viernes. 26.04.2024

Resaca electoral

No deberíamos cerrar los ojos a una realidad incontestable: Cataluña no quiere seguir en España en el modo en que lo está ahora, aunque soy de los que creen que serían mayoría los que en otro marco estarían dispuestos a mantener sus vínculos con España.

Lo ocurrido en la jornada electoral del 27 de septiembre en Cataluña ha dejado unos datos de los que extraer algunas interesantes conclusiones.

En primer lugar, convendría aclarar que este proceso electoral ha funcionado realmente como un proceso trampa, y me explico. Formalmente las elecciones fueron convocadas, como no podía ser de otro modo, como unas elecciones autonómicas pero, de facto, se convirtieron en un plebiscito en el que se dilucidaba el camino a la independencia de Cataluña.

La candidatura de unidad de Convergencia y ERC (fuera quedó la CUP), el propio nombre de la plataforma, “Junts pel Si”, y la absoluta marginación de los asuntos de la gestión política ordinaria confirmaban la voluntad de los Mas y Junqueras de convertir las elecciones autonómicas en un plebiscito. Y hay que reconocer que en esto Convergencia y ERC acertaron de pleno puesto que la campaña electoral se polarizó desde el primer momento entre los partidarios del sí y del no a la independencia, convirtiéndose en el único eje de campaña. No ha sido esta una campaña de finos matices. Blanco o negro, y los que quisieron hablar de grises lo han pagado muy caro.

El resultado de estas elecciones plebiscitarias ha sido el siguiente: las fuerzas que apostaban indubitadamente por la independencia (Convergencia, ERC y CUP) tienen en 2015 el mismo resultado que cosecharon en 2012 (47,78% y 47,84% respectivamente). Ahora bien, lo que sí ha conseguido la estrategia plebiscitaria es que la opción más auténtica y radical en torno al sí a la independencia, la CUP, haya pasado del 3,48% en 2012 al 8,21% en 2015, y de 3 diputados de entonces a los 10 escaños de hoy. Por el contrario, los mentores de la estrategia agrupados en Junts pel Sí (Convergencia y ERC) han pasado de tener 71 diputados y un 44,36% de los votos a tener 62 escaños y el 39,57% de apoyo electoral. En definitiva, la fuerza más genuinamente independentista, ajena por completo a las responsabilidades de gobierno y con un discurso extremista hasta el punto de llamar a la insurrección, han sido los beneficiarios del fino estratega Mas a quien, por cierto, parecen no estar dispuestos a apoyar como President.

Por el lado de los contrarios a la independencia, cada uno con sus propias siglas y bajo su propio paraguas, las cosas han ido de manera similar. Ha sido Ciudadanos, fuerza genuinamente unionista y ajena, como la CUP, a las responsabilidades de gobierno, quien ha recogido los frutos de la estrategia de tensión plebiscitaria. En verdad, han sido los verdaderos triunfadores de la jornada pasando de 9 a 25 diputados.

El panorama, pues, es de lo más confuso. Los ganadores de las elecciones, Junts pel Sí, sin embargo, han perdido su apuesta plebiscitaria (los contrarios a la independencia han superado en votos a los partidarios), han reducido la representación parlamentaria que tenían por separado y, para colmo de males, los beneficiarios de su estrategia, la CUP, no están dispuestos a apoyar a Mas como candidato a la presidencia de la Generalitat.

Tras tres elecciones en 5 años, Cataluña se despierta con un negro panorama de gobernabilidad, con una sociedad dividida por la cuestión soberanista y con un mapa territorial muy dispar. En tanto que en las provincias de Lleida y Girona el independentismo ha pasado holgadamente la barrera del 60% (63,31% y 64,72% respectivamente), en las provincias de Barcelona y Tarragona no han llegado al 50% (44,34% y 48,98% respectivamente).

Por otro lado, si observamos los apoyos de quienes defienden el llamado “derecho a decidir”, opción en la que se sitúan la formación de Pablo Iglesias e Iniciativa, es indudable que hay una amplia mayoría (más del 56%) en torno a esta tesis.

Al resto de formaciones políticas la dinámica de polarización de la estrategia plebiscitaria les ha pasado factura, claro que a unos más que a otros. Así, Unió ha sido borrada del mapa electoral. La candidatura integrada por Podemos e Iniciativa ha cosechado un claro fracaso quedando muy por debajo de sus expectativas. Del PP, qué decir: ha cosechado el peor resultado de su historia. Queda seriamente tocado y con un papel residual y subalterno en la política catalana.

Y en cuanto al PSC, cabe decir que ha vencido a las encuestas, es decir, que ha obtenido un mejor resultado en clave de lo que se esperaba pero su porcentaje de apoyo electoral (el 12,72%) y sus 16 diputados en estas elecciones frente al 18,32% y 28 diputados en 2010 da una idea clara del fuerte deterioro electoral experimentado por los socialistas en estos últimos años, si bien es justo reconocer que con Iceta parece haberse puesto freno a esta tendencia. Una gran campaña apoyada en un discurso sólido, integrador y solvente pueden haber marcado una nueva etapa para el socialismo catalán.

Quisiera terminar recordando que de la cuestión territorial se viene discutiendo en España desde el siglo XIX lo que, sin duda, nos pone en la pista de la especial complejidad que entraña encontrar una fórmula válida de convivencia fructífera entre todos los españoles. Cualquier avance en esa dirección requerirá, sin duda alguna, de grandes dosis de realismo, diálogo y negociación. No deberíamos cerrar los ojos a una realidad incontestable: Cataluña no quiere seguir en España en el modo en que lo está ahora, aunque soy de los que creen que serían mayoría los que en otro marco estarían dispuestos a mantener sus vínculos con España.

Al próximo Gobierno de España le corresponde la hercúlea tarea de encontrar una nueva fórmula de convivencia que conjure el desafío soberanista que, no nos engañemos, no va a desaparecer a menos que tenga enfrente una alternativa sólida, razonable e incluyente. Veremos.

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