viernes. 26.04.2024

Amor a primer viaje

Y sin quererlo, me vi envuelto en mi mayor deseo, mirando por la diminuta ventana del avión, observando la inmensidad del cielo, agarrado de la mano de mi compañera de viaje

Londres, Berlín y Amsterdam. Había planeado tantas veces hacer este viaje, que ya ni recordaba cuando empecé a organizarlo. ‘El viaje de mi vida’, así lo hice llamar en mi lista de viajes que hacer antes de morir. No sé dónde fue, si en el transcurso de Berlín a Amsterdam o de Amsterdam a Santander, que algo en mí cambió. Ya no me sentía mal al viajar solo, al contrario, me había apasionado por los viajes en solitario.  Reconozco que al principio tuve miedo, pero ocurrió algo en este viaje que hizo que mi vida diera un giro de ciento ochenta grados.

Me encontraba a escasas horas de tomar mi vuelo de Londres a Berlín. Como en cada viaje, los nervios se apoderaban de mi estómago. Siempre he creído en las señales, y el nerviosismo que ahora sentía lo interpretaba como un buen presagio. No paraba de mirar entre la multitud, esperando a que algo sucediera. Pero nada, no sucedió nada.

Justo cuando estaba saliendo del avión, sentí un escalofrío recorriéndome la espalda. Acababa de entrar en tierra alemana, y mi instinto me pedía caminar, perderme entre sus calles, visitar sitios y vivir mil aventuras. Lo mejor de viajar solo es poder ir donde quieras, cuando quieras y sin necesidad de darle explicaciones a nadie.

Una vez instalado en el hotel, con guía en mano, me apresuré a la aventura. Comencé a callejear, buscando algo simbólico que me llamara la atención. Después de un par de horas andando, hacia el fondo de la calle vi la Puerta de Brandenburgo, imponente, con cuatro caballos en lo más alto. Una vez debajo, decidí sentarme a descansar, relajarme y, sobre todo, disfrutar de las vistas. Hacía una brisa agradable, y un tímido sol que dejaba entrever los últimos rayos de la tarde. Cerré los ojos, y disfrute de ese momento.

Mi instinto me pedía caminar, perderme entre sus calles, visitar sitios y vivir mil aventuras

Mi momento de paz se vio interrumpido instantes después, cuando alguien posó su mano en mi hombro. Y otra vez sucedió. Otro escalofrío recorrió todo mi cuerpo, pero esta vez más intenso. Abrí los ojos sobresaltado, para ver de quien se trataba, pero pasaron treinta segundos hasta que me gire, los cuales se me hicieron eternos.

De repente, ocurrió la mayor de las casualidades. A miles de kilómetros de casa, perdido por el mundo, sin móvil y sin rumbo fijo, me encontré con ella, con la que había sido la musa de mis sueños durante tantos años y de la que perdí la pista al acabar el instituto. Era ella sin duda, no había cambiado nada, seguía igual, parecía como si los años no hubiesen pasado por ella. Sus ojos grandes de color miel, su pelo rubio y su sonrisa perfecta, provocaron que mi corazón dejase de latir por uno y comenzara a latir por dos.

Comenzamos a hablar, nos pusimos al día, reímos e incluso lloramos. Después de varias horas hablando, me di cuenta de que a veces debemos abandonar algunas cosas buenas con el fin de elegir otras que son mejores. Cómo es el destino, jugando sus cartas, sorprendiéndonos a cada paso, enrevesado nuestros caminos, complicándolo todo y a la vez regalándolo.

Desde entonces creo en el destino, en que el mundo es un pañuelo, en que nada sucede por que sí. Y sin quererlo, me vi envuelto en mi mayor deseo, mirando por la diminuta ventana del avión, observando la inmensidad del cielo, agarrado de la mano de mi compañera de viaje, volviendo a mi Cantabria querida. ¿Qué más podría pedir?

Desde luego, me entregué de lleno a la aventura de viajar, y enamorarse es una de las aventuras que jamás nos cansaremos de experimentar.

Amor a primer viaje
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