viernes. 29.03.2024

Homeopatía política

La homeopatía funciona en algunos contextos, como el político. Una CUP ínfima y casi diluida ha curado el proceso independentista que agonizaba por falta de votos.

Como ya prometí, mejor dicho, amenacé, un día de estos dedicaría unas líneas a un fenómeno muy interesante desde el campo de la psicología humana. Me refiero a la homeopatía. Y digo desde la psicología porque, supongo yo, estudia esa tendencia que tenemos los ‘primates humanos’ (como nos recuerda Pablo Herreros Ubalde) a creer ciegamente en lo no probado. Michael Shermer, en The Believing Brain, asegura que aceptamos sin más las supuestas pruebas que apoyan nuestras ideas, mientras que nos mostramos escépticos con las que son contrarias, considerándolas parciales o interesadas.

Pero al método científico, del que soy ferviente defensor porque ha mejorado notablemente nuestra calidad de vida, no le vale el “a-mi-me-funciona”, argumento preferido de los defensores de la homeopatía, esa religión que inventó el alemán Samuel Hahnemann en 1800. A fecha de hoy, ni un solo estudio científico avala su efectividad, y los pocos que decían confirmarla (mil veces citados) son refutados a poco de ser publicados, por metodologías dudosas o directamente por fraudulentos.

La memoria independentista es notablemente selectiva: Prefiero mantener un sistema capitalista conservador de recortes sociales pero genuinamente catalán que seguir luchando por los derechos sociales

No vamos a entrar hoy en todas las bases de esta creencia, porque con una tengo bastante para construir mi receta política. Los homeópatas (“hay médicos que la recetan”; también hay médicos que no pagan todos sus impuestos, y no por ello son todos unos defraudadores) nos explican que se diluye en agua una cantidad muy pequeña de una sustancia, casi siempre la misma que produce la enfermedad. (No quiero ni pensar en el método homeopático, si existiera, para curar el ébola).

Esa disolución, con una ínfima cantidad de principio activo, se diluye en 100 partes, y después se repite el proceso. Finalmente obtenemos un líquido compuesto por agua y nada más. Cuando se les pregunta a los “expertos” de esta supuesta medicina alternativa, aseguran que ese líquido, que puede adquirirse en las farmacias a un precio desorbitado, es efectivo porque el agua “tiene memoria” y recuerda las virtudes del principio activo con el que estuvo en contacto. Sic.

¿Que el agua tiene memoria? Tenía sed, pero he mirado el vaso con agua del grifo que me iba a beber y me he preguntado: ¿Las moléculas de este líquido, aparentemente cristalino e inocuo, han pasado por el Ganges? ¿O por Rio Tinto? O aún peor, ¿por mi propio inodoro? ¿Recuerdan el pútrido ambiente por el que pasaron? ¿O es que la memoria del agua tiene fecha de caducidad, como los yogures antes de Cañete? No se por qué, pero ya no tengo sed.

Vivimos la era de la prestidigitación política. Nada por aquí, nada por allá, levanto el velo y dos diputados de la CUP ahora son de Junts Pel Si

Y, por fin, la gran pregunta que me corroe: Las aguas del Ebro que nacen en Cantabria, ¿recuerdan sus orígenes constitucionales al llegar a Cataluña? ¿O quizá allí otras moléculas de H20 más entregadas a la causa les convencen de que el  famoso ‘ciclo del agua’ debe ser exclusivamente catalán y, en consecuencia, no pueden llover en Aragón, aunque esté cerca, y aún menos en ese Madrid que nos impide gestionar nuestra propia y diferenciada evaporación y condensación?

Y aunque la homeopatía nos plantea más problemas que soluciones, sí que funciona en algunos contextos, como el político. Una CUP ínfima y casi diluida ha curado el proceso independentista que agonizaba por falta de votos. Hay que matizar que esa memoria independentista es notablemente selectiva: Prefiero mantener un sistema capitalista conservador de recortes sociales pero genuinamente catalán que seguir luchando por las clases trabajadoras y los derechos sociales, que ya no son una prioridad ante “el mandato popular”. Lo que siempre ha sido: “Será un cabrón, pero es un cabrón de los nuestros”.

En tiempo de mis antepasados, eso les hubiera costado una guerra púnica, como mínimo. Pero vivimos la era de la prestidigitación política. Nada por aquí, nada por allá, levanto el velo y dos diputados de la CUP ahora son de Junts Pel Si.

La política, desde los clásicos griegos, siempre ha sido el arte de gestionar no los hechos, sino las sensaciones. Ahora se imponen los efectos especiales, las grandes frases y los gestos emocionales. ¿Y los hechos? Los que afectan a mi vida diaria: Mi contrato laboral, mi pensión, mis impuestos, mi sanidad, la educación de mis hijos. Ahora mismo son menos importantes que nunca. Pero que más da, “a mi me funciona…”, dicen los promotores de la “nueva política”.

En fin, espero y deseo que el agua no tenga memoria, o al menos que tenga la misma que esos votantes a los que les quitan el reloj mientras miran ilusionados el conejo de la chistera. Y no solo en Cataluña. Pero esto tampoco es nuevo, es una constante, como la energía.
 

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