hay ya una subjetividad. Incluso cuando escribo ensayo no soy objetiva. Cuando escribí ‘El eco de los disparos’, que tenía que ver con el terrorismo de ETA y la violencia que eso generó en la sociedad vasca, desde el principio digo que fui testigo de todo esto. De alguna manera, un testigo silencioso. Quiero hacer una autocrítica de lo que fue mi paso por ese periodo histórico, y voy a escribir desde ahí. Reconocer la subjetividad es la forma más honesta de escribir, la objetividad es imposible.

¿Esa subjetividad es lo que aporta un mayor peso a las historias?

A las mías, creo que sí. Si escribo pretendiendo hacer algo que creo que es imposible, sé que no voy a profundizar como debiera, y no voy a estar cómoda.

¿Cree que las heridas de la II Guerra Mundial o de la Guerra Civil se han curado?

Creo que no. La historia nunca se repite como tal, pero sí hay actitudes o ecos que nos hacen pensar que está volviendo, y es una sensación incómoda para mucha gente. Si nos produce eso es porque hay heridas que no se han sanado, y creo que tiene que ver con la memoria del fascismo, del nazismo, de lo que ahora denominamos ultraderecha. En aquellos años era otra cosa, pero partía de principios muy similares. Hay daños insuperables que provocó esa guerra terrible, e incluso antes, con la persecución y represión de ciertas minorías, a pesar de que algunos países hayan intentado procesos de reparación. Y no significa que haya que hablar desde el rencor o desde, como dice la derecha, una necesidad de remover heridas, sino desde el reconocimiento de esos daños irreparables. Y cuando no ha habido siquiera un intento de reparación, como ha ocurrido en el caso de España en la mayoría de los casos, esa herida es normal que siga abierta.

Cuando despreciamos a los descendientes de aquellos que siguen en las cunetas, estamos reactivando un dolor, ahondamos en una herida que para ellos nunca se ha cerrado. Para otros está cerrada porque han vivido muy bien los últimos 80 años. Cuando hay una disparidad en la memoria y no hay un intento, incluso humanitario, de reparar ese dolor, no podemos hablar de superación.

El conocimiento está ahí, es accesible, sobre todo ahora que hay tantas maneras de llegar a él. Me preocupa más que se conozca, se sepa, pero no importe

Se atribuye a Mark Twain la frase: “La historia no se repite, pero rima”. Usted lo acaba de mencionar de forma muy similar. ¿Ve ecos en la actualidad de todo lo que ha estudiado de ese periodo del siglo XX?

Lo veo en esas actitudes sociales de buscar el chivo expiatorio más vulnerable. Si analizamos el discurso de la ultraderecha en estas elecciones, acompañado de la derecha, que le está dando aire para que tenga su espacio, ¿a quién señala? A las personas migrantes; a las mujeres, con todo el cuestionamiento de la violencia de género; y está señalando a las minorías que se reúnen bajo las siglas LGTBIQ+. Todo eso en una sociedad en la que las mujeres no son minoría pero nunca han tenido el derecho a una vida sin violencia. Y cuando se ha planteado eso desde la estructura del Estado, se está atacando desde la violencia de género, el derecho al aborto… Una serie de derechos que, además, pensábamos que eran incontestables. Hace un par de semanas publiqué una página titulada ‘Sois basura’, en la que analizaba el cartel en el que Vox tiraba a la basura todo aquello que le parece eliminable, comparándolo con ciertas leyes nazis y con las leyes del franquismo, y cómo a través de ellas se iban eliminando a aquellos que se entendían como lacra social. Así que sí, hay ecos.

Todo lo que explica, ¿se debe a una falta de educación o de conocimiento?

Conocimiento histórico falta siempre, partimos de esa base. Creo que se debería estudiar mucho más y mejor. Pero no sé si echarle la culpa del todo a la educación. El conocimiento está ahí, es accesible, sobre todo ahora que hay tantas maneras de llegar a él. Me preocupa más que se conozca, se sepa, pero no importe. Y creo que parte del problema es ese. Ignorancia y brutos que gritan “muera la inteligencia” siempre ha habido y va a haber. Pero dentro de las miles de personas que apoyan este discurso, y veremos qué pasa el 23J, ¿cuánta gente hay que saben de lo que están hablando y no les importa? Y van a votar con alegría esa opción. Eso es lo que me estremece.

¿Tiene ya pensado su siguiente proyecto?

Estoy todavía con el actual en la cabeza, y algunas de sus reflexiones aún me ocupan mucho espacio. Cuando la novela acaba, empieza un epílogo en el que hablo del proceso de escritura y de las cosas que hemos hablado. Se me quedaron muchas cosas en el tintero porque tenía miedo de alargarlo demasiado y terminar haciendo un segundo libro del epílogo. Estoy trabajando en eso, pero no sé si lo publicaré o no. Sería en formato ensayo divulgativo, pero tengo que valorar si a la gente le podría interesar. Le estoy dedicando el verano, y si veo que tiene interés lo publico.

“Cuando no hay un intento, incluso humanitario, de reparar el dolor de la Memoria, no...
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