viernes. 26.04.2024

No por mucho pronunciar la palabra luz se enciende la lámpara

Hagamos, por lo tanto, que en nuestro entorno más inmediato la gente pueda aprender cántabru, o al menos tenga la posibilidad de conocerlo, ya que el verdadero conocimiento nos ayuda a ser más libres.

Reza el antiguo adagio: "No por mucho pronunciar la palabra luz se enciende la lámpara". Y es que en relación y por lo que respecta al cántabru, lo que hay que señalar es que no se trata solo de desear modificarse y mejorar (por ejemplo, diciendo: "este año sí que voy a aprender cántabru"), sino que de lo que se trata es de poner los medios para ir consiguiéndolo, pues el cambio interior hay que ir poco a poco propiciándolo de momento en momento, y nada puede hacernos suponer que si hoy no cambiamos algo en nosotros, mañana seremos diferentes. No se conoce el caso de una persona que se acueste siendo avara y se despierte siendo generosa, por poner un ejemplo.

Tengamos, aparte de voluntad, también acción y recursos para cambiar nuestra actitud y comportamiento. Si esto lo logramos, el futuro del y para el cántabru será mucho más fácil y sencillo. O si se prefiere, pongámonos manos a la obra, con intensidad y esfuerzo, a favorecer nuestra lengua.

Jiddu Krishnamurti, que fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual indio-estadounidense nacido a finales del siglo XIX, y cuyos principales temas incluían la revolución psicológica, el propósito de la meditación, las relaciones humanas, la naturaleza de la mente y cómo llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global solía decir: "Solo si escuchamos podremos aprender. Y escuchar es un acto de silencio, Solo una mente serena, pero extraordinariamente activa puede aprender".

No se conoce el caso de una persona que se acueste siendo avara y se despierte siendo generosa

Un aprender con mayúsculas que decía Krishnamurti, y que quizá en los días del ahora presente se torna si cabe cada vez más difícil, cuando no harto complicado, debido fundamentalmente a la sociedad líquida (que diría el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010) por la cual ha decidido ser encauzada la presente humanidad, y que de regalo se lleva la fragmentación de la identidad, la inestabilidad laboral, la sobredosis de información sin filtrar, la economía del exceso y de los desechos, la falta de credibilidad de los modelos educativos, el fin del compromiso mutuo, y como no, el alarde exacerbado de las relaciones interpersonales fugaces.

Son pues estos unos tiempos de una fuerte ambigüedad moral, pero también de una gran crispación y enfrentamiento azuzado por intereses varios y de muy diversa procedencia y catalogación, pero que al final provocan un aparente estado de "incertidumbre permanente y una angustia patológica", tal y como señala el filósofo, poeta y ensayista José Mármol en su tesis sobre Bauman, y que lleva por título: "Zygmunt Bauman y el problema de la identidad en la modernidad líquida y en la globalización".

Y cuando sucede que la ambigüedad moral no acaba o termina por definirse correctamente, lo que al final acontece es una falta de valores (que desde una perspectiva práctica podemos definirlos como convicciones profundas que determinan nuestra manera de pensar, juzgar, sentir y actuar), que habitualmente son y se utilizan en contextos como la sociedad, la religión, la educación, las empresas, la política, etc., pero que no muchas personas se detienen a pensar y profundizar más allá y acerca y sobre su verdadero significado; ni sobre tampoco el impacto que ellas tienen sobre las vidas de las personas.

Y aunque mucho se puede discutir acerca de si los valores son o no acuerdos sociales, creencias individuales, o bien simple y llanamente aspectos esenciales e innatos del Ser, y la dificultad o no de encontrar respuestas racionales a aspectos que no los son, lo que al final subyace es que temas tan importantes y trascendentales para el ser humano como lo es el de los valores, la sociedad industrial al final e ineludiblemente los relega conscientemente a un segundo plano. Y esto es un error.

El esfuerzo individual y personal ha sido siempre imprescindible a la hora de poder facilitar el propio autodesarrollo y la búsqueda de la paz interior

El esfuerzo individual y personal ha sido siempre imprescindible a la hora de poder facilitar el propio autodesarrollo y la búsqueda de la paz interior. Autodesarrollo que a la hora de poderlo emplear para poder facilitar el aprendizaje del cántabru, no tiene por qué pasar necesariamente por la enseñada reglada y oficial en y por medio de una institución legalmente establecida e instituida, pues en el mundo actual hay y existen aún hoy (y todavía) muchas personas que no necesariamente se sujetan y circunscriben al aprendizaje de una lengua solo y a través de los canales conocidos y oficiales; ya que el ser autodidacta y explorador también a estas personas les vale y les puede servir a la hora de poder avanzar en su propio camino de autodescubrimiento de una lengua que por mucho tiempo ha estado amenazada y recluida, silenciada y anulada.

Valgan estas simples líneas para presentar al que quizá ha sido el mayor y más venerado poeta místico de la India, el gran Kabir (también conocido como Bhagat Kabir Yi, o San Kabir) quien allá por el siglo XV predicaba la unidad esencial de todas las religiones y fue crítico acerbo del hinduismo y del islam, así como sobre sus ritos sin sentido y repetición descuidada de mantras y plegarias, y quien habitualmente se dirigía a sus discípulos diciendo: "Miradme a mí, soy un esclavo de mi propia intensidad". Una intensidad que le llevaba a afirmar, por ejemplo, que "Dios es el aliento de todo cuanto respira", o que "No es necesaria la intermediación de ritos, templos o sacerdotes para poder llegar a Dios".

Ponemos aquí el ejemplo de este hombre único y singular, porque de igual manera que para poder llegar a Dios no es necesaria la intervención de instituciones o intermediarios, tampoco para aprender un idioma es necesariamente imprescindible tener que asistir a clases o colegios oficiales en donde esta asignatura algún día se pudiera impartir. Y con esto lo que señalamos y queremos dar a conocer es que si por parte de la persona existe y hay suficiente intensidad y esfuerzo autodidacta a la hora de querer y desear aprender un idioma (en este caso el cántabru) esto mismo algún día sucederá.

En el extremo opuesto están aquellos que aspiran a querer aprender un idioma sin tan siquiera querer desplegar ningún tipo de esfuerzo, como tampoco servirse de ningún tipo de técnica o método. Se olvida que incluso para estar atento, consciente y autoconsciente hay que llevar a cabo un esfuerzo de gran envergadura. Y es que nacer a otra forma o manera de ser más armónica y sabia requiere (como dirían los místicos de la India o los yogis o yoginas) de ese imprescindible y necesario sadhana que poco a poco va desenraizando las capas más gruesas y pesada de resistencias (muchas de ellas inconscientes) que a veces incorporamos a nuestras vidas de una manera equivocada, pero la mayor de las veces condicionada por aprendizajes autómatas y la gran mayoría de ellos irreflexivos.

Hagamos, por lo tanto, que en nuestro entorno más inmediato la gente pueda aprender cántabru, o al menos tenga la posibilidad de conocerlo, ya que el verdadero conocimiento nos ayuda a ser más libres, y para llegar a él, debe de haber siempre una elección consciente de los contenidos que recibimos, igual que hacemos, por ejemplo, a la hora de seleccionar nuestra comida o nuestras amistades. Deberíamos por lo tanto, a lo mejor, optar en nuestra vida por elegir más formación del carácter y quizá menos sobre información equívoca e inexacta.

En ocasiones los problemas y las responsabilidades del trabajo nos alejan de la familia, y olvidamos compartir con ellos lo único que tenemos: nuestro tiempo. Un tiempo que si lo sabemos aprovechar bien, y en favor del cántabru junto a nuestra familia, seguro que dará sus frutos; aún y cuando no seamos cántabrohablantes. Pues aunque aprendamos o conozcamos pocas palabras en cántabru, a lo mejor esas pocas palabras son ya de por sí suficientes como para inculcar en nuestro entorno más cercano e inmediato el amor por el cántabru.

No nos convirtamos por lo tanto en los prisioneros de nuestros propios pensamientos limitados y limitantes, condicionados y condicionantes. Vivamos pues una vida extraordinaria y un futuro prometedor haciendo que en nuestro entorno más inmediato la gente pueda aprender cántabru, o al menos tenga la posibilidad de conocerlo.

No por mucho pronunciar la palabra luz se enciende la lámpara
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