Pedro (Sánchez)

Desde que sacó a Rajoy de la Moncloa, el presidente es el eje central de un proyecto político tan bien diseñado y con tanta suerte en su ejecución que debería estar en los manuales de ciencia política

Cuando Pedro Sánchez se canse de aguantarnos y salga por patas. Cuando el diálogo y el consenso para la gestión de lo público beneficiando a todos se queden en el cajón en el que los esconden los que no creen en la democracia como sistema de convivencia. Cuando un patán como Feijóo, que representa lo peor de la derecha en particular y de la política en general, asuma las riendas del país. Cuando tipos como Aznar, Esperanza Aguirre o Díaz Ayuso sean los que le marquen el discurso al ejecutivo del PP y sus objetivos políticos. Cuando la concreción de los ideales de libertad, igualdad y justicia se deje en manos de burócratas que forman parte del sistema gracias a selecciones un tanto dudosas. Cuando todo eso pase, se parará el tiempo y regresaremos sin remedio a 1975, sin Franco pero rodeados de franquistas. Y echaremos de menos a Pedro.

Sánchez es como el Papa, infalible porque lo dice él, pero sobre todo porque lo dicen los demás.

El presidente Sánchez es una máquina de la política, un fenómeno que ha forjado su leyenda de superviviente con una estrategia personal tan evidente que no se preocupa en desmentir cuando las derechas se la echan en cara. Asociar su futuro al del país, y viceversa, ha sido una genialidad que ha explotado con acierto, creando un estado de cosas a su alrededor que saca de quicio a la oposición posfalangista porque es tan sólida, y tan irreverente, que hasta tiene nombre propio. El sanchismo, como el felipismo en los 90, define una forma de actuar en política, una manera individual de comportarse excluyente de cualquier idea de equipo, que mantiene el pulso a su alrededor de manera absolutamente monolítica y cerrada. Pedro Sánchez es una construcción de liderazgo hiperventilada que le tiene como único referente, sin sucesores, sin adjuntos, sólo apoyada en incondicionales y en un discurso de alimentación singular e inalienable que le convierte en la única alternativa posible para el avance del país. Sánchez es como el Papa, infalible porque lo dice él, pero sobre todo porque lo dicen los demás.

Sánchez camina contoneándose embutido en trajes azul claro y corbatas finas, sonriendo, con las manos en los bolsillos, como un millonario de toda la vida entrando en un club de campo o de regatas. Entiendo que hasta eso saque de quicio a sus oponentes, que cuando hablan de él ponen la cara crispada de los que sienten que les usurpa lo que les pertenece por derecho de clase y de nacimiento. El presidente actúa dando importancia a lo que él cree que la tiene, que son los ciudadanos (y probablemente un poco su supervivencia), y prestándosela poco a las sandeces oportunistas de Feijóo y su pandilla de mediocres. Sánchez no es un orador brillante, porque sus discursos tienen mucho trabajo de marketing electoral, pero el aplomo que demuestra cuando habla, el mismo que el de las fotos en el Falcon con las gafas de sol, compensa cualquier carencia, que a la postre es mucho menor que la de sus contrarios. El presidente es un top one porque los de enfrente están abajo del todo de la tabla.

Los últimos años no se entienden sin Pedro Sánchez. Desde que sacó a Rajoy de la Moncloa, el presidente es el eje central de un proyecto político tan bien diseñado y con tanta suerte en su ejecución que debería estar en los manuales de ciencia política. Es verdad que ha ganado elecciones, algo siempre de resultado incierto, y que el demérito constante de sus adversarios ayuda mucho. Pero no lo es menos que Sánchez ha sabido trazar un plan muy conveniente para España, incluso para sí mismo, que le está dando buenos resultados en ambos sentidos. Explotar la radical divergencia de visiones entre él y los demás sobre la democracia, la justicia, el sostén social del Estado, la economía o el desarrollo cultural de la sociedad, y penalizar la construcción intelectual que la derecha hace de todo ello, le ha convertido, a la vez, en el héroe de la izquierda socialista y en la bestia parda de esa misma derecha franquista. Hoy por hoy, no hay recambio para Sánchez, sea eso tan bueno o tan malo como parezca, y por muchos quinquenios de reflexión que se hagan.
 

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