jueves. 28.03.2024

El precio de hormigonar el campo

El territorio no es un bien privativo de quienes ahora respiramos, es un recurso que compartimos con la historia, un crisol en el que se mezcla el sudor de nuestros abuelos, el orgullo de nuestros padres y los anhelos de nuestros hijos, las acciones que se ejecutan sobre él son irreversibles por lo que cualquier acto ha de ser meditado para que nuestra irresponsabilidad no borre la memoria que contiene y termine con la esperanza que alberga.

Decía Oscar Wilde en el siglo XIX, que todo el mundo conoce el precio de todo pero nadie el valor de nada. Este pensamiento que el autor dedicaba a los habitantes del Londres victoriano es perfectamente trasladable a los habitantes del Parlamento cántabro, muy diestros en poner precio a cualquiera de las fincas de esta nuestra comunidad, pero incapaces de saber el auténtico valor del verde de nuestros prados.

Precio y valor no son palabras sinónimas y, aunque la diferencia de significado pueda ser sutil, el gobernante ha de ser consciente de ella. El precio no es más que una cuantía económica que un vendedor espera recibir por un producto al deshacerse de él, pero el concepto valor es mucho más amplio y en el caso de los terrenos rústicos trasciende a los interesados en la transacción económica afectando a todo el colectivo. El precio es simplemente una tasación monetaria, pero el concepto de valor tiene otras muchas derivadas. El valor, además de monetario, puede ser histórico, puede ser paisajístico, puede ser estratégico y lo más importante, el valor puede ser futuro y vender el futuro a precio de presente no parece una jugada inteligente.

El precio es simplemente una tasación monetaria

En los despachos de la santanderina calle Alta hay plena unanimidad en sacar adelante una ley del suelo que redunda en la idea de llevar el urbanismo de las urbes al ordenamiento de los pueblos. Un error de bulto que convierte a esta ley en una peligrosa herramienta con la que se pone precio, pero se resta valor al escaso suelo productivo que tenemos en Cantabria.

Fomentar la construcción en suelo rústico afecta al precio inmediato de las parcelas, es posible que a corto plazo alguien de el pelotazo de su vida vendiendo una finca rústica a precio de urbana ¿pero los legisladores para que están? ¿para pensar en el corto plazo y favorecer el pelotazo del cacique local? ¿o tal vez su función sea garantizar el futuro del colectivo?

El territorio no es un bien privativo de quienes ahora respiramos, es un recurso que compartimos con la historia, un crisol en el que se mezcla el sudor de nuestros abuelos, el orgullo de nuestros padres y los anhelos de nuestros hijos, las acciones que se ejecutan sobre él son irreversibles por lo que cualquier acto ha de ser meditado para que nuestra irresponsabilidad no borre la memoria que contiene y termine con la esperanza que alberga.

El precio a pagar por hormigonar los campos no son los escasos euros del justiprecio que recibe el ganadero de la mies de la Pasiega, el precio lo pagan las generaciones futuras a las que negamos el acceso a los recursos productivos que ofrece nuestra tierra. Hoy nuestros pueblos se vacían pero no se vacían porque nuestros campos sean yermos y se sequen las cosechas ¡no! Se vacían porque Cantabria jamás ha hecho una reconversión agraria capaz de suplir a la ganadería en declive. Se vacían porque jamás se ha apostado por un plan forestal  que recupere el valor que siempre tuvo nuestra madera. Se vacían porque Cantabria siempre tuvo políticos, pero jamás estadistas capaces de pensar en lapsos superiores a los cuatro años.

La ley del suelo que se plantea en Cantabria es un ejemplo más de la falta de pensamiento futuro, nuestros dirigentes incapaces de dar porvenir a nuestro medio rural piensan en él como una extensión del medio urbano, una suerte de gran urbanización donde los urbanitas tengan una segunda residencia con vistas a los molinos. La ley que están perpetrando es una anomalía que no tiene cabida en Europa. Mientras allí se apuesta por proteger el suelo aquí se sueña con sellarlo. Mientras allí redescubren el valor de la producción agraria aquí se abandona en pos del maná papardo. Mientras allí se piensa a largo plazo aquí se piensa en la siguiente cita electoral.

La ley del suelo que se plantea en Cantabria es un ejemplo más de la falta de pensamiento futuro

Sr. Revilla, Sr. Zuloaga, si de verdad sienten Cantabria, no traicionen la memoria que guarda cada una de sus mieses, no lastren las posibilidades que nuestro suelo, nuestro clima y nuestra situación geográfica dan a nuestro sector primario. Si de verdad quieren a nuestra tierra empiecen a diseñar políticas de futuro porque nunca tendremos futuro si solo pensamos en presente.

El precio de hormigonar el campo
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