jueves. 28.03.2024

José María Iñigo en pantalla

El gran periodista que fue Kapuscinski mantenía que los cinco sentidos del buen comunicador son estar, ver, oír, compartir y pensar. No se si José María Iñigo, con el largo bagaje que tenía, llegó a entrevistar al escritor y poeta bielorruso, pero se le pueden aplicar sus pensamientos como un profesional querido y admirado que nos acaba de dejar. Lo he visto otras veces: cuando son buenos referentes, difícilmente se olvidan, entre otras cosas, porque José María Iñigo ya forma parte de la historia del periodismo español y sus grandes maestros. ​

Sienta bien a la mente pensar en lo que haría determinada persona de estar en tal o cual situación personal o profesional. Les decimos a nuestros jóvenes, y yo también voy por aquí, que hay que tener referentes, máxime en tiempos tan decadentes, casposos e inmorales (de ética). Últimamente, seguramente por cosas de la edad, me viene mucho a la memoria los años 70, 80 y 90. No viviremos nada igual, y es de entonces cuando me viene la imagen de José María Iñigo, haciendo una televisión entretenida a la vez que honesta. Hoy el sensacionalismo está en todas partes, en la política, en la economía, en el deporte, e incluso en el denominado periodismo social, que se ha topado con determinadas ONG que se gastan el dinero donado para los pobres del mundo en copas y juergas sexuales.

Los aspirantes a ser periodistas, mayormente los que estudian ahora para ocupar el día de mañana las redacciones y los estudios de radio y televisión, tienen en personajes como J.M. Iñigo a lo que debe ser esta profesión de contarles a los demás la verdad de las cosas que ocurren a diario. Si encima lo haces con personalidad, con saber estar, y con un estilo basado siempre en la honradez, pues chapó. Me gustan muchas cosas de las que dice Gay Talese de habitual, uno de los padres del Nuevo Periodismo. Pero se equivoca cuando diserta por las grandes universidades del mundo y asegura que los periodistas actuales no tienen ninguna tentación por ser reconocidos como estilistas de la claridad y narradores con las técnicas de los escritores con imaginación. No conoció a José María Iñigo en pantalla. Esta maravillosa profesión de contar cosas pierde mucho sin él, pero es reconfortante comprobar que son muchos los españoles que sienten que se les ha ido de repente un pasaje trascendente de su vida en el que el periodista de gran bigote estaba ahí, especialmente en la televisión.

Hoy el sensacionalismo está en todas partes, en la política, en la economía, en el deporte, e incluso en el denominado periodismo social

En unos momentos en que todo dios sueña con prejubilarse por si las moscas, admiro a estas personas para las que la edad no es un inconveniente, hasta que una de las enfermedades innombrables te lleva, porque no tienen cura, y aún no somos capaces de darle solución ya que los países que pueden conseguirlo prefieren gastarse el dinero en tanques y cohetes antes que en investigación. Seguramente me había hecho a la idea de que José María Iñigo era eterno, como los grandes comunicadores de un siglo, el XX, que ha sido sencillamente alumbrador de hombres y mujeres decisivos cuya biografía se estudia posteriormente en las escuelas. Estaban en la pantalla, les oías por la radio, les leías en los periódicos y sus libros nos restaban sueño en cualquier noche recomendable de esas que ya no quedan, porque era costumbre leer antes de acostarse. ¡Ahí si todo el mundo leyera un poco más de lo que lo hacemos! Entonces no existiría tanta mediocridad contaminante. Entonces la televisión no seria el bodrio actual que es. Entonces y solo entonces el mundo daría un giro tras preguntarse cómo es posible que determinadas personas no leídas (y por lo tanto sin cultura) hayan llegado a ocupar el poder de algunos de los países más poderosos del mundo. Doy la pista, pero pongan ustedes los nombres.

Aquí se estila alagar cuando estas arriba y machacar cuando tienes un traspiés

Nunca escuché nada a Iñigo sobre el Twitter. Es seguro que no lo consideraba como una comunicación elegante, contrastada y, sobre todo, útil a la sociedad en cuanto a aprender. Pienso que su gran virtud, tan escasa entre nosotros, era reconocer la labor de los demás. Aquí se estila alagar cuando estas arriba y machacar cuando tienes un traspiés. Lo raro es estar siempre a la altura, y es a esto a lo que se le llama referente, algo que solo tienen los auténticos líderes, comunicadores y las grandes personas, todas ellas con cabeza, corazón y alma. Nadie borró del mapa profesional a José María, y mira que tenemos ejemplos para dar y tomar de todo lo contrario. Ha quedado muy claro, él era él: único. Se ha dicho todo y se dirá más con su marcha definitiva. Este recuerdo, claro está, va para él, pero también pretende ser un alegato para todos aquellos que anhelan emular a los mejores profesionales, en este caso del periodismo. Las claves hay que buscarlas en el trabajo, tesón, aprendizaje continuo, escuchar y un comportamiento humilde y sencillo (esto último muy difícil de encontrar en una sociedad cada vez mas engreída de si misma). Al acabar, no me extraña recordar tan intensamente los 80 y 90, ya que en aquel ambiente había algo difícil de explicar que no se aprecia ahora. Antes de la gran crisis económica, ya estábamos inmersos en ella sin saberlo. Cuando Lehman Brothers quebró arruinando a tantos ahorradores y futuros pensionistas, ya estábamos escasos de buenos referentes. Con la muerte de José María Iñigo la lista se acorta más porque hizo rematadamente bien eso que decía Molière sobre esforzarse en vivir con decencia, dejando a los murmuradores que dijeran lo que les viniera en gana.

José María Iñigo en pantalla
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