sábado. 27.04.2024

Ellas, las sin nombre

Eran madres "rojas", "ignorantes", "infantiles", y había que "salvarlas". Rapadas, insultadas, recluidas, maltratadas, separadas de sus hijos e hijas; esa era su condena por aspirar a una vida mejor. Los trabajos forzados se convirtieron en un negocio para el Estado, "sacando esfuerzos y salud de las presas". 

Con la declaración de la II República, el 14 de abril de 1931, se dieron los primeros pasos hacia una sociedad igual entre mujeres y hombres.

Las nuevas leyes republicanas fomentaron la incorporación de la mujer en un entorno social machista “por costumbre”. Se admitió legalmente el divorcio por mutuo acuerdo y se eliminaron privilegios que hasta ese momento pertenecían únicamente a los hombres. Se suprimió el delito de adulterio aplicado solo a la mujer. Se reconoció el matrimonio civil, así como el derecho de las mujeres a tener la patria potestad de los hijos. 

La incansable lucha, con Clara Campoamor a la cabeza, logró el derecho de voto de las españolas. Se reguló el acceso de las mujeres a cargos públicos. Muchos logros que hoy vemos como derechos normales, a nuestros mayores les costó sudor, cárcel y alguna muerte.

La Guerra y la posterior dictadura cortaron las alas al ideal de igualdad. La labor social y política de la mujer durante la dictadura fue desterrada. Se prohibió el matrimonio civil y el divorcio. Se establecieron nuevamente las penas para el aborto y el adulterio, y la prostitución fue de nuevo legalizada. Volvimos al papel tradicional de la mujer: sumisa y sufridora. 

Ellas fueron las grandes perdedoras.

Fueron represaliadas, fusiladas, encarceladas, ignoradas, despreciadas y ocultadas

Ellas fueron represaliadas, fusiladas, encarceladas, ignoradas, despreciadas y ocultadas. Se necesitaba hacerlas desaparecer. Eran el respaldo de "sus hombres" -maridos, hermanos, padres-. Eran soporte discreto de los mensajes clandestinos que entre los maquis constituían la única fuente de alimento y contacto con el resto de su gente.

Fueron mujeres castigadas por el franquismo, separadas de sus hijos, internadas en centros religiosos y psiquiátricos especializados en "limpiar" la huella republicana. A los hijos se les inculcaba, de manera severa e inhumana, la doctrina fascista y la severidad intransigente del catolicismo imperante. 

Pagaban con su salud y su muerte el hecho de compartir la idea de igualdad entre mujeres y hombres. Ellas eran "seguidoras de las doctrinas desviadas". Ellas tenían que ser reconducidas al camino "recto". Eran madres "rojas", "ignorantes", "infantiles", y había que "salvarlas". Rapadas, insultadas, recluidas, maltratadas, separadas de sus hijos e hijas; esa era su condena por aspirar a una vida mejor. Los trabajos forzados se convirtieron en un negocio para el Estado, "sacando esfuerzos y salud de las presas". 

El franquismo y la represión aplastó sin misericordia a las mujeres, las ignoradas, las analfabetas, ellas, las sin nombre. La historia no las ha dado el merecido lugar. 

Es hora de restituir lo despreciado, que sus nombres aparezcan, que conozcamos sus vidas, que se reconozcan sus méritos y sufrimientos. 

Sin ellas, la Memoria Histórica y Democrática no tiene sentido. Sin ese reconocimiento no existirá verdadera Igualdad. 

Seguiremos peleando por esa III República que cada vez está más cerca, y con la que conseguiremos un poco más de igualdad. Porque muchos de nuestros abuelos no la verán, pero deseo que mis hijas lo consigan más pronto que tarde y con ello seamos un estado más justo y más social. Hoy más que nunca: ¡Salud y República!

Ellas, las sin nombre
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