sábado. 20.04.2024

Un artículo más sobre Cataluña

Evitar opinar sobre un tedioso asunto que ocupa a diario los espacios de  todos los medios de comunicación, no es indiferencia si lo que esperas es que regrese la cordura y el diálogo. No ocurre, y me temo que va a ir a peor, todo lo que está sucediendo en Cataluña, porque lo vivido y aprobado en su parlamento es la prueba más contundente de que no hay marcha atrás en el intento de que una minoría haga valer sus planes (como sea) a la mayoría.

Tenía que ser precisamente Ortega y Gasset quien filosofara con que nuestras convicciones más arraigadas son las más sospechosas, porque ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines y nuestra prisión. En España, un país en el que de continuo lo ponemos todo en cuestión, cuando no estamos con soberanías, lenguas, discusiones territoriales y financiaciones autonómicas, seguimos con la multitud de sistemas educativos vigentes, la confrontación abierta sobre seguridad y terrorismo o, para terminar (que no es verdad porque la lista es agotadora) la celebración de festividades con colocación o arriada de banderas y pitada a los himnos, según los pareceres locales.

“Habría que alumbrar una nueva generación de filósofos que arrojen luz a tanto inconformismo, codicia y afán de protagonismo”

Para dilucidar quien pueda llevar razón o no, antes habría que alumbrar una nueva generación de filósofos que arrojaran luz sobre el origen de tanto inconformismo, codicia y afán de protagonismo, como cotejamos de habitual en las televisiones, y da lo mismo que se vean en todo el territorio nacional o la señal se pare en las pantallas autonómicas y su escaleta habitual de noticias, que vienen a ser más de lo mismo o peor. Mientras visionamos y sufrimos de continuo a esta política de mirarse solo al ombligo propio, el hastío de los ciudadanos es tan interior, que acaba de propiciar que, con el final del verano, el pasar de Cataluña se sume a los deseos habituales de adelgazar, hacer deporte, dejar de fumar o aprender de una vez por todas el maldito inglés.

España y sus tradicionales problemas dan mucha pereza. Somos bastante impresentables porque, generación tras generación, estamos hurtando a los jóvenes las posibilidades de tener y hacer un mejor país, y para ello es necesario cerrar heridas y definir políticas coherentes que nos alejen de los disparates que sobrevuelan de continuo y ponen en riesgo nuestra convivencia. Cuando empezamos a disfrutar el abandono de las armas por parte de ETA, dejando atrás 40 años de asesinatos, chantajes y fractura social en el País Vasco y el resto de España, ahora la pelota salta al tejado de Cataluña, donde es difícil para la política, los juristas, los periodistas, los empresarios o los trabajadores hallar algo de coherencia entre tanto enfrentamiento y despropósito de origen a estudiar. Hoy, ahora, en un artículo más sobre Cataluña, es difícil vaticinar como va a acabar el problema, mejor dicho, el problema creado desde el Gobierno y el Parlamento de Cataluña, y el tufo totalitario al que inducen muchas actuaciones a la hora obviar que tenemos una constitución, unos estatutos de autonomía, unos derechos y unos deberes que nos obligan a la obediencia, a la sensatez y el mantenimiento de cada una de las garantías que sustentan la convivencia en paz que disfrutamos. Sistema que no se engrasa así, sistema que es bananero.

Pertenecemos a una Unión Europea alucinada igualmente, ¡cómo no!, de lo mal que se pueden hacer las cosas, sea o no para la defensa de una identidad, un sentir o unas simples ideas. Todo lo que está ocurriendo en Cataluña, lugar en el que he vivido y conozco, no tiene un pase. Las formas son siempre muy importantes en todo, y cuando pasemos página a este 2017 y lo acontecido en esa autonomía, la historia no hablará nada bien de las leyes independentistas aprobadas en madrugadas, del retorcimiento del debate parlamentario, que es lo mismo que cargarse las normas democráticas, de eliminar derechos a diputados que representan a miles de ciudadanos, y no digamos exigir votar si o sí un referéndum declarado ilegal por las más altas instancias judiciales. España no es esto; sus autonomías tampoco, y menos la Unión Europea en lo que representa de espacio amplio de  convivencia ejemplar entre tantos pueblos, si exceptuamos la canallada que estamos cometiendo con los refugiados. Coartar libertades es el nuevo espectáculo que estamos dando en España, desde Cataluña, hacia el mundo. Casi coincidiendo con este artículo, leo que “La CUP considera que los Mossos cometieron una ejecución extrajudicial al matar a los terroristas de Ripoll”.

“La defensa de una identidad nunca puede poner en riesgo a las personas, grupos o fuerzas de seguridad que defienden a los pueblos”

Con el problema tan grave que es ahora el terrorismo en Europa, ¿qué van a pensar sobre semejante declaración en Francia, Inglaterra, Bélgica o Alemania, algunos de los países más castigados por los atentados de la Yihad? Cataluña somos todos, no solo para decidir, sino porque, de despropósito en despropósito diario, nos estamos infringiendo un daño irreparable que traspasa nuestras fronteras. La defensa de una identidad nunca puede poner en serio riesgo a las personas, a los grupos sociales o las fuerzas de seguridad que defienden a los ciudadanos. Tras el 1 de octubre, fecha prevista para el referéndum de independencia de Cataluña, nada será igual. Recomponer todos los cimientos arrasados, de entrada, ni debe ni puede quedar impune. La historia de las líneas rojas legales traspasadas casi ocupan lo mismo que todas las páginas juntas de una constitución o de unos estatutos de autonomía, porque ley solo hay una y es igual para las derechas, las izquierdas, los centralistas o los independentistas, ellos si, situados en lo extrajudicial.

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