jueves. 25.04.2024

Sale gratis, caballero

Los que defraudan son unos cabrones con pintas en el lomo que, encima de no pagar, se quejan porque los servicios públicos que se sostienen con esos ingresos, y que usan a tope porque "faltaría más", no tienen la calidad suficiente.

España es un país de fulleros y de chorizos. Desde el Lazarillo de Tormes no hemos dejado de perfeccionar cómo dársela con queso al ciego. Y a la Seguridad Social, a la Hacienda Pública y a cualquier Administración que gestione los fondos colectivos. Poder trincar o defraudar y no hacerlo es, directamente, del género tonto. Además, falta la percepción de que se está cometiendo un delito. La mayoría de la gente piensa que estará feo, pero al fin y al cabo es coger de lo tuyo, que no tiene nada de malo. Total, levantarle la pasta al Estado, a un Ayuntamiento o a la Agencia Tributaria no es matar a nadie, y quien lo consigue sin que le pillen acaba siendo un héroe en el barrio, en el trabajo o en la tasca de la esquina. Y si le atrapan es que se ha perpetrado una injusticia, y no hay derecho.

La viña del Señor tiene aves de rapiña que confunden lo suyo con lo común y que deciden llevárselo caliente sin preguntar

Hacienda no somos todos, ni mucho menos. Siempre hay espabilados que cuando toca declarar hacen una magia para que les salga a devolver, aunque lo hayan ganado a manos llenas. Son los malabaristas de las deducciones, las reducciones y los ingresos no sujetos. Gente de bien que presume de ser emprendedora, moderna y solidaria porque regala ropa en la parroquia, que si puede poner lo que compra a nombre de su suegra dependiente, mejor, que desgrava. En cualquier caso, estos quinquis tan españoles no llegan a la altura de los quince o veinte canallas multimillonarios que tenemos de conciudadanos que se embolsan cantidades indecentes de euros, que se quejan de lo que aportan para que esto funcione, y que hacen trampas para que sea lo menos posible. Ni tampoco de los cuñados que cada vez que se abre la temporada del IRPF tienen una retahíla de trucos infalibles, e imposibles de entender, para no pagar un duro, que suenan raro y que tampoco ahorran tanto. Cada uno con su estilo, los que defraudan son unos cabrones con pintas en el lomo que, encima de no pagar, se quejan porque los servicios públicos que se sostienen con esos ingresos, y que usan a tope porque "faltaría más", no tienen la calidad suficiente.

Tampoco los fondos públicos los gestionan siempre los más honestos. La viña del Señor tiene aves de rapiña que confunden lo suyo con lo común y que deciden llevárselo caliente sin preguntar. Ojo, que la mayoría de las veces la caja de caudales la vigila gente honrada. No me cabe ninguna duda. Pero tampoco la tengo del daño que hacen a la idea de honestidad general del funcionariado esos mangantes que sin recato alguno cobran mordidas, se autoconceden ayudas o toman prestado de un presupuesto para sus cosas sin intención de devolverlo. Una firma en un expediente puede ser la llave para una bolsa de basura con billetes usados de 50 o unas vacaciones en Cancún. Que le pregunten si no al señor ese de las carreteras en Cantabria. Claro que por cada mangante como este, que pone la mano para su parte del pago, hay otro que hincha facturas para conseguir lo que no se merece. Se juntan el hambre con las ganas de comer, pero adelgazan el fondo que financia las cosas de todos y la confianza popular.

Y todo sale gratis. Porque al final al cuñao le castigan con una multa que encima no paga, al listo de las deducciones no le pillan porque Hacienda anda liada persiguiendo autónomos, y al de las carreteras después de los días de trullo siempre le quedará el dinero a buen recaudo en Luxemburgo. Así hasta la siguiente vuelta de la noria, que traerá pasajeros distintos en la barquita de la estafa y el camelo, que gira y gira y gira haciendo siempre el mismo jodido recorrido circular.

Sale gratis, caballero
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