miércoles. 24.04.2024

Santander al final del túnel

Gema Igual no tiene perspectiva, ni visión ni programa. Dirige Santander como si fuera un pueblo de 3.000 habitantes de los que es amiga de todos.

Después de muchos meses de trabajo y casi 4 millones de euros de coste, la alcaldesa de Santander ha reabierto el antiguo “túnel del tren de Pombo”. Y lo ha hecho como lo hace todo ella, con esa gradilocuencia pretenciosa de quien se imagina estar dando un salto en el tiempo hacia el futuro cuando en realidad está dando una voltereta hacia el pasado más cutre. El túnel tiene goteras, y por las paredes se escurre el agua de las filtraciones. Parte de un sitio incómodo y llega a otro igual de inoportuno. Y no lo veo yo una atracción turística diferencial para la ciudad, que es con lo que se justifica el gasto, como si de Japón o de Canadá fueran a visitar Santander sólo para recorrerlo y hacerse fotos. Si estaba en desuso seguro que era por algo, por mucho que la alcaldesa haya creído que recuperarlo era una idea estupenda, y barata.

Santander no está en manos de los mejores, ni mucho menos, y el avejentamiento de sus costuras y de sus rutinas sociales lo pone de manifiesto

Gema Igual no tiene perspectiva, ni visión ni programa. Dirige Santander como si fuera un pueblo de 3.000 habitantes de los que es amiga de todos. La ciudad y la alcaldía le vienen grande, y a golpe de falta de imaginación y de pueblerinadas, ha convertido Santander en una ciudad rancia y cateta. Más rancia y más cateta. Tampoco tiene equipo. Trabaja rodeada de gente al límite de la mediocridad con el mismo sentido de la cercanía popular y la misma falta de creatividad que ella. Santander no está en manos de los mejores, ni mucho menos, y el avejentamiento de sus costuras y de sus rutinas sociales lo pone de manifiesto. Cuánto mejor partido le sacaba a todo Gonzalo Piñeiro y su gente, que además ganaba las elecciones con soltura porque sabía de verdad lo que querían los vecinos.

Llevo viviendo fuera de Santander 10 años, y cada vez que regreso para ver a mi familia me parece que no me he ido nunca. Está todo tal cual estaba, y lo que es nuevo no lo parece porque Igual lo ha puesto en marcha ya viejuno. La ciudad parece una marquesa viuda venida a menos (o un marqués, no se me echen encima con feminismos) que envejece fatal entre naftalinas, pomadas para la artrosis y cafés con amigas tan arrugadas como ella, que así es como la trata el gobierno municipal. Les faltan horizontes de modernidad y una idea asentada del porvenir, y les sobra esa añoranza tan provinciana de lo que Santander fue tiempo atrás y se resisten a dejar de lado porque se creen que la hace diferente al resto. Ni siquiera a la hora de copiar aciertan, porque plagian mal, en barato y lo que no encaja. Cada ciudad tiene su idiosincrasia, y la alcaldesa y sus ministros no la conocen. El travestismo a base de parches al que han sometido al municipio no tiene en cuenta su historia, ni a sus gentes, ni su devenir en estos tiempos difíciles, y por eso está abocado al fracaso y al ridículo permanentes.

El año que viene hay elecciones, y Santander se la vuelve a jugar, en el filo de la navaja. Seguro que Gema Igual, que en realidad es alcaldesa por accidente, piensa con absoluto convencimiento que lo ha hecho tan estupendamente que ha de tener la oportunidad, esta vez sin herencias de por medio, de seguir haciéndolo. Es lo que tiene vivir en una fantasía paralela a la realidad, que no se hace pie. También la soberbia de creerse mejor, pero no estoy convencido de que Gema tenga siquiera de eso. De tan sencilla que es, políticamente hablando claro, alguien podría pensar que es simple. La ciudad, que como decía José Hierro no quería morir sola, que no la abandonaran, no se merece seguir arrugándose al son de las ocurrencias de una pandilla de incapaces que la tienen secuestrada en lo peor del siglo XIX.

Santander al final del túnel
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