martes. 19.03.2024

Samuel Butler, el novelista victoriano que obtuvo el éxito con tan solo una novela

Escritor, poeta, compositor, filósofo, filólogo... obtuvo ese derecho y privilegio de unos pocos por su fuerza indiciaria y, sobre todo, por su carácter irónico y picante en el inicio de su novela. ¿Fue rompedor?

La mujer era alta, de espaldas cuadradas (recuerdo que mi padre solía llamarla una "mujer gótica"), y se había casado con el señor Pontifex cuando este era todavía muy joven y demasiado generoso y tímido para ignorar los deseos de una joven dama que le hiciera la corte.
S. Butler: The Way of All Flesh, El camino de la carne,

1903, Cap. I

Y, sin embargo, no fue El destino de la carne (1903) tan importante como para haber conseguido su propio destino en la novela inglesa. Samuel Butler (Reino Unido, 1835-1902) -escritor, poeta, compositor, filósofo, filólogo...- obtuvo ese derecho y privilegio de unos pocos por su fuerza indiciaria y, sobre todo, por su carácter irónico y picante en el inicio de su novela. ¿Fue rompedor?

(...) bajo el ataque contra la familia y la religión en The Way of All Flesh, se esconde un espíritu profundamente conservador y apegado a las comodidades y pequeños placeres de la vida burguesa 
Pilar Hidalgo, Introducción a El camino de la carne. En Las mejores novelas de la literatura universal, Vol. 5, p. 1249. Cupsa Editorial

Butler, cuyo padre era clérigo anglicano, estudió en Cambridge, en la misma universidad que su progenitor. Era la puerta necesaria para llegar al sacerdocio. En la novela, que comenzó a escribir a los treinta y siete años, si bien la revisó diez años más tarde, el protagonista Ernesto Pontifex sigue el mismo camino que el escritor, de ahí que pueda decirse que es, en parte, autobiográfica. De los setenta y cuatro capítulos de la novela, solo en los cincuenta primeros siguen las vidas de Ernesto y Samuel paralelas.

Butler no llega al sacerdocio, en contra de la vehemencia de su intransigente padre porque así fuese. Se marcha de casa y permanecerá lejos, muy lejos, a sus veinticuatro años, en Nueva Zelanda, durante cinco años. Fuese como fuese, el nexo con su padre siempre fue de dominio, contrariedad y franca oposición. Su educación desde el hogar comprendía, como no era raro o inusual en la época, las repetidas y consabidas palizas:

Es cierto que cuando se aprecia mucho el dinero, resulta difícil amar al mismo tiempo a los propios hijos (...) A los escritores, tan pronto estamos hartos de ellos, les imponemos silencio, cosa que no resulta tan fácil de hacer con los amigos.

Jorge Pontifex [padre de 'Ernesto'] debía de experimentar más o menos lo mismo respecto a sus hijos y al dinero. El dinero jamás le importunaba, nunca promovía ruidos, no era motivo de desórdenes, durante las comidas jamás vertía el contenido de las botellas sobre el mantel, ni dejaba las puertas abiertas al salir. Las rentas no reñían entre sí, ni las hipotecas le causaban el menor disgusto por temor a que, una vez alcanzada la mayoría de edad, comenzaran a contraer deudas que él, algún día, se vería obligado a saldar (...) Tal vez si los hijos hubieran podido echar una mirada a los pensamiento que animaban la mente de su padre, hubiesen podido objetarle que él no pegaba al dinero como solía hacerlo a ellos, que jamás se sentía irritado con el dinero y que esto explicaba en parte las buenas relaciones que existían entre ambos.

(...) cuando los hijos hacían cualquier cosa que desagradaba al señor Pontifex, era evidente que desobedecían al padre. No existía, en tales casos, para una persona razonable, otro dilema que el de reprimir, fuese como fuese, los actos de rebeldía e independencia, mientras los hijos eran todavía jóvenes para arriesgarse a ofrecer una oposición seria. Si ya en la infancia se lograba ahogar el espíritu de independencia -una expresión muy en boga por aquel entonces-, los hijos se acostumbran a obedecer, o en todo caso, no osaban rebelarse antes de haber cumplido los veintiún años
S. Butler: El camino de la carne, Cap. V

De nuevo en Inglaterra, comienza una nueva vida, la suya, ajena totalmente a los designios de su padre, emprende su recorrido como escritor, músico y pintor, y a sus treinta y dos años conoce a Eliza Savage en una de las clases de pintura a las que asistía. Fue, sin duda, su aliada, su confidente más afín y clave hasta su fallecimiento en 1885. En consideración suya, Butler publicó la impresionante relación epistolar que ambos sostuvieron.

Butler, en El camino de la carne, brinda una dura concepción contra la honestidad victoriana. Su objetivo es dejar claro el cinismo de un mundo figuradamente complacido, pero que educativamente estaba perdido. El novelista, no sin ironía y sarcasmo, satiriza, en este caso, las instituciones educativas. Así se expresa en este párrafo:

¡Oh, directores de escuela, si jamás alguno de vosotros lee este libro, recordad cuando algún chiquillo tímido [él siempre lo fue] y obstinado es conducido a vuestro estudio por su padre y cuando le tratáis con el desprecio que creéis merece y año tras año convertís su vida en un tormento, recordad que precisamente este muchacho podrá algún día ser vuestro futuro cronista! Y no miréis jamás a ningún pequeñín de ojos hinchados por el llanto, sentado al borde de su silla, sin deciros: "Quizás este muchacho, si no lo trato bien, revele al mundo el día de mañana qué clase de animal he sido".
Ibídem, Cap. XXV

Estamos, con toda seguridad, ante un avanzado. Su percepción de los nexos que se dan en la colectividad, en las relaciones interpersonales y en las pedagógicas e instructivas nos comunica una gran y mágica clarividencia y un importante ingenio, produciendo una conciencia sumamente resuelta para el tiempo que le tocó vivir. De esta manera, The Way of All Flesh resulta beneficiosa, válida y evocadora, inaugurado este siglo XXI.
 

Samuel Butler, el novelista victoriano que obtuvo el éxito con tan solo una novela
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