jueves. 02.05.2024

Bendita paciencia

La inacción complaciente es el caldo del cultivo del desastre social. Y precisamente de esa cándida actitud se aprovechan los malnacidos que tienen algo que ver en la ecuación

La paciencia es un don muy loable, y una virtud del todo angelical. Quienes han sido agraciados con ella me son dignos de la más insana de las envidias. Especialmente en estos tiempos de estupidez subvencionada y de imbéciles por millares en cada esquina. De pura soberbia que tanto me adorna, que dicen algunos de los envidiosos que tengo en mi haber, cada día soporto menos a más gente, y menos cosas. Y tanto que me importa, en realidad. A medida que uno se hace mayor, a poco que siga cultivando la inteligencia y el buen gusto, no podrá dejar de apreciar que cierta dosis de inquietud en la vida resulta muy prudente para sobrevivir. Y esa inquietud es absolutamente incompatible con la bendita paciencia.

Por cada persona paciente que puebla la tierra hay un canalla que hace el agosto a su costa

Sin ánimo de generalizar, entiéndaseme, los pacientes son gente peligrosa. Muchas veces, esa capacidad de esperar sin alterarse lo que de verdad esconde es indolencia. Resulta mucho más cómodo sentarse a ver qué pasa, si es que pasa, que hacer algo porque pase. La inacción complaciente es el caldo del cultivo del desastre social. Y precisamente de esa cándida actitud se aprovechan los malnacidos que tienen algo que ver en la ecuación. Por cada persona paciente que puebla la tierra hay un canalla que hace el agosto a su costa. Incluso un canalla que directamente fomenta la expectativa, porque en ella está su ganancia. Que se lo digan si no a los mierdas de los políticos que nos gobiernan, que nos tienen en una noria del día de la marmota prometiendo a todo que mañana, como en el chiste del que pregunta en casa que cuándo van a comer pan de hoy. La paciencia es la grieta del sistema por el que se cuelan sin remedio aprovechados y manipuladores.

De todos modos, tampoco la impaciencia descontrolada es un buen ingrediente para un buen funcionamiento societario. Los impacientes suelen errar en la perspectiva, y tienden a mostrarse insolentes a la hora de hacer propuestas. La madurez de pensamiento es un valor añadido en la búsqueda de soluciones a los problemas que padecemos, creados casi siempre a partes iguales entre los que ven la vida pasar, los que la quieren adelantar y los que desde arriba se descojonan del panorama que ellos mismos generan. Ya se sabe, que entre todos la mataron y ella sola se murió.

El caso es que en estos tiempos convulsos de creatividad para salir adelante más bien escasa, de ideas que llegan muy justas a lo útil y de experimentos prácticos de convivencia que valen para cualquier grupo de seres vivos, ni la paciencia como virtud ni la impaciencia como defecto ayudan mucho a que el Titanic grupal en el que viajamos a un futuro incierto no se acabe hundiendo en la profunda sima del fracaso colectivo. Aguardar confiadamente  a que los fuegos se apaguen solos, o inquietarse nerviosamente porque nadie los apaga, son la misma cara de la sobada moneda que se impone hoy en día como pago por formar parte del grupo.

Habré de decir, por si acaso, que conozco excelentes personas que tienen la paciencia como actitud ante la vida, a las que quiero muchísimo, y que también esperan mucho del circo que nos rodea, pero sin hartase pronto como yo. En ellos se trata de una cualidad finamente cultivada para arrostrar más fácilmente las consecuencias de subsistir. También conozco algún impaciente con tres dedos de frente. Pero en ambos casos, pocos, muy pocos, y que me tienen cogida la medida del traje. Les perdono la actitud porque sé que, en el fondo, sufren tanto como sufro yo.

Bendita paciencia
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