viernes. 26.04.2024

Los sonidos del silencio

Lo tenemos asumido España es de los países más ruidosos del mundo, donde menos se respeta el derecho al silencio, contra la tradición mucha resignación o educación.

España es el país más ruidoso de la Unión Europea y el segundo en el mundo. Se calcula que en nuestro país cerca de 10 millones de españoles convivimos diariamente con niveles de ruido superiores a los 65 decibelios (dB), nivel máximo recomendado por la OMS, y vivimos de espaldas a esa realidad. Cuando se sufre una injusticia, se protesta, cuando alguien invade nuestro espacio, nos empuja, eso nos mosquea, cuando algo nos huele mal, si podemos, huimos del lugar de los hechos. Cuando alguien nos echa el humo de su cigarrillo le miramos con mala cara o le llamamos la atención. Ahora bien, cuando alguien sube el tono, grita, se organiza un alboroto, barahúnda, bulla, se hacen ruidos de todo tipo, e incluso se oye algún estruendo somos mucho más permisivos, la mayoría de las veces lo asumimos como parte del paisaje en el que nos toca vivir. 

Es como si se hubiera instaurado un derecho consuetudinario, el derecho al ruido, que los demás tenemos que soportar estoicamente, cumpla o no cumpla la legalidad. Está el ruido molesto, ese rumor que no cesa y te impide concentrarte en tus labores, que forma parte de la decoración en los servicios públicos de transporte, esos que cuando vas en el metro o autobús van contando sus vivencias y problemas al acompañante y a todos los que estamos unas millas a la redonda. Sin quererlo, ni desearlo, te enteras de todo lo que pasa a tu alrededor, que la prima del que está en el asiento posterior ha dejado a su novio porque era pescador nocturno.  Que los que están de pie, a tu lado, tienen un encargado déspota que la toma siempre con los mismos. De todo el historial médico del vecino casual de asiento de enfrente. Que en "Gran hermano" un melenas ha insultado al presentador y que le está muy bien ya que se creía el rey del mambo... Vamos que para intentar leer dos páginas de tu libro, o intentar conciliar una pequeña cabezada, has tenido que hacer ese esfuerzo de versatilidad tan difícil para algunos. Cuando crees que ya no pueden coexistir más ruidos en ese pequeño espacio, suena  un móvil, se escucha una voz que dice a grito pelado, "me oyes, que si me oyes..."  ¡cómo .... no le van oír! Si apaga el móvil, le oyen del otro lado del charco, y eres testigo mudo de como recita lo que este señor va a hacer durante todo el día, te preguntas ¿qué he hecho yo para merecer esta tortura?

Esos que cuando vas en el metro o autobús van contando sus vivencias y problemas al acompañante y a todos los que estamos unas millas a la redonda

Hay ruidos mucho más intensos y estridentes como esa costumbre tan nuestra de quien es el primero en desenfundar rápidamente el claxon, para incordiar, manifestar descontento o incluso celebrar la victoria del equipo del pueblo, que todo vale. Si tienes la mala suerte de que el vecino esté de obras, pues te das por fastidiado y si no siempre están los que perforan en la calle una vez al mes para la luz, el gas, la telefonía... y obras en general. Así que no te libras del estruendoso ruido del operario con martillo neumático, que lleva unos cascos para conservar algo de oído, y te dan ganas de pedirle otros para ti, ese ruido te toca soportarlo si, o también. Por no hablar de las fiestas del barrio, de la patrona, del santo del día, con cohetes y petardos. Lo cierto es que petardo y de los grandes el que los tira, el daño que hace a terceros, abuelos y niños que duermen su siesta, a animales que tiene el sentido del oído mucho más desarrollado, perros, gatos, pájaros... Luego están los sordos sobrevenidos con su música a tope, que además dan por supuesto que sus gustos musicales son universales,  le dan gas al volumen para que se escuche en todo el barrio, y si lo transportan en su coche por toda la ciudad, como aquellos que con el  megáfono en el capó, anuncian un mitin, piden el voto para su candidato, o simplemente recogen chatarra y ropa vieja.

No te libras del estruendoso ruido del operario con martillo neumático, que lleva unos cascos para conservar algo de oído, y te dan ganas de pedirle otros para ti, ese ruido te toca soportarlo si, o también.

En nuestra cultura donde el ruido viene de serie, desde la terraza del bar de abajo que tiene abierto hasta el amanecer, hasta el camión de la basura que nunca le engrasan los ejes. Hay sonidos justificados pero que también nos alarman, bomberos, ambulancias, policía con sus sirenas marcando las urgencias. En esta calle que es de todos, pero sólo algunos se hacen notar, ahí están los de las tribus de las motos o los coches trucados que pasan derrapando y escupiendo por el tubo de escape los decibelios a borbotones. Lo tenemos asumido España es de los países más ruidosos del mundo, donde menos se respeta el derecho al silencio, contra la tradición mucha resignación o educación. Decía un viejo amigo "menos mal que tenemos la cultura del ruido inscrita en nuestro ADN y no la del canibalismo porque si no nos quedamos solos".

España es de los países más ruidosos del mundo, donde menos se respeta el derecho al silencio, contra la tradición mucha resignación o educación.

Luego están los que hacen mucho ruido en todos los ordenes de la vida, aquellos que como en el parchís comen una y cuentan cuarenta, fantasmas que se les conoce sin necesidad de llevar la sábana, y que con su  tono de voz se les distingue desde lejos.  Los que hacen ruido de distracción para imponer su voluntad y no respetan, ni los derechos más básicos, ni a los que consideran diferentes.  Esos miserables que con sus chillidos intentan acallar la voz de los que consideran más débiles, violar sus derechos, e incluso apagar nuestra protesta.

Los que hacen ruido de distracción para imponer su voluntad y no respetan, ni los derechos más básicos, ni a los que consideran diferentes.

La contaminación acústica es la gran ignorada, por una falta de conocimiento del daño que produce, por la falta de aplicación de las medidas sancionadoras a quienes violan las normas,  como si éstas fueran un adorno en nuestra legalidad vigente.  En nuestro país de sainete y pandereta un 20 por ciento de la población soportamos niveles de ruido que pueden afectar seriamente a la salud. El 91 por ciento considera que la sociedad no está concienciada con la problemática del ruido. Por ello, no es mucho pedir un poco de respeto, un mínimo de cumplimiento de las normas que nos hemos dotado para la convivencia. Un poco de por favor, que voy a entregarme a los brazos de Morfeo sin necesidad de más sonidos que los del silencio.  

Los sonidos del silencio
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