La defensa de una Cantabria en venta

Las políticas de turistificación de la derecha y extrema derecha estatales (PP, Vox) no son sino continuidad de las del PRC revillista, que tomó el relevo, a su vez, de las políticas del hormigón hormaecheistas

La manifestación del pasado sábado, día 18 de mayo de 2024, en Loredo, puso a muchas y muchos los “pelos como escarpias”, de rememoración, de reencuentro y de emoción.

Puede decirse que varias generaciones de personas luchadoras en favor del medio natural en Cantabria se dieron cita allí; desde los iniciadores de las movilizaciones contra el proyecto de central nuclear en Santillán, en el municipio de San Vicente de la Barquera, que protagonizaron la manifestación desde la playa en que se pretendió construir la central hasta San Vicente (21 de agosto de 1977) o que pusieron en marcha la, en varias denominaciones, Coordinadora de Defensa del Litoral de Cantabria (playa de Oyambre, en Valdáliga), Coordinadora de Defensa del Litoral y Tierras de Cantabria (cuando se incorporó la oposición a la construcción de una presa en Vega de Pas) hasta, finalmente, la Coordinadora Ecologista de Cantabria, que ya introdujo más movilizaciones (playa de La Arena, por ejemplo), más tantas y tantos activistas posteriores, entre los que se encontraban representantes de la Asociación para la Defensa de los Recursos Naturales de Cantabria (ARCA) o Ecologistas en Acción de Cantabria, hasta los niños y niñas, nietos algunos de los primeros, y jóvenes que acudieron al reclamo de la defensa del país, en una manifestación que agrupó a miles y miles (de 3.000 a 10.000, con 8.000 como cifra ofrecida por los convocantes) de comparecientes, muy por encima de los estimado en las mejores expectativas.

Este modelo, el de la turistificación, es el que las élites económicas y políticas de Cantabria, y las instituciones europeas han ordenado para el país

Pero, ¿por qué en Cantabria este tipo de movilizaciones alcanzan tales niveles de apoyo? Para ello, quizá, no estaría mal hacer un poco de historia y poner en relación la realidad con las múltiples causas que la explican.

Ya en los años ochenta del siglo pasado, cuando la “provincia” de Cantabria había alcanzado el puesto sexto en el ránking de la renta per cápita de España, vaticinamos cambios estructurales de difícil reversión. La crisis industrial generada a nivel internacional a partir de la subida de los precios del petróleo por parte de la OPEP, a mediados de la década de los setenta, que introdujo a las economías y sociedades mundiales en la etapa postindustrial y de los servicios, más la incorporación definitiva del Estado español en las comunidades europeas, especialmente la Comunidad Económica Europea (CEE), a partir del 1 de enero de 1986, generó un cambio del modelo productivo del país hasta el momento irreversible. Ese sexto puesto en el ránking entonces provincial se logró con un sector primario de producción láctea pionero, un sector industrial en el que se incorporaba el capital transnacional junto a las aportaciones internas de la mediana y pequeña empresa, y un sector terciario, aún no dominante, en que la sanidad y, en parte, la educación, marcaban la pauta productiva.

La crisis de la industrialización tradicional gestada a la vera de la primera y segunda fase de la revolución industrial y la entrada de Cantabria, vía España, en la cadena imperialista del capitalismo europeo y mundial, produjo el resquebrajamiento de la producción ganadera, con la pérdida de miles de productores lácteos incapaces de competir con sus homólogos europeos, y la crisis del sector industrial tradicional de Cantabria, siderúrgico, químico o naval. El modelo intersectorial sucumbía y, como antídoto, en el momento de la terciarización de las economías -no solo occidentales-, las élites internas de Cantabria, en sintonía en esta ocasión con los designios de los centros de decisión europeos (Unión Europea, a partir de 1991), plantearon como solución un nuevo demiurgo: la turistificación.

El turismo es esgrimido como solución económica para los estados del sur de Europa (los PIGS -cerdos, en sus siglas en inglés-) y, en el seno del Estado español, como modelo productivo de la periferia, prácticamente todo el territorio salvo Madrid, Euskadi y Catalunya. Y, aquí, se habría de engarzar con la posición crítica que desde ciertos sectores de la Facultad de Geografía e Historia de Cantabria se realizó en relación al comienzo de este nuevo proceso depredador, en el proceso de transformación de Santander, desde ciudad intersectorial, con puerto, industria siderúrgica, electrodoméstica y maderera, en urbe sustancialmente y simbólicamente turística, con las políticas de cambio planteadas por su entonces polémico alcalde, Juan Hormaechea (1977- 1987), que se utilizó como ejemplo para extender al resto de Cantabria.

Y desde la Facultad, se invocaba una publicación, '¿Turismo, democratización o imperialismo?' (1983) del catedrático de economía, Rafael Esteve Secall. Resumidamente, el autor sostenía que las sociedades que implementaban la actividad turística como monocultivo o sector económico prioritario en su producción generaban, primero, dependencia económica, respecto a los centros de emisión de turistas; segundo, conservadurismo político, por el intento de los nativos de emulación de formas de vida de los turistas en su tiempo de ocio; en tercer lugar, pérdida de la cultura y de la identidad propia, al llegar formas consumistas que en el turista solo tienen virtualidad en su tiempo vacacional; y, en cuarto lugar, desequilibrio medioambiental, ruptura ecológica consecuencia de los macroproyectos subsecuentes a la puesta en marcha de las principales infraestructuras del desarrollo turístico.

No es extraño que ante la imagen muchas veces idealizada de una Cantabria incomparable, infinita, gran parte de su ciudadanía se oponga a su deterioro

Y este modelo, el de la turistificación, es el que las élites económicas y políticas de Cantabria, y las instituciones europeas han ordenado para el país; y de ser una economía intersectorial de rendimientos relativamente elevados en los años sesenta del siglo XX, la economía de Cantabria va camino de albergar un “país de camareros”, orientada a la especulación urbanística, a los empleos precarios de temporada y a adaptar nuestras singularidades a la diversión vacacional de temporada.

De esta manera, se culminaría el proceso de integración de Cantabria como territorio periférico de España y de la Unión Europea: Cantabria, en palabras de Robert Lafont en La revolución regionalista -tesis empleada por Xosé Manuel Beiras en su doctorado, O retraso económico de Galicia-“colonia interior” de España, poniendo en venta su solar para la construcción de infraestructuras turísticas en las que asentar a los contingentes poblaciones que vienen de fuera a colonizar su entorno rural, disfrutar de sus playas y costas, huyendo de los efectos más perversos del cambio climático en la Península Ibérica.

La ruptura medioambiental del país, su sangría ecológica, está viniendo de la aplicación de un modelo de turistificación depredador. Los efectos son graves desde al menos los años ochenta y no es extraño, por tanto, que ante la imagen muchas veces idealizada de una Cantabria incomparable, infinita, gran parte de su ciudadanía se oponga a su deterioro.

En circunstancias actuales un tanto diferentes, en el marco de una economía que se orienta hacia la guerra en el Occidente desarrollado y con la emergencia de los irracionalismos negacionistas de extrema derecha, el pasado sábado buena parte de la sociedad cántabra volvió a manifestar su oposición a los efectos deletéreos de un modelo de producción destructivo, tanto del territorio como de su autonomía política e identidad cultural.

Las políticas de turistificación de la derecha y extrema derecha estatales (PP, Vox) no son sino continuidad de las del PRC revillista, que tomó el relevo, a su vez, de las políticas del hormigón hormaecheistas, poniendo a Cantabria en venta. No obstante, es en estos momentos cuando una parte social muy representativa, posiblemente la mayoría social, está decidida a decir basta. Y en esta ocasión, sin perder perspectiva: la ruptura del equilibrio medioambiental del país es consecuencia de un modelo de producción de base turístico-colonial que le pone en venta y le destruye.

La defensa del territorio de Cantabria, la defensa de Cantabria, está inserta en la formulación de un nuevo modelo de país: modelo intersectorial autocentrado de producción; de autogobierno político efectivo; y de pervivencia de la identidad cultural propia en armonía con la extensión de la globalización; con un modelo social favorecedor de la igualdad y la defensa de los sectores más desfavorecidos.

El proyecto de las élites podría quedar inservible porque los intereses generales de la mayoría social (clases medias y populares) no es compatible con la venta de Cantabria. Falta aún para que una nueva melodía suene armónica (el PRC ha de decantarse, el PSOE acabar de clarificarse y la derecha ser consciente de que su música chirría estridentemente) pero Cantabristas ha sabido tocar la primera tecla para emprender su necesaria defensa, la defensa de Cantabria.

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