sábado. 27.04.2024

Juan sin miedo

Vivió el hambre, la represión, la transición, varias crisis, y los muchos zarpazos que dan la vida, pero nada tan extraño como esta situación. Recuerda lo que le contaban sus padres de la gripe de 1918, y algunas costumbres de higiene que han quedado en nuestra memoria colectiva.

Juan nació justo al acabar la guerra, le tocó pasar esa niñez de la escasez e incluso cuando la miseria era lo habitual, como no conocía otra cosa pensaba que esa forma de vivir era lo normal. Cuando una onza de chocolate era un tesoro y se comía un huevo frito los domingos. Vivía en el campo, la suerte hizo que de las tres vacas que tenía la familia dos murieran en un parto; ante la falta de medios para seguir allí, cogió su maleta y se marchó a buscarse la vida.

Llegó a una zona industrial, donde trabajó de "todo", en la construcción acarreando sobre sus hombros sacos de cemento de 50 Kg en jornadas interminables, en una huesera que cuando llegaba a casa debía dejar la ropa en la puerta ya que el olor era insoportable. Más tarde entró a trabajar en una gran siderurgia donde le "metió" un familiar, allí en los hornos vio morir a varios compañeros por accidentes de trabajo, recuerda que se metían para limpiar los hornos a temperaturas muy elevadas, al salir las suelas de la botas estaban casi derretidas, bebían litros de leche para recuperar el líquido que habían perdido con tanto calor.

Nunca tuvo mucho dinero, lo justo para ir tirando, se casó y tuvo 2 hijos Esther que era la lista de la familia, estudió medicina, el esfuerzo que tuvieron que hacer fue inmenso para poder pagarle los estudios. El otro hijo Mario, era su ojito derecho, al que le reían las gracias, un niño con una sensibilidad especial, en su juventud tenía problemas de identidad, en una sociedad tremendamente represiva, a él le decían que era el cabra loca de la familia, y en los tiempos de las drogas, "el caballo", que recorría nuestros barrios más pobres, se lo llevó muy joven. Su mujer Teresa nunca superó ese gran golpe, le dejó profundas secuelas, él siempre creyó que esta situación fue la causa de que ella también le abandonara aún joven. Esther se dedicó a la investigación y con una beca se fue a una Universidad de EEUU y allí echó raíces. Siempre quiso llevarse a su padre, pero él se resistió, dijo que no cruzaba el charco, a pesar de que era "la niña de sus ojos", lo que más podía querer. Una vez al año venía a verle, y con las nuevas tecnologías que le enseñó, eso sí con muchas dificultades, podían estar en contacto. 

Juan ingresó en una residencia municipal muy cerca de su pueblo, los primeros días fueron duros

Una vez jubilado regresó a su "tierruca", a la antigua casa del pueblo, allí se conocían todos, se sentía a gusto y seguro. Con los años las fuerzas fueron flaqueando, y un día se perdió en el monte, aquel que tantas veces había recorrido de niño, eso con algunos otros despistes fueron lo suficiente para darse cuenta que no podía seguir solo en su casa. Juan ingresó en una residencia municipal muy cerca de su pueblo, los primeros días fueron duros, pasar de la soledad a la multitud, que para él eran más de dos personas, no era fácil, pero como hombre de buen carácter, agradable al trato, de esos que tienen lo que hoy llamamos inteligencia emocional pronto hizo "buenas migas" en la residencia. 

Creó incluso un grupo que jugaba habitualmente al dominó, entre sus colegas de aventuras en la residencia está Emilio, un compadre del mismo pueblo, famoso por sus chistes interminables, decían que eran interminables porque siempre se empezaba a reír antes de terminar, y aunque no lo entendían todos se reían con él. Joaquín el maestro, eso se es siempre, muy responsable y su gran amigo allí. Pedro el nuevo, el más joven, el único que no llegaba a los 80 años, le llamaban el poeta, con todo hacía rimas. Luego estaba el grupo de las mujeres, que quizás por la educación recibida, era aquello de los chicos con los chicos y las chicas... , ellos solían decir con malicia, que por todas partes. Habían puesto motes a todos los que les rodeaban, y con sus achaques, que no eran pocos, habían convertido esa residencia en un verdadero hogar.

Vivió el hambre, la represión, la transición, varias crisis, y los muchos zarpazos que dan la vida, pero nada tan extraño como esta situación. Recuerda lo que le contaban sus padres de la gripe de 1918, y algunas costumbres de higiene que han quedado en nuestra memoria colectiva, desde ventilar las casas, hasta la importancia de la limpieza... Aquella pandemia afectó sobre todo a personas entre 20 y 40 años, se tomaron medidas que ahora tienen todo el sentido: evitar las atmósferas cerradas en cafés, tabernas.., prohibir el apretón de manos, el beso... a él le sorprendía por qué esta enfermedad se cebaba con ellos, con los mayores, 

Juan se dirigía lentamente hacia el comedor, se sentó en su lugar habitual, iba pasando el tiempo y sus amigos no aparecían. El día anterior les habían pasado el test y les separaron, ya que lamentablemente, todos habían dado positivo. Llevaba unos días que no se sentía bien, le costaba respirar y tenía unas décimas de fiebre. En el comedor les habían separado. Preguntó por ellos pero el trabajador se hizo el orejas. 

Sus amigos tenían la teoría que se querían cargar a los mayores para no pagar las pensiones

Juan estaba bien informado, era de los que se levantaba con la radio y se acostaba ella, siempre con el auricular en la oreja. Conocía la situación que se vivía, se acababa de decretar el Estado de Alarma, nunca había militado en ningún partido, pero siempre decía que si el corazón estaba a la izquierda sería por algo. Últimamente estaba mosqueado, él y sus amigos tenían la teoría que se querían cargar a los mayores para no pagar las pensiones. Volvió a preguntar al trabajador que ante su mirada de súplica no le quedó más remedio que contarle como sus tres amigos habían dado positivo en el test de coronavirus, y a ellos, pacientes de riesgo, se los tuvieron que llevar al hospital de la capital, le pareció muy raro, pero vio a Esteban, el trabajador de la residencia que tampoco tenía muy buena cara, intentó hablar con otros residentes casi por señas, pero no le aclararon mucho. 

Por la noche escuchó a la Ministra de Defensa, Margarita Robles, hablando de residencias donde habían encontrado muertos abandonados, a Juan se le estremeció todo el cuerpo. El comentarista en la radio desgranaba los datos que resultaban muy preocupantes por el número de fallecidos por coronavirus, donde el 95% superaba los 60 años.  

A pesar de que la muerte es un acontecimiento frecuente allí, pocas veces les informaban directamente, y normalmente eran los comentarios de otros residentes por los que se enteraban. Recordó que sus amigos ya no estaban allí y la tristeza envolvió su rostro, pensó que en la vida ya había hecho muchas cosas, y morir no era lo que más le preocupaba, pero era recordar a su hija y sus ojos se humedecían. La situación le parecía muy injusta, los mayores también tenían derecho a soñar con un mañana.
 

Juan sin miedo
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