sábado. 20.04.2024

La independencia de todos

No hay quien niegue que el machaque del Gobierno de Cataluña con la independencia no ha dejado una sola oreja al margen del grave problema creado. Esos mismos ciudadanos, hastiados, exigen que se ponga fin a una situación que perjudica a todo el país por igual, que las soluciones que se lleven a cabo estén dentro de la Constitución, y contemplen la separación e independencia de los Poderes del Estado, como son el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.

El término independencia nos rechina más ahora por la insistencia del Gobierno catalán con el mismo. Sin olvidar el problema vasco,mayormente hemos crecido en el entendimiento de que, cuando se habla de independencia, enseguida nos viene a la mente la de los jueces, la de los medios de comunicación, especialmente TVE, y la de la separación de los que conocemos como Poderes del Estado.Para muchas generaciones de españoles también fue clave terminar con el aislamiento internacional que trajo consigo el franquismo, y nuestra entrada en la Unión Europea, que supuso sumar esfuerzos y no restar como hacen los nacionalismos excluyentes que tanto acechan ahora al Viejo Continente. Solo hay que ver que, desde que Cataluña vive en permanente inestabilidad, el resto de España también la padece.

Pero volvamos a lo de la independencia como condición de territorio que no depende políticamente de otro. A lo largo de la historia, nadie ha definido la independencia de igual manera y ha tenido muchas caras, como esa que levanta muroscomo fue el de Berlín, el que separa Israel de Palestina o el que propugna Donald Trump en la frontera de Estados Unidos con México. Los discursos de muchas independencias han sido igualmente terribles, con una habilidad para retorcer la realidad y manipular los hechos al antojo de unos pocos sobre muchos. Ahora ya es sabido que la exageración, la mentira y las noticias falsas han sido armas esenciales de los soberanistas catalanes a la hora de liar la que han liado. Sus altavoces han sido potentes, como el de las embajadas catalanas en medio mundo, TV3 o Guardiola, sin preocuparles lo más mínimo que el paísentero se desestabilice, y con ello todos los españoles salgamos perdiendo. La economía, que va a menos, es el mejor exponente del momento en que nos encontramos, con empresas que pasan de Cataluña, y con un enrarecimiento en las relaciones intro europeas, caso de España con Bélgica, donde vive tan ricamente Puigdemont. Mientras, el Gobierno Central, el de antes y el de ahora, prácticamente no hace otra cosa que intentar desinflar el procés y la fallida declaración de independencia.

A lo largo de la historia, la independencia ha tenido muchas caras, como esa que habla de muros como el que propugna Donald Trump con México

Ha pasado un año desde la surrealista jornada vivida el 1 de octubre de 2017 en Cataluña y en el resto del país, nunca lo olvidemos, y ahora nos encontramos en el momento de petición de años de cárcel por parte de la Fiscalía del Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional, que nada tienen que ver con los que solicita la Abogacía del Estado, donde el Gobierno tiene mucho que decir. Lo peor que puede presentar siempre la justicia son estas discrepancias, porque el mensaje tibio hacia dentro y hacia fuera puede resultar contrario a la vuelta a la normalidad que se pretende. Estamos a punto de conmemorar cuarenta años de Constitución, se ha cumplido un año desde los lamentables hechos acaecidos en Cataluña con una forma de hacery actuar que suponía a todas luces actuar a la fuerza y de espaldas a la Constitución. Pero la falta de consenso político sobre los principales problemas de este país, y Cataluña es uno de ellos, nos sigue provocando a los ciudadanos estrés democrático. En las circunstancias actuales, los vaivenes políticos no son recomendables a la hora de fijar determinación sobre cuestiones que son de Estado, porque están recogidas claramente en la Constitución Española de 1978. Es verdad que aún no estamos en ninguna encrucijada, pero nos acercamos a ella en la medida en que los problemas se acumulan, y todos ellos son de extrema gravedad. Siempre he creído en el diálogo como la forma de aportar soluciones, pero las concesiones políticas, las concesiones territoriales o económicas emanan de una voluntad de la que son legítimos tenedores todos los españoles.

El test de estrés debería hacerse a los Gobiernos de la Unión Europea, por no hacer todo lo posible para frenar a los nacionalismos excluyentes

La banca europea acaba de someterse al test de estrés (no entiendo que se llame así), cuando realmente este examen de solvencia debería hacerse a los Gobiernos de la Unión Europea, que a mi juicio no hacen todo lo posible para frenar las ideas radicales que avanzan en forma de nacionalismos excluyentes que encierran la pérdida de derechos y libertades. Evidentemente, España no es ajena a este perturbador escenario, más bien es protagonista principal. Cuando los ideales que sustentan una nación se ven comprometidos por los intereses que afloran en cada momento, por mal camino vamos. Nadie ha dicho que gobernar sea fácil; tampoco cimentar un Estado que debe preservar con firmeza la libertad e independencia personal de todos sus habitantes, sin distinción. Unos ciudadanos que a veces lo ven más claro que los propios gobernantes, sobre todo a la hora de descifrar problemas como los que genera a diario el Gobierno catalán. Sin ir más lejos, y como diría un buen amigo que suele citar a Churchill, el fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.

La independencia de todos
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