sábado. 27.04.2024

Otra más

La elecciones tienen una suerte de efecto motivador en todas las formaciones políticas que les dura hasta que empieza la liga, llega agosto y el verano, o se avecinan las Navidades. La autocrítica no está entre las costumbres de los que nos gobiernan o nos quieren gobernar.

Elecciones pasadas, todos contentos (Garzón -IU- y Herzog -UPyD- no, los pobres). Que si los ciudadanos han votado cambio, que si nada va a ser igual, que si ahora tiene que haber diálogo (antes debía ser que no hacía falta, que con poner un par encima de la mesa era suficiente), que si nos vamos a esforzar por dar a los españoles lo que necesitan (esto es como decir que mi gata baila charlestón los domingos por la tarde), que si la abuela fuma, que si el abuelo bebe... Entre risas que dan la risa, aplausos de loca borracha a las seis de la madrugada, 'presidente, presidente', y banderas de plástico azules, rojas y amarillas, los aspirantes nos han ventilado para otros cuatro años. Ahora tocan las componendas y los repartos (la mesa, las sillas y los dineros de mamá), pero eso es cosa de ellos, que nosotros no sabemos y lo mismo nos liamos de mala manera.

La política es una burda tragicomedia con las elecciones como el acto central de una tomadura de pelo sin solución de continuidad

La elecciones tienen una suerte de efecto motivador en todas las formaciones políticas que les dura hasta que empieza la liga, llega agosto y el verano, o se avecinan las Navidades. La autocrítica no está entre las costumbres de los que nos gobiernan o nos quieren gobernar. Ni el propósito de enmienda, que se les pierde cuando recogen los restos de fiesta del día del recuento, 'y a otra cosa, mariposa'. De las reuniones de análisis y balance, que les llevan días porque tienen que afinar mucho el discurso de estar bien porque el de enfrente está peor, salen con declaraciones de salón de palacio, apelando a principios de ida y vuelta, negando pactos, apostando por sí mismos, e interpretando con total impunidad el sentir de los que votamos, leyendo números y limpiándose el culo con todo lo demás. Así es la política, una burda tragicomedia con las elecciones como el acto central de una tomadura de pelo sin solución de continuidad.

En España, los partidos no tienen 'sentido de Estado'. Ni sentido común, ni vergüenza. Se acuerdan de los electores los dos meses antes de los 15 días del paripé de la campaña, nos atormentan con mentiras que saben que sabemos que son mentiras, nos confunden con promesas que saben que sabemos que no cumplirán, y después de haber metido la papeleta en la urna, se ponen a los suyo, que es pasar de nosotros y hacer lo que mejor les venga para seguir y mantenerse. Y no es que no aprendamos, y en las siguientes elecciones salgamos en tropel a las calles a exigir el cambio o el fin. Es que se aprovechan del alto valor que le da la ciudadanía a la democracia, y el respeto con el que tenemos asumidos sus principios, esos que nuestros representantes se fuman mientras nos miran desde sus poltronas bebiendo coñac y acariciando a un gato. Así es esta vida, y así estamos. Hasta la siguiente.

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