domingo. 28.04.2024

Religión y laicismo. Enrique Diego-Madrazo y Azcona (I)

Hombre religioso, Diego-Madrazo no vacila ni un instante, y en ninguna coyuntura de su vida, de la necesidad y obligación de seguir las sentencias del propio juicio y conocimiento

1. Historia del movimiento cristiano

Analizando la historia de nuestro pueblo, interpreta Diego-Madrazo:

Toda la esencia de la civilización gótica va aneja al movimiento cristiano. Aquella ligera nube que apareció en el horizonte de Judea, y que simbolizaba la protesta de la verdad contra el error, de la virtud contra el vicio, de la dignidad humana contra su propia degradación, iba á purificar el mundo con su rocío; la protesta humilde del Nazareno fué oída por corazones puros y generosos, y que se dispusieron á sostenerla en medio de una sociedad grosera y corrompida (...) (El pueblo español ha muerto?, 1903, 15).

Son los términos con que se expresa en ¿El pueblo español ha muerto?, obra que llega en 1903 como base o referencia de muchas deliberaciones y no pocas discusiones acerca de aquel momento social y político en el que tenía su existencia el país. Por eso, no hay nada de sorprendente en que el ilustre pasiego emplee el bloque de un capítulo al problema o debate religioso y su intolerancia, sobre todo porque en ese momento las propuestas que dicha materia causaba rotundamente no estaban en absoluto despejadas.

El pensamiento de D. Enrique nos abre a la idea de que resulta muy limitado, en número, el conjunto de dogmas cristianos

La Iglesia católica, causante de la decadencia nacional

Hombre religioso -con el significado que tiene esta palabra de más profundidad-, Diego-Madrazo no vacila ni un instante, y en ninguna coyuntura de su vida, de la necesidad y obligación de seguir las sentencias del propio juicio y conocimiento, y de que estos sean auténticos, es decir, la mayor coherencia posible entre las creencias y la vida, aunque aquellas no fuesen forzosamente católicas.

La Providencia sabiamente tenía dispuesto que, por más que la idea de regeneración social, de humanización, de purificación de costumbres surgiera en Galilea, en medio de la viciada civilización romana, aquel grande y sublime pensamiento tuviese fuera de ella el instrumento de propaganda, el portavoz que le hiciera oír en todas partes, y que á la vez le impusiera por su bondad en los ámbitos todos de aquel viejo imperio romano (ibidem, 16).

Sin embargo, excepto estas convicciones que podríamos calificar íntima o personal la primera, e histórica la correspondiente a la cita, el ilustre pasiego va a ir desgranando el olvido del primer y único mensaje de Jesús en cada época de la historia y el poder negativo que contradictoriamente ha tenido para la sociedad y para el hombre. En lo tocante a la educación, ni que decir tiene que, salvando el respeto que este hombre tenía a las diferentes creencias, no le era de recibo que el sentimiento religioso se le intentase implantar a la infancia, de ahí que no fuese en absoluto un incondicional del catolicismo eclesial; pero no debido a los principios de este, sino por su carácter reaccionario e integrista:

Religión.– En la escuela no se debe enseñar otra religión que la de la ciencia. En materia religiosa, la escuela ha de ser un campo neutral. Existe una moral universal inherente a la naturaleza humana e independiente de todas las religiones (Introducción a una ley de Instrucción Pública, 1918, 62).

Dicha moral, cuyos únicos límites son los de

... las leyes naturales, regula las relaciones de la vida, y en su observancia está nuestra felicidad (Ibidem).

En lo que a su anticlericalismo respecta, podemos al menos comprenderlo y quizás también justificarlo con esta anécdota:

Me ocupaba en la rectificación de Nelis, cuando, impensadamente, saltó el motivo de El fin justifica los medios.

Ello fué debido al juicio crítico que sobre mi libro Cultivo de la especie humana hizo una pluma despiadada (El fin justifica los medios, 1922, 5).

Este anticlericalismo aparecía por su severidad empírica:

La infancia debe considerarse como un territorio neutral en lo tocante a religiones (Pedagogía y Eugenesia, 1932, 97).

En eso se cifraba la línea que dividía toda la problemática religiosa que, comenzado el siglo XX, seguía sucediéndose de una forma más contaminada que nunca y donde la animadversión entre las creencias contrapuestas sobre el tema estaban más  encontradas. Y la disculpa o explicación no eran otras que determinadas cuestiones abordables que sostenía y en las que perseveraba cualquier institución liberal, se confrontaban con las libradas por la jerarquía católica:

La tal crítica [a Cultivo de la especie humana] resultaba agria y sin la tolerante serenidad que pedía una opinión expresada sin ultraje alguno. El crítico se revolvía indignado, no sólo contra las ideas, sino contra el autor, que se había limitado a exponer con lealtad sus convencimientos.

Yo entendí que desatarse airado en aquella forma acusaba bien a las claras que había dado en el blanco de unas doctrinas que le enojaba verlas en tela de juicio. (El fin justifica los medios, 1922, 5).

D. Enrique tenía muy recientes y claras sus tesis sobre la noción optimista de lo que había de ser la vida”, sobre la Naturaleza, sobre la eugenesia; por eso, acaso, no le fue difícil escribir el hilo argumental de El fin justifica los medios:

Se trataba de dos vidas en contraposición: esta vida y la otra vida; la de la tierra que tocamos y sentimos, y la creada por la imaginación de los hombres, que va más allá de ésta, y que llamamos de ultratumba (Ibidem, 9).

Para Diego-Madrazo, «el carácter, por otro lado innegable en la historia de España, retrógrado y oscurantista, que los hombres que la [Iglesia católica] formaban imprimían en la Sociedad, partiendo de un Dios temible, fustigador de la vida, irreconciliable con la alegría de vivir» (Oria Martínez-Conde, 1985, 38) se contradecía con su credo y convicciones:

Mi concepto optimista de la vida fué lo que encrespó las aguas tranquilas de sus creencias [del crítico], y en su  turbulencia removió abominaciones bíblicas (El fin justifica los medios, 1922, 6).

D. Enrique aseveraba que el Sumo Hacedor del mundo o Supremo Ser, el Gran Ser para los positivistas, habría de ser considerado de otra manera y con otros prismas:

La excomunión alcanzaba a cuantos dicen que este valle de la vida no es un valle de lágrimas, sino de dulzuras; y que en razón de esta finalidad nos debemos de orientar para gozarle como es debido (Ibidem, 6).

A la moral madraciana no se la podía mezclar con aquella otra que se disciplina a decisiones, pareceres y, sobre todo, autoritarismos

... de otra vida ultraterrena, que nos despega del mundo de la realidad (Introducción a una ley de Instrucción Pública, 1918, 62).

El pensamiento de D. Enrique nos abre a la idea de que resulta muy limitado, en número, el conjunto de dogmas cristianos que la autoridad eclesial ha determinado que estén abarcados o sujetos en los Libros Sagrados y en el mensaje de Jesús. En definitiva,

Un espíritu de sumisión religiosa era el que se revolvía colérico contra la libertad de pensar. ¡Pobre de mí! Al cantar la vida de la Naturaleza desencadené la ira que la fe religiosa guarda en sus libros sagrados. ¡No; no son alegrías, cantos de amor fraternal los que venimos a gozar en esta vida, sino inclemencias y dolores, hambre de odios para el alma, infección y putrílago para el cuerpo! El fin justifica los medios, 1922, 6).

Religión y laicismo. Enrique Diego-Madrazo y Azcona (I)
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