domingo. 28.04.2024

ENTRE ÍTACA Y TROYA

A Ítaca no se va, siempre se vuelve. Ítaca es el hogar, la patria perdida. La infancia y la madre, la familia y la pareja. En el siglo VIII a.C., Homero expresó como nadie el drama de nuestras vidas, entretejidas en un incesante ir y volver entre Ítaca y Troya. 

DESLUMBRAMIENTO

Un amanecer de verano un joven se asomó a cubierta en el ferry nocturno que comunica el sur de Italia con Patras, en Grecia. Los oscuros peñascos de Ítaca se materializaban bajo la primera luz como una aparición, rodeados por la espuma de un mar hecho vino. El chico llevaba consigo la Odisea, que leyó entusiasmado aquel verano. La imagen de la isla entre la niebla del amanecer y la lectura de Homero le harían regresar una y otra vez a Grecia tras un anhelo inexplicable. Quizás el de una patria espiritual, ese lugar con el que nos identificamos, siempre inexistente porque no puede albergar la estupidez ni la mezquindad humanas, he pensado algunas veces. Y es que, como tantos miles de hechizados por la magia helena, aquel muchacho era yo.

La superficie rocosa de Ítaca con la isla de Kefalonia al fondo
La superficie rocosa de Ítaca con la isla de Kefalonia al fondo

ODISEOS Y PENÉLOPES

Ítaca es una arista de montaña que serpentea sobre el azul del Mediterráneo. Una isla pequeña y áspera, cubierta de rocas y pedreros que dejan pocas zonas cultivables.

Han tenido que pasar más de cuarenta años desde aquella mañana de verano en que Ítaca vino a seducirme hasta ésta tarde en la que por fin pongo los pies sobre ella. No es cómodo llegar hasta aquí. Ítaca no tiene playas de arena ni es lugar para multitudes. El ferry atraca en un espigón desierto a siete kilómetros de Vathí, su pequeña capital, y no hay autobuses.

Vathí visto desde la montaña
Vathí visto desde la montaña

En el muelle me espera el taxi que pedí, conducido por un hombre afable con un extraño nombre: Rotheis.

“Sí, mi nombre es exclusivo de esta isla. Una afortunada excepción”, me dice con sorna. “Sobre todo aquí en Ítaca, llena de Odiseos y Penélopes”. 

HÉROES DE PSIQUIÁTRICO

El aprendizaje esencial de los humanos es por imitación. Así que necesitamos héroes a los que seguir. Maestros interiorizados que nos señalen cómo tomarnos la vida. Pero hace falta que sean héroes de verdad. El héroe del último cine norteamericano es un personaje enfermo. 

Los malvados han matado a su familia. Y en lugar de asumir la existencia del mal –incluso dentro de sí mismo–se inviste de una falsa pureza e inocencia que le legitimen para cargarse a todos lo que él considera absolutamente malos. Y ya no da más de sí. Soluciones simples para mentes simples. 

EL HOMBRE QUE RECHAZÓ SER INMORTAL

Ulises es un héroe mucho más complejo. Un hombre peligroso para quien se interpone en su camino. Un intrigante con una excepcional habilidad para inventar tramas que oculten su verdadero objetivo –lo que conlleva cierta ambigüedad moral– pero que nunca traicionará a los suyos. Intenta en vano librarse de su compromiso militar en Troya simulando que está loco para, finalmente implicarse completamente en la lucha. 

Estatua de Ulises en el puerto de Vathí
Estatua de Ulises en el puerto de Vathí

Como corresponde a todo héroe, sufre grandes adversidades simbolizadas en los obstáculos que Poseidón, que lo odia por haber cegado a su hijo el cíclope Polifemo, siembra en su camino. Pero es sobradamente ingenioso para superarlas. Y tenaz. Y le tienta la curiosidad hasta hacerse amarrar al mástil para escuchar el canto de las sirenas, mientras sus compañeros, más prudentes, se tapan los oídos con cera. Pero nunca abandona su objetivo: volver a reunirse con su mujer y su hijo. Despreciando incluso la inmortalidad que la ninfa Calipso le ofrece si se queda con ella. Todo un canto a la familia.

UN PALACIO TRES VECES MILENARIO CON VISTAS AL MAR

Toda Ítaca está señalada de lugares en los que se dice ocurrieron los hechos narrados en la Odisea. Una mañana de primavera que amenaza lluvia asciendo hasta la colina Pilikata en el norte de la isla, en busca de unas ruinas curiosamente llamadas La escuela de Homero. Forman la terraza inferior de un palacio habitado en el tiempo de la guerra de Troya –un suceso aún cuestionado– en torno al 1200 a.C. 

Unas escaleras talladas en la roca desembocan en la terraza superior, sobre la que enormes bloques de piedra de factura micénica se apilaron para formar edificios, reutilizados como vivienda durante los milenios posteriores. 

Desde este punto privilegiado, un verde paisaje de cultivos, vides y frutales desciende, salpicado de cipreses, hasta el omnipresente Mediterráneo. El lugar está impregnado de la potencia de los grandes mitos. Desde aquí emociona sentir que si alguna vez existieron Odiseo y Penélope –y se desea creer que así fue– vivieron entre estas paredes.

El Palacio de Odiseo, desde el que se divisa la isla y el mar
El Palacio de Odiseo, desde el que se divisa la isla y el mar

POR QUÉ VOLVIÓ ULISES

Vathí, la capital de la isla, se abre al mar desde el fondo de un estrecho golfo, con un frente marítimo cubierto de veleros. Buenos barcos, tripulados por europeos acomodados y en general entrados en años, que parecen nutrir el turismo de la isla.

Mientras deambulo entre las tavernas que se asoman al puerto, demasiado cuidadas y artificiosamente rústicas, escucho que alguien me llama. Rotheis está tomándose un descanso al modo griego: en la terraza de un Kafeneio, junto a un vaso de café frappé y con un cigarrillo en la mano. Le pregunto cómo es la vida en la isla.

“Ítaca siempre fue una isla pequeña y pobre”, me responde. “Puede decirse que vivimos entre abril y octubre, cuando hay turistas”.

“¿Qué hacéis en invierno?”

“Nada. Aquí los inviernos son muy tristes y no entra dinero. Difíciles incluso para quienes nacimos aquí”, responde. Y  luego me mira, socarrón: “No me extraña que Odiseo se fuera de Ítaca… Lo que no entiendo es por qué volvió”.

REZA A ODISEO

En Stavros, la aldea más próxima al palacio de Ulises, un pequeño museo arqueológico contiene objetos recogidos por toda la isla. Lo atiende, qué casualidad, una mujer llamada Penélope.

“Dígame, Penélope: ¿Existió Odiseo?”.

Ella elude con una sonrisa la pregunta y me habla de los hallazgos en el supuesto palacio de Ulises y Penélope y en la cueva de Louzios, donde Homero cuenta que Ulises escondió las riquezas que traía del país de los Feacios al regreso de su Odisea.

Rocas junto a la Cueva de Louzios con la playa al fondo
Rocas junto a la Cueva de Louzios con la playa al fondo

Los estantes están llenos de copas de barro y bronce. Hay cientos de recipientes de cerámica y una máscara con la inscripción “Reza a Odiseo”.

Copas de vino ofrendadas a Odiseo en la Cueva de Louzios
Copas de vino ofrendadas a Odiseo en la Cueva de Louzios

Pero no pertenecen al botín de Ulises. Son muy posteriores, del siglo IX a.C. en adelante. “En ese tiempo a Odiseo se convierte en un héroe divinizado y por tanto un buen intermediario ante los dioses”, explica Penélope. “La gente peregrinaba hasta la isla, y en la cueva de Louzios le dejaban las ofrendas aquí expuestas y le hacían sus peticiones”.

Busto de Odiseo en Vathí confeccionado a partir de una antigua moneda Itacense
Busto de Odiseo en Vathí confeccionado a partir de una antigua moneda Itacense

 
LA EDAD DE LA ESPADA, LA DE LA INTELIGENCIA Y LA QUE ESTÁ POR VENIR

La época que Homero describe en la Ilíada fue, como la nuestra, un tiempo crepuscular. No solamente por el cambio de era –y tecnología– en su caso del bronce al hierro. También porque al parecer, le siguió una crisis climática que colapsó varias civilizaciones cercanas al Mediterráneo. Entre ellas precisamente la de los héroes micénicos.

La metalurgia del bronce, en la Edad del mismo nombre, permitió la invención de la espada, un arma para el combate singular frente a los enfrentamientos colectivos de la Edad de Piedra. La Edad del Bronce abandonó una sociedad bastante igualitaria por el dominio de una aristocracia guerrera, obsesionada con el valor, la gloria póstuma y la estética de las armas. 

En la Ilíada, Aquiles representa ese ideal, ya caduco, frente a una nueva mentalidad, quizá propia de la incipiente Edad del Hierro. Una visión mucho más racional, compleja y abierta, representada por el polifacético personaje de Ulises, cuyo mensaje aún hoy nos alcanza.

El tiempo dirá si la crisis medioambiental y política que se avecina, y que también presagia un cambio de era, requerirá un héroe que la ilumine con una nueva concepción. En la que la Naturaleza recuperaría el protagonismo que merece frente a los intereses humanos. 

QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA

Un camino vertiginoso desciende desde Stavros hasta la ensenada de Polis, en la que hay una playa junto a un pequeño puerto, ya descritos por Homero. Hasta allí, nos dice en la Odisea, llevaron los feacios a Ulises en su retorno a Ítaca, y lo dejaron dormido en la playa y rodeado de regalos: objetos suntuosos de oro y bronce, junto a hermosos vestidos. 

La Odisea se cierra como un thriller. Cuando Odiseo despierta en su patria tras veinte años de penalidades, la diosa Atenea le ayuda a esconder el tesoro en una cueva anexa a la playa, que hoy se llama Louzios. También alerta a Ulises de que su palacio está tomado por un atajo de pretendientes que acosan a Penélope, y con el pretexto de que su marido está muerto le exigen que elija a uno de ellos como consorte. Ulises urde su venganza en un clímax que finaliza con el asesinato de los pretendientes en un baño de sangre.

NO ESTABA MUERTO, QUE ESTABA DE PARRANDA

No hay nadie en la playa. El batir eterno de las olas en la orilla desgarra la ilusión del tiempo y por un instante se intuye un abismo de milenios. Camino sobre los blancos guijarros hasta la cueva de Louzios, hoy semisumergida por la subida del nivel del mar. Allí se encontraron las ofrendas que hoy figuran en el museo de Stavros y, lo más curioso, unos calderos de bronce como los que la Odisea menciona que Ulises escondió en la cueva, regalo de los feacios. Pero éstos están datados en el siglo IX a.C., 300 años más tarde. Alguien quiso repetir el regalo.

Playa de Filiatro, en Ítaca
Playa de Filiatro, en Ítaca

Observando el mar comprendo que Homero nos vendió hábilmente un final demasiado feliz ¿Ulises, ese viejo zorro, no tendría dudas? ¿Nunca pensaría que al volver quizá no encontrase lo que añoraba? El poeta, astuto como su personaje, eludió hablar del desencanto de no encontrar lo que esperamos. No quiso decirnos que todo cambia y, sobre todo nosotros ya no somos quienes éramos. Que quienes nos esperan a veces dejan de hacerlo o simplemente mueren. Y cuando volvemos la imagen ansiada ya solo está en nuestros sueños. 

La nítida línea gris del horizonte marino me lo susurra: si en la realidad hubo un Ulises, no volvió. Nunca.

LO NUEVO ES EL RETORNO DE LO OLVIDADO

La Odisea es un prodigio literario. Ya apunta maneras saltándose la normal secuencia cronológica e iniciando el relato desde la mitad de su desarrollo. Le sigue una serie de historias entrelazadas y anidadas unas en otras, con saltos adelante y atrás en el tiempo. Las novedosas técnicas narrativas de la literatura y cine actuales ya las utilizaba Homero hace 2.800 años.

No es seguro quién la escribió. Se cree que durante siglos, los aedos fueron entretejiendo un conjunto de poemas sobre Troya y sus héroes que cantaban en fiestas y recepciones reales. Y que con la creación del alfabeto griego, Homero reúne y entremezcla esas historias de una forma magistral y las pone por escrito. 

A partir de ahí sus dos obras se convierten en algo así como una Biblia pagana, la descripción de una forma de ver el mundo que desde entonces ha fundamentado todas las culturas de Occidente y pervive aún en nuestros días. 

¿Quién fue Homero? ¿Una persona o un grupo? ¿O fue una mujer quien escribió la Odisea, como sostuvo Samuel Butler, hipótesis que Robert Graves noveló en La hija de Homero?

EL GRIEGO QUE NO QUERÍA SER ODISEO

Al atardecer, cuando las casas multicolores de Vathí se reflejan en el agua mansa de la bahía, un pequeño barco se acerca al puerto. Su tripulante, un hombre de barba desordenada, como todavía gustan dejársela los griegos, salta a tierra con sus capturas en un cubo de plástico.

Al atardecer, las casas de Vathí se reflejan en la bahía...
Al atardecer, las casas de Vathí se reflejan en la bahía...

Dimitrios tiene un aire a Haddock, el compañero de Tintín. Y como aquel, algo en sus gestos anticipa un carácter tempestuoso. 

Me enseña media docena de pequeños peces. “Cada vez hay menos”, se disculpa, y empezamos a charlar animadamente. Pero cuando menciono a Odiseo, sacude la cabeza decepcionado.

“¿También tú? ¿Pero qué venís a buscar aquí? ¡Odiseo es un cuento! Y esta que ves la única Ítaca ¡la de verdad!”, grita Dimitrios, inesperadamente enfurecido, así que opto por el silencio. No me sirve, porque veo que es de los que se enfadan a sí mismos en bucle, según hablan. “Y ahora, escucha:”, me mira amenazador, “He navegado por todo el mundo durante 30 años mientras mi mujer me esperaba cuidando de nuestros hijos. Cuando volví, con los ahorros construimos un pequeño hotel del que vivimos desde entonces, y que me permite salir a navegar, que es mi pasión. Esa es la realidad. Eso es Ítaca. A ver si os enteráis”.

Dimitrios me deja plantado mientras se aleja rezongando. Reprimo una carcajada. Claro que existió Odiseo. Pero no solo uno, sino millones. Precisamente Dimitrios me ha hecho caer en la cuenta de que los griegos, desde Alejandro hasta Onassis pasando por Zorba y el mismo Dimitrios, no han dejado de hacer otra cosa que viajar, innovar, colonizar y aventurarse. La viva imagen de su héroe más universal.
 

Ítaca, la isla a la que nunca se va porque siempre se vuelve
Comentarios