sábado. 20.04.2024

Ramiro Fernández Saus, el clásico del sentimiento

La visión de este pintor sabadellense estimula una reacción de asombro, frente a lo que parece una deserción de lo más reciente o convencional, resolviendo su arte con motivos de aristas, podría decirse, más románticos.

"La naturaleza no es más que un diccionario, repetía frecuentemente [Eugène Delacroix]. Para comprender bien la extensión del sentido implicado en esta frase, hay que figurarse los corrientes y numerosos usos del diccionario. Buscamos ahí el significado de las palabras, la generación de las palabras, la etimología de las palabras, en fin, extraemos de él todos los elementos que componen una frase o un relato; pero nadie ha considerado jamás el diccionario como una composición, en el sentido poético de la palabra. Los pintores que obedecen a la imaginación buscan en su diccionario los elementos que se acomodan a sus concepciones; y aun, ajustándolos con cierto arte, les dan una fisonomía totalmente nueva. Los que no tienen imaginación copian el diccionario. De lo cual resulta un enorme vicio, el vicio de la trivialidad, que es más particularmente propio de aquellos pintores cuya especialidad está más cerca de la naturaleza llamada inanimada, por ejemplo los paisajistas, que consideran generalmente como un triunfo no demostrar personalidad. A fuerza de contemplar y de copiar, se olvidan de sentir y de pensar..."

'El Arte Romántico', Charles Baudelaire, 1863.

Lo significativo de Delacroix, o de Watteau -de los que Ramiro Fernández Saus (Sabadell, Barcelona, 1961) ha seguido su huella por sus objetos, alma, sensibilidad y pigmentos-, y también haciéndolo extenso a todos los demás pintores, no deja de ser un modo especial de memoria, de recuerdo. Las configuraciones, los espacios, estados y posiciones, y desarrollos viven tallados, impregnados, atrapados. Delacroix, por ejemplo, escribía en sus libretas todo eso, seguramente con el fin de no olvidarse de la importancia y valor que tenía para él lo que pasaba o acontecía a su alrededor: "Vivo doble conservando la imagen de lo que siento", decía. Se trata de 'los pintores que obedecen a la imaginación', como apunta en el texto superior Beaudelaire.

Empieza particularizando cada visión de los detalles, los lugares, las posibles fuerzas que interactúan

En la ciencia cognitiva y psicológica se identifica la teoría de esquema, o de los esquemas, -avanzada en 1967 por R. C. Anderson (Wisconsin, 1934) en su publicación Educational psychology, 1967, y de la que se sirvió en 1926 el epistemólogo genético Jean Piaget (Neuchâtel, 1896 - Ginebra, 1980)- con el proceso según el cual nuestro cerebro, al principio, compone nuestras percepciones en objetos confusos y haciendo que nuestras disposiciones resulten indeterminadas -buen humor, desconsuelo o amargura-. Casi inmediatamente, advertimos y singularizamos esas disposiciones emotivas y objetos confusos e indeterminados apreciándolos en sentires singulares o particulares como pueden ser evocaciones, alusiones, imaginaciones, ideas, mi yo, el de los demás. Empieza particularizando cada visión de los detalles, los lugares, las posibles fuerzas que interactúan y, detrás de todo, comienzan a formarse las ideas lógicas que vienen a suceder, de manera voluntaria o no, a los esbozos visionarios de cosas, de yoes y de sus nexos, de áreas emblemáticas o alusivas; proponiendo también, por iniciativa propia, o no, esas fuerzas que interactúan por ideas separadas, pero vinculadas entre sí y organizadas.

Pues bien, toda esta epistemología casi estructuralista no está muy lejos, sino que es muy posible y fácil de utilizar o emplear en la ciencia y en la idea del trabajo de lo que es el mundo de la pintura. Sin embargo, no deja de ser accidentado comprender ni entender lo exactamente captado o conocido. Como escribe Ruskin:

"Nos encontramos no solamente en presencia de un misterio parcial y variable, provocado por la presencia de las nubes, y de vapores en las grandes extensiones de paisaje, sino que nos lanzamos hacia un misterio que constantemente reina por todas partes y que está provocado por la naturaleza infinita de las cosas. Nosotros no vemos nunca claramente. Todo objeto que miremos, pequeño o grande, próximo o lejano, encierra en sí una igual parte de misterio

Ruskin, refiriéndose a la estética de Turner. El seleccionado en negrita es propio

Como le sucede a Ramiro Fernández Saus, en pintura siempre se muestra un sinfín de medios, imágenes y de composiciones. Elegir en el interior de ese sinfín singulariza a cada artista o el proceso de selección que califica un movimiento, un momento más o menos largo de tiempo. La visión de este pintor sabadellense estimula una reacción de asombro, frente a lo que parece una deserción de lo más reciente o convencional, resolviendo su arte con motivos de aristas, podría decirse, más románticos, reconociéndose en él lo que existe, lo material, a distancia corta o más alejada, y está caracterizado con un procedimiento palpable. Es su técnica y su arte.

Puede aparecer en el luminoso rincón de la frondosidad del bosque tropical paradisíaco un lector, echado en su diván, con un libro con el título REVES -sin la tilde circunfleja-, significando 'sueños'. Otra tela en donde la misma persona, apoyada en una roca, está pensando, o tal vez prestando atención al murmullo abstraído del universo natural en el que está inmerso. Uno más en que, en un afectuoso crepúsculo del día, dos apasionados palpitan su amor. Pueden ser datos que relacionan a este barcelonés no solo con Delacroix y Watteau, sino también con el poeta y pintor Henri Rousseau (Laval, Francia, 1844 - París, 1910).

Quienquiera que desee conocer sus innumerables exposiciones individuales y colectivas, en cualquier lugar de Internet puede hacerlo, así como en cuanto a los premios con los que ha sido galardonado. Lo mismo decir de sus colecciones y museos.

Ramiro Fernández Saus, el clásico del sentimiento
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