Tengo la inmensa suerte de haber vivido de cerca las tres últimas décadas del panorama folk, folk fusión y músicas de raíz en Cantabria. Primero, como público, en aquellos históricos festivales de los años 90s, como el Galerna Folk de Ubiarco, el festival de los Pueblos del Norte en Cabuerniga o el Magosta Folk de Castañeda. Fiestas inolvidables con un gran carácter cántabro, cultura autóctona que ponía en valor todo el patrimonio musical, etnográfico y lingüístico de esta tierra.
En la década del 2000, llegaron los frutos de bien sembrado los años anteriores y tanto bandas, con grandes músicos en sus filas, como Fiestas de Prau emergían a cada instante, prácticamente todos los fines de semana del verano podías asistir a eventos donde la cultura cántabra estaba muy presente y que, por supuesto, contaban con gran afluencia de público de todas las edades.
A partir del 2009, tuve más fortuna aún y empecé a frecuentar estos ambientes pero esta vez desde encima del escenario con Cambalúa, el proyecto en el que participaba. Yo provenía del rock underground y el punk con circuitos bastante precarios, con más ilusión que medios y cual fue mi sorpresa al encontrarme un panorama tan consolidado, con buenos cachés y mejores recursos, algo impensable para los circuitos rock que yo conocía. Recuerdo que al comentar esto con otros músicos, me decían que esto era posible gracias al apoyo institucional y a las subvenciones públicas, que sin estas, las músicas de raíz no tendrían competencia con otros géneros de influencia anglosajona o con la música comercial.
Pocos años después lo pude corroborar cuando, tras sucesivas crisis económicas, estos apoyos escasearon
Pocos años después lo pude corroborar cuando, tras sucesivas crisis económicas, estos apoyos escasearon. Los eventos de este tipo fueron desapareciendo junto con muchas bandas y con ellas, el respetable que las seguía. Los caches bajaron y muchos de aquellos grandes músicos pasaron a dedicarse a otras actividades, supongo, impulsados por la necesidad de satisfacer sus precarias economías.
Las músicas comerciales volvieron a ocupar nuestras plazas, siempre con el apoyo y la difusión de radios, televisiones y de la publicidad. El folk y las músicas de raíz quedaron relegadas a escasos espacios donde las nuevas generaciones no encontraron su lugar, sin que se produjese una renovación, ni de creadores, ni de público.
Hoy en día, ya inmersos en la era digital, la tendencia de los últimos años no ha variado. Solo un pequeño número de festivales sobrevive en precarias condiciones y los proyectos musicales basados en nuestra cultura autóctona se pueden contar con los dedos de las manos. Salvo excepciones, se demostró que sin apoyo institucional, nuestras músicas son devoradas por la vorágine de tantas y tantas propuestas existentes, que cuentan, por lo general, de más espacio en todo tipo de plataformas, y que el público joven engancha antes con otros géneros con más difusión.
Espero sinceramente que estas músicas vuelvan a gozar de los apoyos necesarios para recuperar un espacio de privilegio y que se produzca la regeneración necesaria para que nuestra cultura popular vuelva a llenar plazas y praus y que los creadores decidan apostar por estos estilos que nos conectan tanto con nuestras raíces.
Algo igual de enriquecedor como necesario.
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