domingo. 28.04.2024

Hipocresía en la España rota

El conflicto palestino-israelí, salvando las distancias, participa de una característica común con la realidad de España a la que nos tienen acostumbrados y que nadie critica: la hipocresía, escandalizarse porque “España se rompe”, cuando realmente, está rota desde hace mucho tiempo

Me encontraba reflexionando sobre la España que “se rompe” cuando, como un mazazo, me cayó encima lo de Israel y Palestina. Quedé paralizado. ¡Cómo no! No sabía qué hacer, si seguir con mis reflexiones o cambiar de tema. Pero me pareció oportuno esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Maldita ilusión: no había nada que esperar, los acontecimientos se iban a desarrollar, se están desarrollando, en un mismo sentido, en la misma dirección, según lo previsto, como siempre: lo que ha venido sucediendo durante decenas de años no iba a cambiar de golpe y por arte de magia. Tampoco cambiaría el clamor unánime de la opinión pública que resonaba en todas las televisiones, tantas veces repetido: “el que ataca es el culpable y el atacado tiene todo el derecho a defenderse”. Y me acordé de Ucrania y el derecho a defenderte cuando  invaden tu territorio.

España está rota desde hace mucho tiempo y nadie se escandaliza

¿Pero qué tiene esto que ver con la España que se rompe? Pues, simplemente, en la hipocresía: que, en mi opinión, España está rota desde hace mucho tiempo y nadie se escandaliza, al revés, nos martirizan a diario con la matraca de que el actual Gobierno en funciones está rompiendo España.

Al final, he visto que hay algo que une los dos temas: la doble vara de medir, la cortedad de las argumentaciones, el olvido de muchos años de historia, cuando no el descaro a la hora de cargar las tintas… la hipocresía, el cinismo.

La franja de Gaza es una bomba en sí misma: 380 km2 y dos millones de habitantes, la zona del mundo con mayor densidad de población: 5.260 personas por km2. Cantabria, con una superficie de 5.321 Km2 y una población de 589.765 habitantes, 110 por km2, es una región pequeña si la comparamos con el resto de las Comunidades Autónomas, pero es muy grande si la comparamos con Gaza.

Ante lo que está ocurriendo, no cabe la equidistancia, los datos son aplastantes, la historia es muy larga. Netanyahu, tras conocerse la incursión miliciana en Sderot, habló enseguida de "estado de guerra", "estado" que fue luego declarado formalmente por el Gabinete de Seguridad Interior. Israel, sí, está en guerra contra Palestina desde su fundación, hace ahora setenta y cinco años. ¿Quién atacó primero?

La historia de los asesinatos israelíes “a sangre fría” es, por lo demás, interminable. Negarlo es una indecencia

 “A los palestinos se les exige siempre una moral superior, ejemplar, aunque sean víctimas de una ocupación sangrienta e ilegal. La asimetría no es únicamente militar. También es, si se quiere, ética: porque ocurre que una respuesta equivalente al terror del agresor, Israel, en este caso, convierte a la víctima, Palestina, no en un criminal igual sino en un criminal mayor”. Los palestinos sufren, por lo tanto, esta doble injusticia: la de vivir bajo una ocupación ilegal y la de tener que ser más justos que sus enemigos, y ello en condiciones de presión y humillación constantes, la injusticia de no poder ser tan criminales como sus verdugos. No tienen derecho a ser verdugos. No se les permite. No pueden. No deben.

Hay quien condena la actuación de Hamás, yo entre ellos, sin ambages, porque ha matado “a sangre fría”, cruelmente, bárbaramente. Israel, sin embargo, parece que está matando “a sangre caliente” ¿no? Con todo el derecho… pero matando. La historia de los asesinatos israelíes “a sangre fría” es, por lo demás, interminable. Negarlo es una indecencia. Olvidarlo, en los momentos actuales una desvergüenza. Todas las muertes violentas son condenables.

Con la palabra “terrorista” se nos llena la boca. Los terroristas “pretenden dominar por el terror, actúan criminalmente, en bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común, lo hacen de modo indiscriminado, y sin atenerse a legalidad internacional alguna, producen violencia y dolor, pretenden crear alarma social con fines oscuros”, diría la Academia. Pero los ejércitos no. ¿Los ejércitos no? ¡Ja! Los Estados declaran la guerra legalmente y mandan a sus ejércitos regulares a combatir, dentro de unas normas internacionales. ¡Ja! Teoría. ¿Qué es, que los ejércitos no siembran el terror para poder vencer? ¿no lo hacen organizadamente, indiscriminadamente, saltándose las convenciones internacionales? Todas las guerras, por su naturaleza, son sucias. La lucha de los terroristas no es una guerra, dicen, es una barbaridad, una masacre. A Palestina no se le permite declarar la guerra legal (¿hay guerras legales?), solo hacer barbaridades, porque no es un Estado y no puede tener ejército regular. Entonces ¿qué es?

Hablar de "terrorismo" en este caso tiene el efecto de ocultar la guerra desigual entre Israel y Palestina, una guerra asimétrica en la que una potencia ocupante, con recursos militares superiores a los de España, vanguardia de la tecnología armamentística, se enfrenta a grupos armados de fuerza muy limitada, cuando no -como hemos visto en sucesivas Intifadas- a poblaciones enteramente desarmadas. Enumerar todas las atrocidades llevadas a cabo por Israel sería interminable. Pero ignorarlas, olvidarlas, ocultarlas, repito, es indecente.

¿De qué estamos hablando? Parece, ahora, que la preocupación principal es saber cómo Hamás pudo prepararse sin que Israel se enterase. O eso quieren que pensemos, que es la cuestión más preocupante. La pregunta resulta un tanto simple e ingenua. Todas las explicaciones son posibles, sí. Y, sin entrar en especulaciones conspiranoicas, no se puede descartar que, en este conflicto, y en la coyuntura actual por la que atraviesa la zona y el propio Gobierno de Israel, estén operando intereses geoestratégicos y de todo tipo, de alcance internacional: ¿por qué ahora? De momento solo podremos hacer especulaciones, pero, con eso, únicamente lograremos desviar nuestra atención de la tragedia humana que no cesa.

España no es una bandera, somos personas que vivimos y trabajamos en un territorio que nos pertenece, aunque cada vez menos

Estamos expectantes por ver qué pasa y nos centramos en calificar el ultimátum de Israel de replegarse los palestinos hacia el Sur como algo imposible, pero no nos plantearnos qué hacer para evitarlo, como si la amenaza fuese inevitable. Cuando esto escribo, aún no ha terminado el plazo. Pero veo que nadie se pregunta si, una vez entradas las tropas y haber arrasado todo, Israel se retirará y volverá a sus cuarteles. Creo que no: después se quedará con los escombros, sí, pero, sobre todo, con lo que hay debajo: el territorio. En mi opinión, la verdadera intención, la no declarada intención, es quedarse, avanzar, arrebatar un trozo de terreno más que sumar a todo el arrebatado durante las guerras anteriores y a lo largo de los años. Tiempo al tiempo. Y, como consecuencia, acabar echando a los palestinos definitivamente de la zona. Lo de Hamás es un accidente: lo que estorba son los palestinos, en general. Y lo hará contra todas las resoluciones de la ONU, sí, no importa, ya habrá quien vete en el Consejo de Seguridad cualquier tipo de sanción para el Estado invasor. Y la Unión Europea ¿acordará sanciones como contra  el invasor Putin? De momento, solo estamos viendo que, en países democráticos de la ínclita Europa, se prohíben manifestaciones, como en Irán, Gaza, Cisjordania, Israel…

Decía que el conflicto palestino-israelí, salvando las distancias, participa de una característica común con la realidad de España a la que nos tienen acostumbrados y que nadie critica: la hipocresía, escandalizarse porque “España se rompe”, cuando realmente, está rota desde hace mucho tiempo.

En otra ocasión hablaremos de la pobreza el paro, la precariedad, la explotación, la violencia contra las mujeres, la desigualdad… pero también de que la banca se forra y, sobre todo, de que una parte de nuestro territorio, de nuestras fábricas y nuestras viviendas, de nuestros campos y nuestra riqueza, han sido vendidos, por aquellos que defienden la “indisoluble unidad de España”, a países soberanos, ajenos al nuestro, a poderes financieros extraños… porque España no es una bandera, somos personas que vivimos y trabajamos en un territorio que nos pertenece, aunque cada vez menos… y hablaremos del derecho que tenemos a defendernos y de unirnos...

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