jueves. 02.05.2024

Viajar, 1955

Pasar unos días en el Madrid de la relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor, es para cualquier 942 caro, tortuoso, incómodo, desalentador y pesado

Cantabria es infinita. Bueno, era, porque el nuevo gobierno regional ha aprovechado el Año Santo Lebaniego para cambiar el eslogan y contar al mundo que en Cantabria "el camino continúa". No se sabe bien qué camino y a dónde, pero ahí está la actualización del lema, muy en la línea de la derecha de mezclar lo humano con lo divino y darle al discurso clerical y eclesiástico un espacio en lo público que no tiene por qué tener. El caso es que los nuevos dirigentes territoriales, a la vanguardia siempre del marketing y de las ideas que generan discurso intelectual, apuestan en lo turístico por una idea de movilidad que no se aplican para la ciudadanía. El camino de cualquier cántabro para salir de Cantabria, pongamos que para disfrutar de las cañas y la libertad de Madrid sin cruzarse con un ex, es una tortura. Si Alfonso XIII resucitara y tuviera que volver a casa después del veraneo en Santander, no percibiría apenas diferencias.

Coger un autobús es una aventura aburrida y cara en términos de comodidad y eficiencia

La conexión por carretera entre Aguilar de Campoo y Burgos por la N-627 sigue parada desde que la crisis se la llevara por delante. Dos parches de una decena de kilómetros con treinta glorietas es todo lo que ha mejorado. Que tampoco es tanto, porque ya no queda a mano ni el bar de carretera de La Cañada. La reducción del tiempo de viaje en coche o en autobús de esa obra es tendente a cero minutos. A este ritmo, antes se verán otros dos Escoriales construidos que esa autovía terminada.

En esta tesitura, coger un autobús es una aventura aburrida y cara en términos de comodidad y eficiencia. El sistema franquista de concesiones de rutas no permite la competencia, y ese es el caldo de cultivo ideal para que las empresas de transporte de viajeros tengan los servicios hechos unos zorros. ALSA, por decir una al azar, además de irse comiendo poco a poco a sus rivales para quedarse con todo el pescado, lleva y trae como cuando se creó en 1923. Que tampoco el transporte en bus da para mucha mejora más allá de ofrecer wifi, enchufe para cargar el móvil y parar 10 minutos en Burgos para ir al baño. A veces, hasta conseguir todo junto es un milagro, que coger la camioneta sigue siendo coger la camioneta.

Volar es cosa de ricos. Desde que Ryanair cerró los viajes a Madrid para centrarse en sacarle subvenciones al gobierno regional para rutas con el extranjero, exigiendo el todo o nada, y de que el gobierno se dejara engañar como los pasajeros con los rascas y los perfumes a precio de Andorra en 1980, es más barato comprar un avión que un billete a la capital. La engañifa de que tener destinos a Londres, Milán o Roma convierte Cantabria en paraje turístico transnacional ha quemado el argumento de que Madrid también se lo merece. Así que la única compañía que opera con la capital le saca los dos ojos y un riñón al que pretender viajar volando. Cosas de la oferta y la demanda, el mercado, y la corta y provinciana visón de la administración regional, embobada porque Parayas salga en los mapas de aeropuertos internacionales. A cambio de precio de aceite de oliva, y de dejar en nada las oportunidades internas.

Renfe no escatima esfuerzos por cobrar la misma mierda más cara siempre que puede, incluso dando peor servicio

Y el ferrocarril, oh el ferrocarril. Revilla, que cada vez que habla con el palurdo de Motos de lo que está bien y de lo que está mal en España parece que acabará de volver de Atenas de aprender democracia, hizo del puñetero tren una bandera de sus legislaturas. Sin que sirviera de nada, claro está, porque lo único que ha visto la línea Santander-Madrid con tanto cacareo ha sido el paso del tiempo. La catenaria se sigue cayendo, los convoyes se siguen parando y el trayecto ocupa el mismo tiempo. A más pasta por billete, eso sí, que Renfe no escatima esfuerzos por cobrar la misma mierda más cara siempre que puede, incluso dando peor servicio. A partir de mayo, el trayecto de las 2 sale media hora más tarde de Santander, llega a Madrid  a las 7 en vez de a las 6 y cuesta 10€ más. Quizá el sobre-coste sea por los 30 minutos muertos de risa que hay que tirarse en Valladolid para un transbordo. El tren a  Cantabria, entre AVEs, altas prestaciones y la madre que lo parió, ha sido un espejismo alimentado por una promesa incumplida, y sin visos de serlo.

Total, que pasar unos días en el Madrid de la relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor, es para cualquier 942* caro, tortuoso, incómodo, desalentador y pesado. Como en 1955, pero en color y sin el fielato ni los guardias de asalto en las estaciones revisando maletas y cestos de mimbre. Que a este ritmo, cualquier día...

(*942 es una delirante y fantástica acepción para los santanderinos ideada por Teresa Gareche, mucho más acogedora y divertida que la de STV, y a la que me rindo plenamente. Yo soy 942)

Viajar, 1955
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