Lluvia en Cantabria

Cuando oigo las frases "qué tiempo tan malo hace", "otra vez lloviendo", como si me pinchasen, no puedo reprimir un casi grito de protesta "Cantabria es así porque llueve"...

Y yo, que soy del Mato de toda la vida, lugar encantado de Cantabria, florezco y vivo cuando veo llover. Amante del viento del oeste, me siento como los animalillos y plantas que habitan el lugar. Fue allí en donde transcurrió mi infancia y adolescencia, un lugar en el que debajo de mi casa se encontraba la Cueva de Momiján y un riachuelo que salía de ella y rebosaba los prados cuando llovía con ganas. El regalo que nos ofrecía era un espectáculo. Aún perduran en mí esas sensaciones tan estimulantes.

Revivo y medro cuando llueve, me llena de evocaciones, y mis endorfinas nacen y crecen como las hierbas y los brotes de los pequeños arbustos

Aprendí entonces a olfatear los vientos y a saber que el viento del oeste -el gallego, como lo llamaba mi abuela- traía las lluvias que hacían piar de alegría a los pajarillos, brotar las pequeñas flores de primavera y esconderse a las gallinas.

Revivo y medro cuando llueve, me llena de evocaciones, y mis endorfinas nacen y crecen como las hierbas y los brotes de los pequeños arbustos que pronto se convertirán en laureles, encinas, fresas salvajes escondidas... Andar bajo la suave morrina, ver la cellisca entre los cristales adivinando cuánto durará, dejarse adormecer por el tintineo del goterial, ponerse al asubio si te encuentra la lluvia en la calle, son placeres naturales, regalos de la naturaleza para mí, para todo lo que existe y me rodea. El origen.

Cuando oigo las frases "qué tiempo tan malo hace", "otra vez lloviendo", como si me pinchasen, no puedo reprimir un casi grito de protesta "Cantabria es así porque llueve"..., y me gustaría, como cuando íbamos con nuestros impermeables, katiuskas y paraguas al colegio de las monjas de Villanueva, cantar otra vez

Que llueva, que llueva,

la Virgen de la Cueva,

los pajaritos cantan,

las nubes se levantan

que sí, que no,

que caiga un chaparrón

con azúcar y turrón (...).

Y al día siguiente, al escampar, niños y niñas en grupo meternos a los charcos más grandes, con cuidado que no se nos metiese el agua por encima de las botas. Somos muchos los cántabros que nos encanta el sol, después de haber llovido.

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