viernes. 19.04.2024

La participación banal comunitaria

La “gente sin mundo” no es la que viaja poco, sino aquellos que han dispuesto no generar relación alguna con otros.

En esta ocasión vamos a tratar de reflexionar en torno a existencia humana tomando la interpretación de una de las filósofas más importantes del siglo XX, a saber, Hannah Arendt, quien plantea la categoría del "nacimiento" como un concepto estructurante, pero, por sobre todas las cosas, fundante de la política. En su obra titulada "¿Qué es la política?" nos precisa un par de claves interpretativas interesantes para encarar el "Señor de los problemas" en el marco de lo político, la libertad, en tanto cada "nuevo comienzo"- el nacimiento- es el sustento de la misma.

Si, como Agustín de Hipona, nos dice Arendt, consideramos que el hombre es en sí mismo un comienzo, un inicio, puesto que no existe desde siempre, sino que viene al mundo al nacer, mientras que este espacio político llamado "mundo" seguirá existiendo posteriormente, se hace hincapié claramente en el concepto de la espontaneidad que trae consigo todo nacimiento, y el mar de posibilidades que acarrea la llegada de una nueva vida humana al mundo.

La violencia y la coacción que impiden al hombre actuar y hablar libremente viene dado e impuesto por los mismos hombres que lo padecen

Ahora bien, ¿qué entendemos por "mundo"?. En este sentido es conveniente señalar que no se trata de la roca gigante de tierra y agua que ronda armónicamente en el sistema solar, ni tampoco se refiere al espacio físico en el cual “nos toca vivir”, sino más bien al espacio público, político, simbólico y vital que nace en el "entre" los hombres. La “gente sin mundo”, desde ese punto de vista, no es la que viaja poco, sino aquellos que han dispuesto no generar relación alguna con otros (ya sean familiares, vecinos, compañeros de trabajo o la comunidad en general).

Siguiendo esta lectura de lo que puede entenderse por "mundo", y el posicionamiento que ocupamos a la hora de morar o habitar en él, podemos aventurarnos a pensar que tal vez no sea accidental la total apatía con la cual los ciudadanos de hoy se relacionan con sus "otros". El desprecio por la política, el descreimiento y -consiguientemente- agotamiento del sentido de lo político han logrado, pues, que seamos "distantes" de aquellos con los cuales creamos mundo, vida, sociedad-comunidad. Nos encontramos en una situación crítica, en la cual no se requiere de un Estado totalitario para que nos veamos impedidos de actuar con libertad. El mecanismo actual es mucho más sofisticado, en el sentido de que la violencia y la coacción que impiden al hombre actuar y hablar libremente viene dado e impuesto por los mismos hombres que lo padecen.

Esta supuesta auto-imposición y prohibición, fruto de una vida atravesada por el individualismo propio de toda sociedad de consumo gobernada por intereses estrictamente económicos, pareciera ser que ha conseguido confundirnos a la hora de discernir entre libertad y capacidad de compra, entre capacidad de acción y poder adquisitivo. Nada de ello hubiera sido posible sin antes haber logrado dos grandes golpes funestos: primero, instalar mundialmente la creencia de que para actuar hay que tener, poseer, adquirir, estar posicionados en cierto nivel y, en segundo lugar, la desaparición total de la responsabilidad personal frente al "otro" con el cual se construye mundo, a saber, la configuración de un mundo en el cual "nadie" existe, "nadie" resuelve los problemas, ante "nadie" podemos quejarnos (hagan el intento de llamar a una compañía servicios para conseguir que resuelvan algún inconveniente y notarán la presencia patente de este "nadie" acompañado de alguna melodía).

Absolutamente nadie actúa en situación de aislamiento, sino exclusivamente en el espacio público, entre iguales

La acción, la posibilidad de crear, de intervenir y modificar las condiciones establecidas previamente, corren serio peligro si, como nos aclara Arendt, "únicamente cuando se le hurta al neonato la espontaneidad, es decir, su derecho a empezar algo nuevo, puede decidirse el curso del mundo de un modo determinista y predecirse". Aniquilar la capacidad de acción, de antemano, es justamente lo que permite y justifica la mencionada apatía o desprecio por lo político, que aquí debe entenderse no de manera partidaria, sino como el espacio propicio para actuar.

Absolutamente nadie actúa en situación de aislamiento, sino exclusivamente en el espacio público, entre iguales, pero, si como dijimos previamente, estamos acostumbrados al retraimiento total, fruto de una desconfianza fogueada a diario hacia los otros, nos debemos preguntar ¿actuamos, comenzamos o damos inicio a algo en nuestra vida, permitimos que junto con otros podamos hacer, y no sólo decir -el "decir" de las redes sociales, en definitiva, no dice absolutamente nada-?

Entonces, si nos encontramos aislados de la posibilidad de crear mundo, de posibilitar espacio vital con nuestros otros, si finalmente triunfa el individualismo y la competitividad personalista, cabe preguntar ¿dónde se encuentra la libertad? Si no actuamos, no hablamos, no nos expresamos, no creamos, pues, no hay esbozo mínimo de aquello que románticamente entendemos por "ser-libres". Nuestra posición en el mundo es nula e inexistente en tanto y en cuanto sigamos pensando que cada cual está por su cuenta y que se debe salvar quien pueda sólo con sus recursos y las posibilidades que, ficticiamente, creemos que hemos propiciado nosotros mismos.

Para los totalitarismos actuales no es imprescindible el uso de armas para la eliminación de personas; basta con hacer a un lado a todo aquel que no forme parte del circuito de "lo permitido" en el flujo de la libertad que el mercado permite transitar para que el "sistema" se “purgue sólo". Pues no es así, ya que todos formamos parte de la comunidad humana llamada "mundo", "espacio público", "sociedad" o comunidad. Las posturas pretendidamente tímidas y neutras, en su afán de anonimato, son bien definidas a la hora de ser parte servil de una demanda que requiere de seres humanos obedientes, serviles, callados e inactivos.

Tampoco es accidental la mención de Arendt respecto al término adecuado para designar a este "ente entre" lo político, a saber, aquel que se ocupa estrictamente de lo privado y desconoce (y desprecia) todo aquello que tiene que ver con lo público. Tomando el vocablo griego originario para adjetivar dicha actitud, el "idiota", es aquel que se rehúsa, ya sea por decisión o por estatus social, a la posibilidad de hablar sobre algo del mundo con sus otros, sus pares, compañeros y conciudadanos.

Visto de esta manera, podemos aquí presentar la hipótesis de que las expresiones "no te metas" o "calla y prosperarás" es aún ley de convivencia en “tiempos de paz” y democracia republicana. La "idiotez" a la que se referían los griegos trasciende la voluntad, el querer, y hoy podemos verla patente en la inscripción del total desprecio por la participación ciudadana, ya sea desde la política como trabajo, como también aquello inherente a lo político propio de todo ser humano que vive en una comunidad, lo quiera o no. Asimismo, nos encontramos con una falsa contracara de ello: la participación en legión mediante redes sociales: esa ilusión instalada por los mercados comunicacionales que nos hacen creer que nuestra voz cuenta a través de un tweet o un comentario a una publicación. Es, en otras palabras, la posibilidad que abre a millones el espacio de una participación ficticia en la cual se habla mucho, pero se dice y se hace nada.

La participación banal comunitaria
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