martes. 19.03.2024

Ojalá me tenga que tragar lo escrito

Sin duda, el independentismo catalán es una de las mayores mentiras jamás contada.

Sin duda, el independentismo catalán es una de las mayores mentiras jamás contada.

Parte de falsedades primordiales, y no alberga en sí ni un gramo de grandeza, porque sólo obedece a intereses garbanceros.

Es la creación falsaria de una alta burguesía local, cuyo objetivo está centrado en controlar social y económicamente su territorio sin injerencias exteriores.

Bajo un pretendido romanticismo, propio del siglo XIX, una nueva izquierda, muy poco cultivada, se ha puesto, en el siglo XXI, al servicio de la causa, y ello por no leer, entre otras cosas “Los nacionalismos contra el Proletariado”, un conjunto de artículos de un tal Carlos Marx y de Federico Engels, que de levantar la cabeza, sin temor a equivocación, tildarían de “fascistas” a los servidores de nacionalistas con carnet de izquierda.

El independentismo catalán es la creación falsaria de una alta burguesía local

Nos encontramos ante una ficción, caminante contra la Historia, que se ha desarrollado exponencialmente en los últimos 40 años, gracias a la abstención de populares y socialistas, que han cambiado su “mirar hacia otro lado”, por un bienestar coyuntural, a plazo fijo, normalmente de cuatro años.

Stanley G.Payne lo acaba de explicar muy bien, indicando certeramente cuál es el motor de arrastre de la otrora culta Cataluña hacia el fango de la mendacidad y la sinrazón, y al fin conseguir contaminar a la mitad de la población, caída en la mayor emboscada intelectual vista desde la época de la Alemania hitleriana.

Precisa Payne que “ha habido un proceso de reeducación y extorsión fundamental de la Historia”. Y así ha sido, un auténtico tributo a Goebbels, la reeducación de un pueblo, y ello en interés de una minoría selecta, a través de la escuela, de la TV y demás.

El Ministro de Propaganda de Hitler logró convencer al pueblo alemán de que varias falsedades históricas eran verdad, y sobre todo, lo más esencial, les inoculó la consciencia de la irresponsabilidad.

Esto funcionó entonces, y ahora también en Cataluña. Se basa en que tienes un problema, sobre todo económico, pero, he aquí la liberación personal, tú no eres responsable del problema, ni tu gobierno inmediato, todo es culpa de otros. Para Goebbels, los culpables eran los judíos, para el secesionista catalán, los españoles.

Todo el mundo está predispuesto a caer en la trampa, que te convierte en irresponsable de tus propios problemas, te hace la vida más fácil, y enfoca tu odio a un enemigo determinado.

Nos encontramos ahora, dada la desesperación de los dirigentes nacionalistas catalanes, que les ha llevado a concatenar error tras error, ridículo tras ridículo, pasando de lo épico a lo patético en cuestión de minutos, ante una oportunidad histórica.

Me temo que desaprovecharemos la ocasión de paliar el daño producido por la omisión de los inquilinos de La Moncloa, donde se han ido relevando, durante cuatro décadas, gentes que han supeditado el interés nacional al de su partido.  Ahora critican, merecidamente a Rajoy, tanto Felipe González como Aznar, pero deberían estar calladitos, lo mismo que Rodríguez Zapatero, que en esta cuestión no han sido mejores que el actual Presidente, el cual se ha llevado el honor de ver florecer ante sus narices el árbol mimosamente cuidado y regado por él mismo y sus antecesores. Todos ellos han traicionado a los catalanes que querían seguir siendo españoles, a los cuales dejaron a su suerte bajo una dictadura social oficializada por el poder político local, bien alimentado desde el Estado.

Llevamos cuarenta años de diálogo repetitivo, el de un “dame esto y aquello, que si no te pido la independencia”. Pues bien, ya te han formulado la independencia, el juego se acabó.

Si no queremos ser un cero en la Historia, debemos arrancar de las garras nacionalistas la Educación, que actúa como una lluvia fina, desde los 7 años hasta los 18, inculcando memeces y odio a lo español, más que amor a lo catalán, y además garantizar que el Estado nunca más desaparecerá de Cataluña, y que será activo en contrarrestar la falsificación de la realidad y de la Historia, y en impedir que nadie sea señalado por ser español en Cataluña, del mismo modo que nadie debe ser señalado por ser independentista, que al fin de al cabo no es una enfermedad incurable.

Me temo que un artículo 155 de 55 días de duración va a ser un parche inútil

Me temo que un artículo 155 de 55 días de duración va a ser un parche inútil. Ojalá tenga que tragarme lo acabo de escribir, lo cual haré, no sólo gustosamente, sino con gran alegría, y con orgullo y satisfacción eméritos.

Obviamente, en 55 días sólo cabe la campaña electoral de la gallarda convocatoria electoral, pero eso no es garantía de éxito. Pueden volver a gobernar los independentistas, sin mayoría de votos, pero sí de escaños, o lo más probable es que la Alcaldesa de Barcelona, la equidistante exacta, sea, a través de sus diputados, aunque sean sólo dos o tres, la jueza de la contienda, ayudada por un sinuoso Pablo Iglesias, cuyo destino parece ser el de hacer honor a su nombre y acabar cayendo del caballo.

Estos dos, pretendiendo ser la nueva política, son unos clásicos, y si se cumple el vaticinio, procurarán, y fácilmente conseguirán reeditar un típico de la Historia de España, el Abrazo de Vergara.

Ya saben, los carlistas estaban derrotados y hundidos, y el ejército liberal era obvio que ya había ganado la contienda, pero se produjo el pasteleo, una paz regalada, un abrazo que ignominiosamente preservó la supervivencia hasta nuestros días, del privilegio foral vasco, ese perenne insulto a la modernidad, a la equidad, a la justicia, y a la igualdad. Ojalá me tenga que tragar lo escrito.

El abrazo llegará en forma de referéndum pactado (curioso neoconcepto), de pacto fiscal a la vasca, de chollo en la financiación autonómica, o de que hemos de pagar todos los días un café a Cataluña en aras a una “paz perpetua”, que durará entre los ocho y diez años que le lleve al sistema educativo lanzar a la calle el suficiente número de chavales mayores de 18 años en edad de votar independencia.

Si no ganan las elecciones los que estén dispuestos a garantizar la libertad, cuya lucha hoy está en la resistencia al nacionalismo, o si después de todo lo ocurrido y sufrido, los separatistas logran una retribución, un pago, una ventaja, por pequeña que sea, como premio por su pulso al Estado, mejor será desistir, entregar la cuchara, y reconocer que los españoles somos el pueblo más fácil de manosear del mundo, el único que soporta la discriminación por razón de su lugar de nacimiento o de residencia, el único que soporta que le chuleen en su propia casa, el único que es servil ante el abuso, el único que se vanagloria de vivir en su singular régimen, el de la Dictadura Democrática de la Minoría.

Ojalá me tenga que tragar lo escrito
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