jueves. 25.04.2024

Se fue como una exhalación, Antonio García, con quien tantas cosas ambicioné

Veo amanecer, lluvia de cristal.

Poeta por afición y vital necesidad, a Antonio no le era difícil marcarse con unos versos en el trabajo, en el campo, con sus amigos o en un mitin. Nos congratulábamos con él, cómo los expresaba y por el alma que ponía. A veces, se paraba unos segundos buscando y adivinando el enlace entre lo que quería decir y la rima. El resultado era bello en este rapsoda.

Después de treinta años ejerciendo de cántabro, en 1987 vuelve a Córdoba para siempre, aunque volvería de visita de médico a Santander alguna vez, para ver a sus tres hijos mayores. Cuando ya preparaba esa marcha definitiva, los de aquí sabíamos que ya no regresaría más para vivir en Cantabria con los amigos que dejaba, con las montañas y naturaleza que tanto hicieron de musas para su corazón y su vida. También para su rápido término anunciado.

Todos los que vivimos con él siempre le recordamos por todas partes

Lo conocimos hace cincuenta años. Mi chica, que ahora es mi mujer, trabajaba de enfermera en el botiquín de Corcho, una fábrica de cocinas de alrededor de mil trabajadores. El trabajo en cadena era casi nuevo en estos lares. Así que solían acudir para curarse sus dolencias físicas y psicológicas a veces regueros de operarios; en suficientes casos, por la novedad de ver en la fábrica a una mujer, y joven. El médico le había prevenido a ella que tanto trasiego no era normal, y que apuntase a los que acudían al botiquín. Y le llegó el turno a Antonio, mosqueándose la enfermera -llevaba una mañana muy agitada con tanto enfermo haciendo cola-:

-Hola, señorita, vengo porque me encuentro muy cansado. A ver si puede mirarme la tensión.

No se encontraba nada bien.

-La tiene usted muy baja. Tiene que venir cuando vuelva el médico, para que le mire con más detenimiento.

Y se quejó de su trabajo de muchas horas en un rincón oscuro y sucio, con una máquina que disparaba las piezas a una velocidad y fuerza letales, y solo, lejos de los demás obreros, castigado después de la huelga de Standard en Maliaño y posterior encarcelamiento-. Se quejó de la forma en cómo debía sacar a una familia de cinco hijos para adelante, de que cuando salía de allí tenía que atender un pequeño número de ganado y su huerta afamada por todo el pueblo. Siempre he pensado que los andaluces tienen un mucho de árabes: conocen la tierra y saben cuidarla. La riqueza del campo andaluz se trasmuta con una propiedad inexistente de los más, de los que la trabajan y subsisten con y por ella.

-A ver cuándo alguien puede arreglar esta situación…

Con cierta dureza, sin saber quién era el interlocutor, con ira y sabiendo que estaba diciendo algo inconveniente en el trabajo, ella protestó:

-Sí. Franco lo va a arreglar…

A él se le iluminó la cara y la miró sonriendo:

-¿Qué dice usted? Que no, ¿verdad?, ¿que Franco no lo va a arreglar…? Y yo, que el otro día, desde mi rincón oscuro donde trabajo con una máquina muy peligrosa, la vi pasar con su uniforme blanco, con los jefazos enseñándole a usted la fábrica, pensé que era una señorita distante, veo que usted es muy humana.

Pocos días más tarde, con las recetas del médico, se recuperó.

Nació en una familia hacendosa y obrera, cabal y extensa cuyo abuelo Alfonso le enseñó las más elementales normas de conducta en cualquier actividad

Todos los que vivimos con él en Cantabria y los que en Sevilla y en Córdoba siempre lo tuvieron presente, a pesar de su ausencia de casi tres décadas, siempre le recordamos por todas partes, sin duda, porque siempre aparecía y aparece en lo luminoso, en la sabiduría natural, en lo diáfano… Es para siempre el tributo de ternura, amistad y cariño que le debemos a este hombre peculiar por lo desinteresado y brillante que fue, y ahora descansa entre la avena y los girasoles de su tierra que rebosa arte. Antonio se adaptó como pudo por no ver la luz del sur siempre entrante por el techo, recta y directa de Andalucía. Se acostumbró a la luz de prado verde, de mañana de rocío, a la luz no madrugadora de vacas ordeñando.

Nació en una familia hacendosa y obrera, cabal y extensa cuyo abuelo Alfonso le enseñó las más elementales normas de conducta en cualquier actividad, según su primo Alfonso Nieto Alcántara que prologa El Canto de la tórtola (2012), el libro que escribe una hija de Antonio, Carmen Soledad García Gutiérrez, y en donde hace una interesante biografía de su primo Antonio, no exenta de un inmenso cariño, un gran respeto y una explícita admiración por él:

Hay que afrontar la vida con seriedad y responsabilidad y hay que ser responsable en el trabajo, con la familia y respetar a las demás personas.

Como tantos niños y jóvenes que sufrieron la resaca de la guerra que duraría cuatro décadas, Antonio, sin haber cumplido diez años deja la escuela y empieza a trabajar de cabrero:

Entre Córdoba y Sevilla

Entre Córdoba y Sevilla en medio de las campiñas,

con nueve años de edad, cuidaba yo unas cabrillas.

Allí me llevó mi padre, a un cortijo de los grandes, para que ganara el pan, si no quería pasar hambre.

El jornal que él ganaba era tan mísero y pobre,

que no podíamos comer, ni siquiera por las noches.

Éramos cinco hermanitos, de los cuales yo el mayor.

Cuando salí de mi casa, mi madre fuerte lloró.

Mi padre me dejó allí, en medio de las campiñas,

Y se despidió de mí, con una amarga sonrisa.

Yo le seguí con la vista todo lo que me alcanzó.

Cuando vi que estaba solo, se me partía el corazón.

Entonces empecé a llorar y empecé a pedirle a Dios,

que me llevara a mi casa, que no podía resistir

aquella pena y dolor.

Pero Dios, sin escucharme, conmigo mal se portó

y allí me dejó solito, con mi pena y mi dolor.

Por eso hoy que he crecido y soy bastante mayor,

no creo en dioses ni en demonios ni en ninguna religión.

Solo sé que hay hombres malos, que tienen mal corazón,

y que explotan a los obreros sin caridad y sin razón.

Aunque yo no sé leer, porque soy analfabeto,

pero sé lo suficiente y tengo buen sentimiento;

y no vamos a permitir que esto siga sucediendo.

Nos uniremos los obreros y campesinos del  mundo entero,

para que todos los niños tengan sus buenos colegios,

y los padres ganen lo suficiente para poder mantenerlos.

Esto hay que conseguirlo, obreros del mundo entero,

y, aunque reviente la tierra, lucharemos todos juntos

y acabarán los tiranos de “toíto” el mundo entero.

Antonio García Nieto

Apurada su adolescencia, conoce a María del Carmen Gutiérrez, una joven que será su amor y llevará para siempre su corazón en el suyo, tal fue su adoración por ella:

Andalucía

Aunque yo vivo en el Norte, yo solo vivo de día,

que de noche, cuando duermo, me traslado a Andalucía.

En los sueños que yo tengo, yo veo los olivares,

el Guadalquivir, sus campiñas y también muchos trigales.

Esa tierra tan bonita, con ese sol que la baña, si estuviera repartida,

y todo el campo poblado, lleno de blancas casitas,

en el mundo no habría otra como ella de bonita.

Por eso sueño despierto con esa tierra tan grande,

a la que yo quiero tanto, la quiero como a mi madre.

Cuando yo en ella vivía, era muy rico y muy grande,

me bañaba en el Genil y olía los naranjales,

ese olor del azahar que no hay nada que lo iguale.

Y también tenía una novia con unos ojos muy grandes,

a la que yo veía de noche, cuando se dormía su madre,

que me esperaba en la reja, con un ramo de jazmines

y con un clavel muy grande.

Por eso sueño despierto, y no pierdo la alegría,

que, aunque yo vivo en el Norte, yo solo vivo de día.

Que de noche, cuando duermo, me traslado a Andalucía.

Antonio García Nieto

Carmen, maestra y su hija pequeña, salda la deuda que ella contrajo en cuanto a la lucha social sin ruido que llevó a cabo su padre en momentos difíciles con esta recopilación de poemas escritos para él:

A mi padre

A su pasión por el canto de las tórtolas,

por ser el primer poeta que me recitaba y

cantaba.

A la deuda que tengo con él.

A su forma constante de cuidarme.

A su manera peculiar de amarme.

Hablándome siempre de la realidad.

A su compromiso serio con la vida, la suya y

la de los demás.

A ese amor por sus hijos, y el deseo incesante

de construir un mundo mejor para ellos.

Más sensato, más justo, más humano y

equilibrado.

A ese pasador del pelo que me regaló una

tarde al salir del médico.

A su gran lealtad con los amigos. A la

entrega insaciable de los más desprotegidos.

A su tiempo robado de pérdida de libertad.

Gracias por engendrarme, por enseñarme.

Hoy, ya una mujer, aún descanso en tu

regazo…

Mientras, me cantan las tórtolas al paso.

Carmen Soledad García Gutiérrez

El libro se lo dedica a sus hermanos:

A mis Cuatro Hermanos

Por la unión que aún mantenemos, y el amor que

nos profesamos.

Fruto de la permanente lucha de nuestro padre,

que mantuvo por su propia existencia y la de su gente.

Porque los cinco sabemos que su gran compromiso

con la sociedad…

ha sido nuestra gran herencia.

Que la aprovechen, y nosotros también.

Se fue como una exhalación, Antonio García, con quien tantas cosas ambicioné
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