sábado. 20.04.2024

Sólo hay una conversación: el precio de todo es insoportable

Hemos empezado por una inflación sin freno, seguido con un precio desbocado de todos los precios, especialmente los alimentos básicos, y continuamos con recortes en el uso del gas. Los españoles aún respiramos ajenos a lo que viene, porque así se nos alecciona desde el poder, y porque es ahora cuando se ve la mala educación impartida a las nuevas generaciones. Las anteriores, sigo con lo generacional, sí sabíamos del valor y uso adecuado que hay que dar al interruptor de la luz. Pero hoy, ese mismo sistema educativo (también en casa), ha convertido en puro egoísmo demasiados aspectos de nuestra convivencia y bienestar.

Poca más conversación tenemos ahora los españoles que el precio de las cosas, en especial de los alimentos. Todo está carísimo. Cuando la economía va tan mal, como es el caso, regresa a la memoria colectiva esa frase que habla de la necesidad de que el poder pise la calle para saber realmente como está la situación. El escritor Eduardo Galeano lo expresó de esta manera: “La primera condición para modificar la realidad consiste en conocerla”. Y así, uno llega al conocimiento de lo que vale hoy un simple tomate o mismamente un plátano. 

Atajar esta situación con medidas además no entendibles, como el aire acondicionado a temperatura límite de 27 grados o apagar los escaparates de las tiendas a las diez de la noche, son otras cuestiones muy habladas ahora, por lo incomprensible de decisiones tan fuertes como no consensuadas. 

“Es ahora cuando se aprecian los fallos en la forma de educar, dentro de lo cual está utilizar bien recursos como energía, agua, urgencias o medicamentos” 

Este resulta un país en el que dar ejemplo siempre está en el debate, porque es ahora cuando se aprecian de lleno todos los tremendos fallos que hemos cometido en la deficiente forma de educar que el sistema tiene, interfiriendo más de manera ideológica que de manera pedagógica, sobre no eliminar principios, valores y aprendizaje de convivencia en sociedad, dentro de lo cual está utilizar bien todos los recursos que se ponen a nuestra disposición, como puede ser la energía, el agua, las urgencias médicas o los medicamentos. Hoy vivimos inmersos en el egoísmo, la insolidaridad y, por supuesto, el móvil, con el que se enreda más que se aprende. 

A muchas generaciones de españoles, los que son hoy abuelos y padres, se nos enseñó en nuestras propias casas lo de apagar el interruptor de la luz, cuando no es necesaria. Más tarde, no hemos hecho lo mismo con nuestros hijos, ni desde el Gobierno Central, los autonómicos o los ayuntamientos. España ha ido siempre de sobrada en todo, aunque el gas no llegue ahora ni por arriba, Rusia, ni por abajo, Argelia. Pero aquí, erre que erre. Cuando hace escasamente 15 días la Comisión Europea plantea reglas de ahorro energético, ¿quién es la primera que dice que no? España, claro. Después, cuando más bien se impone la cordura a un gobierno insolidario con el resto de la Unión Europea, tenemos que hacer también el papelón con la aprobación de un texto sobre el ahorro de energía y gas, que en algunos de sus apartados hay que leerlo dos veces para creer lo que pone. Por si fuera poco, cuando surgen las críticas en las primeras comunidades autónomas, a algunas se las tacha de insolidarias, pero son estas las que llevan razón, porque desde el Covid todo se habla o se pasa el muerto directamente a las regiones, y no es entendible que en el caso de recortes tan drásticos, como es consumir menos energía, cuando de por medio están además servicios básicos asistenciales y municipales, no se acuerde con la participación de todos, en este caso de los presidentes autonómicos. 

Con meses de retraso a los deberes ya hechos por Alemania o Austria, ¿lo siguiente va a ser que el Gobierno nos pida hacer acopio de alimentos, agua, pilas y combustible para 15 días, en caso de apagón? La previsión, organización y coordinación en momentos de crisis resulta fundamental, y aquí estamos por ver aún (queda mucho verano y llegará un invierno muy duro) cómo se van a cumplir estas nuevas medidas. Por supuesto que las primeras que deben dar ejemplo a la población son las administraciones, todas. No vale que en un sitio se haga una cosa y en otro sea diferente. Ya lo hemos vivido con la pandemia de Covid, frente a la cual he de decir que parece que ya no es cosa de ningún gobierno ni de ministerio o consejería de sanidad, y ahí estamos solos los ciudadanos ante el dilema de que el coronavirus no se va ni por asomo. 

“Solo nosotros nos hemos metido en esta profunda crisis, por una tendencia a la guerra, apropiarse de lo ajeno, regresar a los holocaustos”

Aquí tenemos pues, como el primer gran recorte de lo que nos espera, el Real Decreto-ley 14/2022, de 1 de agosto, de medidas de sostenibilidad económica en el ámbito del transporte, en materia de becas y ayudas al estudio, así como de medidas de ahorro, eficiencia energética y de reducción de la dependencia energética del gas natural. Bien es verdad que solo nosotros, el mundo entero, nos hemos metido en esta profunda crisis, por una tendencia natural a la guerra, a la invasión, apropiarse de lo ajeno, regresar a los holocaustos humanitarios, y ampliar siempre el problema en vez de resolverlo pacíficamente (primero Ucrania y ahora Taiwán). No corren buenos tiempos para nada, ni siquiera para el optimismo. La población, pienso claro en la española, la verdad es que vive aún muy ajena a todo lo que pueda venir. Pero es nuestra forma de ser, avalada por unos gobiernos que siguen la corriente a esta manera de tomarse la vida. Ya lo dijo Winston Churchill: “Soy optimista, no parece muy útil ser otra cosa”. Lo que da pánico es que los Churchill se extinguieron. 
 

Sólo hay una conversación: el precio de todo es insoportable
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