sábado. 27.04.2024

Ábalos

Ábalos es a la organización lo que su colega Koldo a las corruptelas: el modelo zafio de cómo dirigir e imponer entre risas, cigarrillos, corbatas flojas y cubatas

Cuando yo militaba en una conocida formación política de izquierdas, había un tipo en uno de los órganos de decisión al que apodé el aceitero. Que también podía pasar por representante de ferretería de los años 50 del siglo pasado. En ambos casos, de aquellos que tenían el comercio en los pueblos, a los que iban con asiduidad para colocar sus mercancías, y en los que eran tan conocidos como el cura, el boticario o el sargento de la guardia civil. Mi compañero de partido era de esa gente campechana, un poco vulgar, fanfarrona, arrogante y muy autosuficiente, que de haber sido aceitero o ferretero habría tratado a los parroquianos como si fueran medio tontos, y a los que hubiera vendido el aceite o los tornillos por más de lo que valían, colocando a la fuerza producto y precio, y haciendo lo imposible para evitar la competencia. Mirando a los demás por encima del hombro, con las manos en los bolsillos y el pecho hinchado como un pavo, pontificando, y dando golpecitos en la espalda para reafirmar y reafirmarse, pretendiendo ser el mejor situado en lo suyo y con más contactos.

Ábalos siempre me ha parecido tal cual. Y ahora que Koldo le ha dejado en pelotas, más todavía. Un tipo con pinta de pendenciero de los que delegan la bronca, poco sofisticado argumentando, primario para imponer lo que necesita, y muy fiel a sus secuaces hasta que dejan de serle útiles. A un tío como Ábalos, con el poder en una mano, ejercerlo con la otra directamente o por medio de comisionados le pega mucho. Como haber sido secretario de organización, que es un cargo donde las sutilezas y el diálogo constructivo no son precisamente el hilo conductor de las decisiones que se toman y se aplican. Ábalos es a la organización lo que su colega Koldo a las corruptelas: el modelo zafio de cómo dirigir e imponer entre risas, cigarrillos, corbatas flojas y cubatas.

El show indecente del caso Koldo ha sacado a Ábalos de esa comodidad de jubilado que sigue trabajando bien colocado

El show indecente del caso Koldo ha sacado a Ábalos de esa comodidad de jubilado que sigue trabajando bien colocado. La política otorga esos premios con la generosidad del pago a los servicios prestados. La ruindad del choriceo de su mercenario le ha obligado a dar explicaciones, en las que ha caído en la simpleza de hacerse la víctima en un escándalo del que tiene toda la culpa sin necesidad de que se le haya quedado pegado nada entre los dedos. Cuando a un elemento como a Koldo se le patrocina desde abajo, se hace uno responsable de todas sus fechorías. Dejaré para la justicia que se ponga nombre y castigo a la implicación de Ábalos en las tropelías de Koldo y los suyos, si la hubiera, pero está claro que no puede pretender hacer pío pío y ponerse de perfil. Eso de que es un pobre señor, sin secretaria ni chófer, que se ha llevado un disgusto al enterarse de que unos malvados que correteaban a su sombra se lo han llevado caliente no cuela.

Cuando alguien promociona a un colega y lo cubre de posibilidades, tiene que vigilarlo. De cerca, con más diligencia que a un extraño, porque con sus acciones va el propio prestigio. Y los políticos, que disparan con pólvora del rey, más que nadie. Aquí no vale lo de que cada uno es dueño de su destino, ni lo del libre albedrío ni el yo pensaba que era honesto. Ábalos ha salido huyendo hacia adelante sin moverse del sitio, y eso es poco digno en su oficio. Si ha tenido estómago para enchufar a un compadre como Koldo, debería tenerlo para admitir como propias las consecuencias del desastre. Porque no se trata de ser inocente del delito que Koldo y los demás Koldos de la banda hayan podido cometer. Se trata de ser decente y arrostrar el resultado de haberse puesto en la vera a un sinvergüenza. Hay que saber estar a las duras y a las maduras, a las tuyas y a las de los que llevas de la mano. 

(Dedicado a mi hermano Alejandro por hacerme ver que si para Koldo había un artículo, Ábalos no podía dejar de tener el suyo)
 

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