Si de algo presume Cantabria es de sus más arraigadas tradiciones que, consolidadas como seña de identidad de la comunidad más verde de España, sobreviven en un mundo mayoritariamente tecnológico. Y es que todavía existen albarqueros de los de toda la vida, esos artesanos de la madera que diseñan y fabrican el calzado rústico más peculiar e identificativo de los pueblos cántabros. Artistas que no esconden su arte y lo pasean por las ferias de la región para acercar a todo el mundo una profesión que no debe ser olvidada.
La albarca cántabra, calzado rústico de madera de una pieza, permitía aislar el pie de la humedad del suelo y era utilizado principalmente entre los campesinos. Se trata de un oficio de antaño que requiere de un don y una maña especial, y por ello solo muy pocos han sido capaces de heredar este arte de sus padres y abuelos. Además, este calzado de madera tiene su propio argot, trasladado de generación en generación a lo largo de cientos de años. Solamente para nombrar las diferentes partes de la albarca se emplean hasta nueve vocablos que es importante saber. A la parte superior delantera se la conoce como pico; la curva frontal es el papo; la capilla es la zona delantera superior que cubre los dedos; y la boca se trata de la abertura de la albarca por donde se mete el pie. Mientras, se llama flequillo al rebaje que bordea la boca por la parte superior; la cavidad interior que ocupa el pie se conoce como casa; y el calcañar es la parte trasera. Además, los tres tacos inferiores para colocar los tarugos -suplemento de madera que se coloca en los pies de la albarca y que se va reponiendo cuando se desgastan- reciben el nombre de pies.
Para convertir la madera en una obra de arte primero hay que darle a la pieza una forma parecida a la que será la albarca con la ayuda de un hacha, así como el diseño de la suela. Con esta herramienta hacen una especie de esbozo. Después, se pasa a azolar, que consiste en modelar con más detalle la albarca con una herramienta llamada azuela. A continuación es el turno de crear la casa, el hueco donde irá el pie, con los barrenos y la legra. Finalmente se iguala la superficie exterior para lo que los antiguos albarqueros utilizaban la resoria, una chuchilla de acero con dos asideros laterales y que algunos hacen de un dalle viejo. También utilizan un cuchillo que normalmente se hace de una navaja de afeitar. Para concluir se lija y se barniza.
Tras este complejo proceso, llega el turno del diseño, la única parte donde tiene cabida la innovación. Flores, hojas, conchas, muescas y figuras geométricas, cada albarquero tiene sus modelos y sus señas propias, y la imaginación también juega un papel fundamental.
Las ferias que recorren Cantabria permiten llevar unos oficios que parecen ya olvidados por todos los rincones de la región y dar el valor que se merece a quienes con tan solo sus manos dan vida a un trozo de madera y devuelven a la comunidad a sus raíces.