miércoles. 24.04.2024

La fuerza del silencio

Vivimos tiempos en los que nuestro lastre histórico parece entorpecer aún, y quizás más que nunca, nuestro eterno camino de salida del rincón oscuro de la historia.

El pasado viernes 13 de septiembre se celebró en las Caballerizas del Palacio de la Magdalena de Santander un emotivo acto de recuerdo y homenaje a los represaliados del franquismo que desde 1937, y durante más de dos años, pasaron por el campo de concentración que estuvo ubicado en ese emplazamiento. Fueron unos mil cuatrocientos hombres los que, en este lugar, sufrieron el hambre, el frio, las enfermedades, las torturas, los asesinatos, la barbarie, la crueldad y la infamia, que en este idílico paraje de nuestra ciudad alcanzaron cotas difícilmente imaginables hoy en día.

Más de trescientos cincuenta voluntarios recreando una de las imágenes simbólicas de este lugar, la de los presos en formación en una misa de Domingo, una sucesión de hermosos poemas como sonido de fondo y, en el inicio del acto, la apabullante fuerza de un minuto de silencio absolutamente sobrecogedor, rasgaron para siempre el velo con el que algunos han pretendido ocultar la terrible historia que se cierne sobre este lugar.

De todas las historias de la historia la de España es la más triste porque acaba mal y parece que, según algunos, nada podemos hacer al respecto... ¿Nada?

Fue en un poema de Jaime Gil de Biedma, titulado 'Apología y Petición', en el que leí una frase que, desde entonces, ha quedado grabada para siempre en mi memoria y que dice así: “De todas las historias de la historia sin duda la más triste es la de España, porque acaba mal.”

La enorme carga de pesimismo histórico de la expresión es compartida por quien les habla. En esa misma línea se expresaba el mismo autor en una carta que en 1962 dirigía a Juan Ferraté y en la que decía lo siguiente acerca del futuro, hoy presente, de nuestro país: “Nuestro porvenir consiste en convertirnos en el menos desarrollado de los países desarrollados. Es decir: adquiriremos nuevas miserias y nuevos defectos sin perder ninguno de los antiguos".

La lucidez del poeta, plasmada en estos y otros escritos hace más de cincuenta años, vislumbraba la España del presente. Vivimos tiempos en los que nuestro lastre histórico parece entorpecer aún, y quizás más que nunca, nuestro eterno camino de salida del rincón oscuro de la historia. Hablamos del lastre que suponen las revoluciones fracasadas, los sueños de emancipación frustrados, las aspiraciones de empoderamiento no colmadas, las libertades vaga y tardíamente conquistadas, los engaños y desengaños consumados, las derrotas acumuladas. Pero sin duda nuestro mayor lastre es la incultura y la desmemoria que nos hace, perpetuar nuestros defectos.

Efectivamente de todas las historias de la historia la de España es la más triste porque acaba mal y parece que, según algunos, nada podemos hacer al respecto salvo olvidarla o tergiversarla... ¿Nada?

Cada vez que decidimos ignorar el contenido de esos espacios en blanco de nuestra historia reforzamos las cadenas que nos mantienen atados al yugo de quienes pretenden privarnos de criterio propio

No sé si alguna vez les ha ocurrido el estar leyendo un libro y encontrarse una, o varias, páginas en blanco. Lo más fácil sería pasarla y no hacerse preguntas (ya recuperaremos el hilo). Sin embargo, lo más común es que de inmediato nos preguntemos si ese trozo perdido del relato, de cuyo conocimiento hemos sido privados, cambiará en algún modo el sentido de toda la historia.

Lo mismo ocurre con nuestra memoria individual y colectiva. Cada vez que decidimos ignorar el contenido de esos espacios en blanco de nuestra historia, por temor al dolor que nos cause rellenarles y dotarles de sentido, reforzamos las cadenas que nos mantienen atados al yugo de quienes pretenden privarnos de criterio propio y nublar nuestra capacidad de juicio.

Actos como el celebrado este viernes en La Magdalena son los que rellenan esos huecos vacíos de la historia arrojando luz a nuestro presente.

No podemos cambiar esa historia, pero podemos escribir su epílogo, convirtiendo pesimismo en esperanza

No podemos cambiar esa historia, pero podemos escribir su epílogo, convirtiendo pesimismo en esperanza. Porque lo del viernes en La Magdalena más que un acto de homenaje a las víctimas del franquismo, de un régimen criminal y genocida que planificó y ejecutó una minuciosa política de exterminio de aquellos a quienes consideraba adversarios y contrarios a sus intereses, que lo fue, fue también un llamamiento al aprendizaje de los errores cometidos en nuestro pasado. Fue un grito de silencio para que nunca más, en nuestro país, el lenguaje de las armas se imponga a la fuerza de las palabras y de la razón. Fue una contribución al entendimiento, la paz y a la concordia entre hermanos. Fue una ventana abierta al amor entre iguales por encima de todo, al repudio de la violencia y del derramamiento de sangre en cualquiera de sus formas. Fue una apuesta por la reconciliación frente a la confrontación, desde la memoria y el reconocimiento. Fue una invitación a que hagamos que las lágrimas del pasado rieguen de esperanza el futuro. Fue un homenaje a la dignidad y a la libertad del ser humano, por encima de bandos y de ideologías. Fue un bálsamo con el que disipar el dolor que han provocado tantos años de silencio y de olvido impuestos. Fue una conjura para que nadie, nunca más en nuestro país, tenga que llorar a sus muertos en silencio. Fue una advertencia para quienes hoy, los mismos de siempre, pretenden volver a enfrentarnos. Fue una invitación a construir nuestro futuro, entre todos y sólo contra aquellos que predican y actúan desde la sinrazón, la violencia, el fanatismo y la intolerancia porque ellos, son los únicos que no tienen un sitio entre nosotros.

Por todo ello, solo podemos dar las gracias a quienes el pasado viernes, hicieron todo esto posible.

La fuerza del silencio
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