viernes. 26.04.2024

El fin de la Casa de los Austrias y el final de la diversidad lingüística en España

No queremos dejar pasar la oportunidad para recordar que el 6 de Diciembre se celebra el día de la Constitución española, o si se prefiere, la política del continuismo o el de la continuidad del régimen del 78 (que dura ya 44 años) y que a la postre no ha servido para que el cántabru vea por fin reconocido su estatus y su carácter como lengua (como sin embargo no ha ocurrido con otras realidades lingüísticas) que es diferente del castellano, y a la cual hay que proteger y preservar convenientemente con leyes y disposiciones adecuadas y concretas, específicas y particulares.

Tras el fin de la Reconquista en 1492 a los moros de las tierras arrebatadas por estos a los habitantes legítimos de Iberia, y tras la consolidación del reinado posterior de los Reyes Católicos, que fue la denominación que recibieron los esposos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, soberanos de la Corona de Castilla (1479-1504) y de la Corona de Aragón (1479-1516), el poder real también se reforzó en el ámbito local con la generalización de los corregidores: delegados del poder de los monarcas en villas y ciudades, al tiempo que presidían los ayuntamientos y tenían funciones judiciales y policiales. Con todo y sin embargo, en ningún momento dictaron leyes en contra del uso, o de los usos de las lenguas nacionales que entonces se daban en las Españas.

En la Corona de Aragón, y debido a que en este territorio existía una tradición política denominada “pactista”, el poder monárquico (de corte borbónico) tuvo desde siempre muchas más dificultades a la hora de fortalecerse, manteniendo siempre los aragoneses, catalanes, valencianos y baleáricos (todos ellos a su vez idiomas diferentes y diferenciados entre sí) su lengua y costumbres propias y dispares del resto de los habitantes de la Península Ibérica.

Tras los Reyes Católicos aparecerá en las Españas el breve reinado de la Casa de Trastámara: una dinastía de origen castellano que reinó en la Corona de Castilla de 1369 a 1555, en la Corona de Aragón de 1412 a1555, en el Reino de Navarra de 1425 a 1479 y de 1512 hasta 1555, y en el Reino de Nápoles de 1458 a 1501 y de 1504 a 1555.

Tras esta aparecerá la Casa de los Austrias (1516-1700), que seguirá respetando las costumbres y las lenguas nacionales de los territorios sobre los cuales ejercía esta su dominio y control. Y es que en verdad siempre se ha dicho del Imperio español que en sus dominios no se ponía nunca el sol, y no cabe duda de que ciertamente entre los siglos XVI y XVII fue el más poderoso del mundo bajo la dinastía de los Austrias, aunque bien es verdad que sería en 1810 (y ya con los Borbones) cuando alcanzó su mayor tamaño y extensión, llegando a tener más de 20,4 millones de kilómetros cuadrados con posesiones en Europa, América (sus dominios recorrían el continente de Norte a Sur casi de forma ininterrumpida), África y Asia; y en donde llegó a mantener las Islas Filipinas hasta 1898. Concretamente, los cuatro siglos que van desde la llegada de Colón a América, a la pérdida de las últimas colonias en 1898.

Alcanzó en su momento de máximo esplendor una población de 68 millones de personas y el 12,3% de la población mundial en el siglo XVII. A ello se añade que aproximadamente la cuarta parte de la Europa Occidental del aquel entonces era solar español. Un Imperio este tan espacioso y tan basto que en los siglos XVI (y también en el XVII) se acuñó la famosa frase de: “El imperio donde nunca se pone el sol”. Pues en verdad era este tan extenso, rico y variado, que siempre había al menos una parte de la tierra en donde siempre era de día.

En la Corona de Aragón, y debido a que en este territorio existía una tradición política denominada “pactista”

Esta frase ganaría popularidad durante el reinado de Felipe II de España (hijo de Carlos I, y también austracista), cuando las islas Filipinas y los archipiélagos de la Micronesia (en el Pacífico) se anexionaron también a la Corona española. Algún tiempo después (principalmente durante los siglos XIX y XX) esta misma frase sería copiada por el Imperio británico para hacer alarde de su poder y extensión, algo que en su momento, y por el contrario, jamás harían los españoles, ni tampoco su Corte.

Un Imperio español entonces tan exageradamente amplio e inmenso sobre el cual nunca se pretendió, ni tampoco se deseó cambiar una lengua por otra, pues el emperador Carlos de Gante (Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico), aparte de no hablar ni una palabra de castellano, siempre asumió el ideario de la monarquía universal que marcaría para siempre su política exterior, y que consideraba como elementales la supremacía de la autoridad imperial sobre los reyes de la cristiandad (en lo político); así como también la defensa de la cristiandad encarnada en la figura del Papa en lo espiritual.

Una ideología que marcaría para siempre la política exterior de Carlos en Europa (que por encima de todo deseaba que el continente europeo se mantuviera siempre fuerte y unido), y que no en vano le granjearía numerosos amigos, aunque también muchos enemigos. Principalmente el rey de Francia (Francisco I) y el sultán del Imperio otomano (Solimán el Magnífico), que no solo le disputarían la hegemonía europea (los franceses y sus aliados en la Europa central, y los turcos en la Europa oriental y el Mediterráneo) durante su reinado (1516-1558), sino también la posesión de otros territorios fuera del continente Europeo. Un Carlos I de España y V de Alemania que fue (y ha sido) el soberano más famoso y poderoso que ha tenido nunca la cristiandad.

La muerte sin sucesión directa de Carlos II fue la razón última que provocaría la Guerra de Sucesión Española, un conflicto internacional que duraría desde 1701 hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713, y que dejó como principal consecuencia la instauración de la Casa de  Borbón en el trono de España. Y es que en efecto, en los campos de Albacete, el Duque de Berwick (un general inglés al frente de un ejército español que defendía los derechos de un candidato francés), combatió a un ejército combinado de británicos, holandeses y portugueses dirigido por un francés (Henri de Massue), que defendía los derechos dinásticos de un austriaco. Este galimatías propio del siglo XVIII se saldó con una victoria que cambió la suerte de la Guerra de Sucesión y, con ello, colocó a los Borbones españoles definitivamente camino del trono.

Una guerra esta que evolucionaría de manera progresiva hasta convertirse con el tiempo en una guerra civil entre españoles (cuyo principal apoyo lo encontraron en la Corona de Castilla por un lado los borbones), y los austracistas por el otro, mayoritarios estos últimos en la Corona de Aragón, y cuyos últimos rescoldos no se extinguieron hasta 1714 con la capitulación de Barcelona; y ya en 1715 con la capitulación de Mallorca ante las fuerzas del rey Felipe V de España.

Y todo porque la verdadera Historia se encarga con acierto de recordarnos que la razón última por la cual vencieron los Borbones sobre los Austrias es que Austria (que en teoría era la que más interés tenía en que el pobre Archiduque Carlos fuese Rey de España), antepuso erróneamente sus intereses inmediatos a los de la guerra; lo que como luego se ha demostrado sería un gran error para Austria en los siglos venideros.

De hecho, Viena consideraba que su área de influencia estaba en Hungría, los Balcanes y, sobre todo, en la Italia española. Hasta la Primera Guerra Mundial, una de sus máximas estratégicas fue la salida al Mediterráneo. Por tanto, Austria dejó que el Archiduque Carlos dependiera completamente de la ayuda británica, que esperaba una victoria rápida y no quería una guerra muy cara. Los británicos pidieron a cambio al Archiduque Carlos que una vez en el trono les diera todas las ventajas y concesiones comerciales para hacerse con el tráfico mercantil con América. En este sentido, y como dependían completamente de los británicos, el Archiduque recibió unas tropas y un dinero procedente de Gran Bretaña por vía marítima, generando unos problemas logísticos y unos costes más elevados que los que pudo tener Felipe V. En tercer lugar, el Archiduque Carlos dependía de unos territorios (como son los de la Corona de Aragón) que en gran medida se aferraba a sus privilegios medievales, y a esa tradición pactista de negociar con el Monarca a cambio de tropas y de dinero. En resumen, el Archiduque no podía reclutar tropas con la facilidad que tenía Felipe V en Castilla.

Para la Monarquía Hispánica las principales consecuencias de la guerra fueron la pérdida de sus posesiones europeas y la desaparición de la Corona de Aragón, lo que puso fin al modelo “federal” de monarquía, o “monarquía compuesta” de los Habsburgo españoles, que siempre dieron libertad al pueblo (ya fuera este bávaro, gallego, siciliano, flamenco, bereber, luxemburgués, quechua, tagalo, etc.) para hablar y expresarse en la lengua que ellos consideraran que era la más adecuada para su normal desenvolvimiento; y como personas sujetas solo a una única autoridad divina, superior y espiritual.

El 3 de Octubre de 1700 un enfermo rey Carlos II firma el testamento que pone fin a la dinastía de los Austrias en España, pasando desde entonces la corona al futuro Felipe V de Borbón: Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV (llamado “el Animoso”), y nacido este en Versalles, (Francia) en 1683, y luego muerto en Madrid (España) en 1746.

Lo cierto es que desde la llegada de los Borbones a España todo no han sido sino desgracias y lamentos de y para las lenguas nacionales españolas (y no españolas) frente al imperialismo borbónico (o afrancesado), que como norma tiene y siempre ha llevado a bien en los genes el acabar con cualquier tipo de particularismo e identidad nacional que no sea “la suya” y la “oficial”, para luego entregar ese “sustento” a otras potencias o entidades extranjeras; lo cual ha sido siempre muy del uso y costumbre propia del borbón. Y es que si tuviéramos que traspolarlo a la actualidad, estos Borbones no serían sino los actuales representantes del Globalismo más depredador y anulador con los que nos podríamos encontrar hoy en día en la actualidad más cotidiana del “andar por casa”.

A raíz de la llamada “Tercera Restauración Española”, que comienza en 1975 con el rey borbón Juan Carlos I (1975-2014), y que continúa en la actualidad (y hasta nuestros días en la figura de Felipe VI), varias lenguas nacionales ibéricas han conseguido restablecerse gracias al empuje y al tesón en lo político de muchos actores y factores; si bien otras (como el cántabru) aún no han logrado todavía alcanzar la categoría de oficialidad como se esperaría y se desearía.

Y es que los Borbones (la monarquía amasa fortunas), a parte de su afición desmedida al robo y al adulterio, también lo han sido siempre a las mentiras y a la manipulación, como es propio y característico de la casa de la cual proceden. Al robo, pues como se sabe sobre el emérito (sin mérito al que ya no invitan al superaniersario de la Constitución, y al que protege “la corte del rey” de algunos partidos políticos en la mesa del Congreso de los Diputados con su palabra mágica llamada “inviolabilidad”) pesan diversas investigaciones y causas sobre trapicheos varios destapados en una conversación de Corinna Zu-Wittgenstein con el siniestro comisario Villarejo: el cobro de presuntas comisiones ilegales por el AVE a La Meca, una supuesta fortuna escondida en Suiza, propiedades en Marruecos, amnistías fiscales... y quien sabe que más.

El cántabru aún no ha logrado todavía alcanzar la categoría de oficialidad como se esperaría y se desearía

La por ejemplo investigación del rotativo neoyorquino The New York Times, mantiene que el emérito pudo haber aceptado regalos y comisiones en nombre del Gobierno español, llegando incluso a recibir “yates, una casa en una isla y automóviles de lujo”. Fortunas las de Juan Carlos I que son fruto de sus “negocios” con los países del Golfo, donde se calcula que estas no son menos de los 3.000 millones de dólares. Y es que la falta de transparencia siempre ha sido una constante en la llamada monarquía española, pues conocemos por prestigiosas publicaciones norteamericanas (como Forbes) que el patrimonio del emérito puede cifrarse en esa cantidad, aunque solo el bonachón sabe lo que tiene escondido por ahí.

 Y al adulterio, porque como muy bien se encarga una vez más de recordárnoslo la Historia (y a poco que uno tenga acceso a una biblioteca pública), el por ejemplo rey fumador y putero Alfonso XIII (conocidas son las inversiones económicas de Alfonso XIII en la industria cinematográfica, por las que se sabe que el conde de Romanones llevaba a su señor películas pornográficas escondidas en una maleta, cuya producción encargaba a la Royal Films de Barcelona), ese al que llamaban “el Africano”, y que sería rey de España desde su nacimiento en 1886 hasta la proclamación de la Segunda República Española (el 14 de Abril de 1931), o el mismo que hacía trampas en las apuestas de los galgos y tenía halitosis, y una vez el barman Emile del Hotel París de Montecarlo le puso su nombre a un cóctel hecho con ginebra y dubonet; o sea el abuelo del emérito rey Juan Carlos I, y también gran adúltero (1975- 2014), mantuvo una larga relación secreta con la actriz Carmen Ruiz Moragas (“la Borbona”) a comienzos del pasado siglo de la que nacieron dos hijos, y a los que finalmente terminaría alojando junto a la madre en un palacete suyo cerca del Palacio Real con cargo al erario público.

Aficionados han sido los Borbones siempre a las mentiras y a la manipulación (y a las pruebas nos remitimos), cuando por ejemplo decía el rey borbón Juan Carlos I de España el 23 de Abril de 2001 lo siguiente: “(…) a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano (…)”, a lo que habría que replicar a este perjuro (así juró Don Juan Carlos de Borbón el 22 de Noviembre de 1975 su proclamación como Rey de España ante unas Cortes preconstitucionales que aún lloraban al “generalísimo” Franco: “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”) también lo siguiente:

El 29 de Junio de 1707 el rey Borbón Felipe V ordena a través del Decreto de Nueva Planta la abolición de los antiguos fueros propios de los reinos y condados de la Corona de Aragón, y por lo tanto, extiende la organización administrativa del Reino de Castilla y el uso del castellano a estos territorios; siguiendo de esta manera el modelo centralista de los Borbones franceses.

En Valencia, por ejemplo, se optó por implantar el absolutismo, siendo así y de esta manera como las Cortes no se volvieron a convocar nunca más, concediéndose a algunas poblaciones el derecho de asistir a las Cortes castellanas; convertidas así estas en Cortes del Reino. Por otro lado desaparecieron todas las instituciones representativas, incluso a nivel local. Se modificaron los mecanismos de elección de los gobiernos municipales, y el municipio pasó a ser elegido por un corregidor militar; pasando el rey a designar a los regidores y a los corregidores.

Los regimientos fueron ocupados por la nobleza o las oligarquías, al tiempo que las competencias de los municipios fueron reducidas drásticamente. Se suprimieron también las leyes que impedían incrementar la fiscalidad. Y así, y con la abolición de los fueros, el sistema fiscal pasó a ser el mismo que en la Corona de Castilla.

Aficionados han sido los Borbones siempre a las mentiras y a la manipulación

En 1717 Felipe V, en su “Carta del Rey a los Corregidores” estipula sobre y acerca de la aplicación del Decreto de Nueva Planta lo siguiente: “Pondrá el corregidor el mayor cuidado en introducir la lengua castellana, a cuyo fin dará providencias más templadas y disimuladas para que se note el efecto sin que se note el cuidado”. Y en la Real cédula de Carlos III, de 23 de Mayo de 1768 se dice: “(...) Para que en todo el Reyno se actúe y enseñe en lengua castellana. (...) y a este efecto derogo y anulo todas qualesquier resoluciones, o estilos, que haya en contrario, y esto mismo recomendará el mi Consejo a los Ordinarios Diocesanos; para que en sus Curias se actúe en lengua castellana”.

“Finalmente mando, que la enseñanza de primeras Letras, Latinidad y Retórica, se haga en lengua castellana generalmente, donde quiera que no se practique, cuidando de su cumplimiento las Audiencias y Justicias respectivas”.

La Real cédula de Carlos III, de 10 de Mayo de 1770 señala claramente lo siguiente: “Por la presente ordeno y mando a mis Virreyes del Perú, Nueva Granada, Nuevo Reyno de Granada..., que cada uno de la parte que respectivamente le tocare, guarden, cumplan y ejecuten, y hagan guardar, cumplir y ejecutar puntual y efectivamente la enunciada mi Real Resolución (...), para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas, de que se una en los mismos dominios, y solo se hable el castellano, como está mandado por repetidas Reales Cédulas y Órdenes expedidas en el asunto”.

El 11 de Junio de 1926, Alfonso XIII, decreta lo siguiente: “Artículo 1. Los maestros nacionales que proscriban, abandonen o entorpezcan la enseñanza en su escuela del idioma oficial en aquellas regiones en que se conserva otra lengua nativa, serán sometidos a expediente, pudiendo serles impuestas la suspensión de empleo y sueldo de uno a tres meses”“Artículo 2. En caso de reincidencia podrá acordarse su traslado libremente por el Ministerio de Instrucción pública y Bellas Artes a otra provincia donde no se hable más que la lengua oficial, en localidad de igual o menor vecindario”.  “Artículo 3. Si se tratase de escuelas de primera enseñanza públicas o privadas, cuyos maestros no estén comprendidos en lo dispuesto en los anteriores artículos, podrán ser clausuradas temporal o definitivamente”.

En “Aproximación a la Historia de la Lengua Española. Capítulo 9º. El español después del Siglo de Oro. XVIII y XIX”, podemos leer esta muy interesante aportación:

“Durante el siglo XIX se continúa con la política de centralización y unificación lingüística del Estado iniciada por los Borbones durante el siglo anterior. Se rechaza la diversidad lingüística, ya que se considera que ésta obstaculizaría la difusión del conocimiento y el progreso. Desde principios del XVIII en la Península, y desde 1770 en las colonias, queda establecido que sea el español la única lengua que se utilice en la enseñanza y en la administración. Las diversas constituciones que se promulgaron a lo largo del siglo XIX hacen caso omiso de la realidad multilingüística del mundo hispano, dando ya por supuesto que la única lengua de uso es el español aunque a veces (y para que no hubiera confusiones) las nuevas leyes y normas promulgadas seguían insistiendo en que fuese el español la única lengua utilizada”.

“No obstante, y a través de este nuevo marco legal, las nuevas ideologías del siglo XIX (regionalismo y nacionalismo) impulsarán el desarrollo de las otras lenguas peninsulares. En esta labor de desarrollo inicial tuvo especial importancia el proceso de escolarización y alfabetización llevado a cabo por el Gobierno central. Y aunque la escolarización se hacía en español, el hecho de poder leer y escribir sirvió para que la tradición oral de las otras lenguas peninsulares pudiese ser documentada y así conservada y difundida”.

“Otro elemento esencial fueron los “juegos florales”. En estos concursos se premiaba las mejores composiciones en poesía o prosa escritas en la lengua propia, lo cual consiguió (al ser eventos públicos muy participados) no solo que se revalorizase la lengua propia, sino también que las diversas variantes existentes tendiesen hacia una mayor uniformidad, de manera que fuesen entendidos (y así premiados) por un mayor número de participantes”.

“Los juegos florales fueron instaurados en el 173 a.n.e. en Roma. Estaban dedicados a la diosa Flora, y en ellos se celebraba el esplendor de la primavera. Según algunos historiadores estás fiestas tenían un carácter marcadamente licencioso”.

“Los juegos florales con carácter de concurso literario aparecen en Francia y España, ya en la Edad Media (1300). Durante el siglo XIX se organizaron a lo largo de toda la geografía española con tres premios mayores a las poesías presentadas sobre temas patrióticos o regionalistas, religiosos y amorosos. El premio al mejor poema patriótico fue el que dio carácter nacionalista/regionalista a los Juegos, especialmente en zonas como Galicia y Cataluña. A estos tres premios se añadieron otros menores para trabajos históricos, económicos, etc.”.

“La segunda mitad del siglo será la época de “resurgimiento” para el gallego, catalán y vasco. Las tres lenguas, que en los siglos anteriores próximos habían quedado limitadas a lenguas de comunicación, se convierten en lenguas de cultura y ciencia con literatos y filólogos como Rosalía de Castro, Curros Enríquez y Eduardo Pondal (para el gallego); José Manterola, José María de Iparaguirre, Luciano Bonaparte (para el vasco); y Jacint Verdaguer, Joan Maragall y Eugeni d’Ors (para el catalán)”.

“Este resurgimiento es posible porque en España, a diferencia de Francia, no existían posiciones jacobinas que defendiesen a ultranza la centralización lingüística (español para todo y para todos). La burguesía moderada no defendía el uso del valenciano, por ejemplo, oponiéndose al nacionalismo del español, sino que defendía el uso del valenciano culto (renaixença de guant) frente al valenciano popular o vulgar (renaixença d’espardenya)”.

“Este proceso de revitalización y normalización de las otras lenguas peninsulares culminará a principios del siglo XX con la creación de las correspondientes academias de la lengua (Real Academia Galega, 1906; Institut d’Estudis Cataláns, 1907; Euskaltzaindia, 1918)”.

La consejería de Educación del Gobierno de Cantabria tiene profesionales y personal adecuado, y además suficientemente capacitado como para poder incluir en los textos escolares de nuestro alumnado otra visión no “copiada” y no “trasladada” desde el ministerio de Educación del Gobierno de España, que en última instancia (y para entendernos) dicta desde Madrid cual y como debe de ser “la línea a seguir” en lo que respecta a la educación que se imparte a día de hoy en los colegios e institutos de nuestras aulas e institutos.

La consejería de Educación del Gobierno de Cantabria tiene profesionales y personal adecuado, y además suficientemente capacitado como para poder incluir en los textos escolares de nuestro alumnado otra visión no “copiada” y no “trasladada” desde el ministerio de Educación del Gobierno de España

Y esto así no debe de ser, ni tampoco tiene porque prolongarse por más tiempo de esta manera, pues han sido innumerables las veces en las que se ha reclamado al Gobierno de Cantabria (tantas veces gobernado por regionalistas y socialistas) una mayor intervención y asistencia a la hora de dar prioridad y preferencia a la Historia y a la realidad de nuestra tierra sobre la de España, y sin por ello tener que desmerecer a esta última.

Contar la verdad y solo la verdad en lo que respecta a la Historia de Cantabria, aportando conocimientos y espacio, tiempo y recursos, debe de convertirse en una prioridad, y también en una urgente necesidad si no queremos ser progresivamente anulados y absorbidos por “cuentilisqueros” (cuentistas) y tergiversaciones interesadas y siempre politizadas que anulan y anularán para siempre nuestra especificidad y unicidad, si no se remedia con prontitud nuestra verdadera realidad como entidad política y social claramente dispar, distinta y diferenciada de las demás.

Una realidad que en última instancia también pasa por difundir el cántabru entre nuestro pueblo y sociedad, al tiempo que también prestar la suficiente escucha, atención, seguimiento y apoyo a esta nuestra otra modalidad lingüística y cultural. Una realidad diferente y variable a otras de nuestro entorno más inmediato, pero con las que no obstante también compartimos similitudes y coincidencias que siempre es bueno respetar y considerar. 

No queremos dejar pasar la oportunidad para recordar que el 6 de Diciembre se celebra el día de la Constitución española, o si se prefiere, la política del continuismo o el de la continuidad del régimen del 78 (que dura ya 44 años) y que a la postre no ha servido para que el cántabru vea por fin reconocido su estatus y su carácter como lengua (como sin embargo no ha ocurrido con otras realidades lingüísticas) que es diferente del castellano, y a la cual hay que proteger y preservar convenientemente con leyes y disposiciones adecuadas y concretas, específicas y particulares.

El fin de la Casa de los Austrias y el final de la diversidad lingüística en España
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