martes. 23.04.2024

Gato encerrado

Los avances de la ciencia, aunque ahora mismo no sepamos para qué sirven, sí que resultan, de momento, útiles para explicar algunos fenómenos de nuestro agitado panorama político español. Por ejemplo, qué mejor que el principio de incertidumbre para definir el galimatías en que nos encontramos tras la “fiesta de la democracia”.

Tras una pausa publicitaria (electoral) este humilde descendiente de los clásicos se anima a pasear su ironía subjetiva con la perspectiva que dan los años, que no la experiencia, siempre insuficiente. Intentaré contribuir a la divulgación de la cosa científica, esa que no valoramos con suficiencia pero nos alarga la vida más allá de lo que algunos querrían. 

La cosa hoy va de gatos. Pero no esa manada infinita de mininos que invaden internet y, antes, los ‘videos de primera’, que al final son una constante, como la cosmológica.

Siempre es una buena estrategia para reforzar la moral de tus huestes encontrar un enemigo exterior fácilmente identificable. Para las fuerzas emergentes, ha sido el bipartidismo

Me refiero al gato de Schrödinger (¿no se podría llamar Donald o Turner?). Este científico austriaco de nombre impronunciable (¿se lee la diéresis? Es más, ¿qué pinta encima de una o?) se inventó esta metáfora para explicar una de las características mágicas de la mecánica cuántica. Esa mecánica de lo pequeño que desafía nuestra intuición. Por ejemplo, que solo por observar un fenómeno cuántico, ya lo estamos modificando. En este caso, un gato en un caja (con agujeros, eh?, no vaya a ser que los Animalistas me denuncien, porque ya pintan más que Rosa Díez) cuya vida depende de que un electrón interactúe o no sobre un mecanismo que expandirá un veneno, resulta que está muerto y vivo a la vez. En resumen, no hay manera de saber como está el gato, de ahí la paradoja,  más conocida como “Principio de Indeterminación o de incertidumbre”. Ahora mismo, un gatito ha muerto en internet por mi atrevimiento de compartir cosas raras de científicos. O quizá no.

Es lo que tiene la mecánica cuántica, que no hay Dios de saber por donde nos va a salir. Otro caso de esta misteriosa y sorprendente rama de la física digna de Iker Jiménez, es lo que, aplicada a los santos, los cristianos llaman ‘bilocación’. O sea, estar en dos sitios a la vez. La dualidad onda-partícula hace posible este fenómeno, probado experimentalmente pero aún no suficientemente explicado. No es ciencia ficción, es ciencia a secas.

Resulta que los avances de la ciencia, aunque ahora mismo no sepamos para qué sirven, sí que resultan, de momento, útiles para explicar algunos fenómenos de nuestro agitado panorama político español. La cabra siempre tira al monte. Por ejemplo, qué mejor que el principio de incertidumbre para definir el galimatías en que nos encontramos tras la “fiesta de la democracia”, que debiera ser abstemia.

Ese bipartidismo, aun siendo electoralmente injusto con algunas formaciones menores no nacionalistas, ha sido deseo de los españoles

Aunque no para todos. Me da la impresión, seguramente errónea, de que Iglesias-Errejón actualmente en estado de gracia, no tienen dudas sobre su estrategia, que no es otra que buscarle tres pies al gato al PSOE. Y para ello, emplea el siempre útil fenómeno de la bilocación: Ahora pago la deuda soberana, ahora no; ahora soy de izquierda, ahora soy de los de abajo (donde vive el portero, abajo a la izquierda); ahora soy comunista maoísta y ahora soy socialdemócrata. Y todo al mismo tiempo. Ni San Francisco de Asís era tan hábil. Y como buen profeta -hablo de Pablo Iglesias junior- de cuando en cuando nos deja ver un poco de “la verdad revelada por la ciudadanía”.  Warren Sánchez pero en doctorando.

Y con la otra fuerza emergente, el Ciudadano Rivera, sí que había gato encerrado. Hasta el último minuto no desveló su querencia por el PP, no vaya a ser que los votantes despistados se den cuenta de la jugada propia del Mercado de Futuros. Incluso con menos votos de los previstos, sigue siendo el yerno que desearían muchas jubiladas del barrio Salamanca. Incluso Esperanza Aguirre, si estuviera jubilada.

Y no me olvido del bipartidismo, ese demonio que nos ha hecho la vida imposible estos años. Ese eje del mal que dividía (o arrejuntaba, que no me aclaro) a los pueblos en unas inexistentes izquierdas y derechas. Esa alternancia política que ha puesto a España en el mapa y nos ha dado el mayor periodo de prosperidad y paz (la de verdad) de la agitada historia del país (si no has visto Isabel, ya estás tardando en comprarte el Blu-Ray). En fin, ese bipartidismo que, aun siendo electoralmente injusto con algunas formaciones menores no nacionalistas, ha sido, al fin y al cabo, deseo de los españoles. 

Ya decía Maquiavelo que siempre es una buena estrategia para reforzar la moral de tus huestes encontrar (o inventar) un enemigo exterior fácilmente identificable. Para las fuerzas emergentes, ha sido el bipartidismo, como si tuviera voluntad propia y no fuera el resultado de la voluntad colectiva y, en ocasiones, incluso de la desidia colectiva, que también es voluntaria.

También es verdad que los partidos con historia y mochila, PP y PSOE, no han sabido alinearse con las nuevas tendencias. Los de Rajoy se han sentido encantados de contar con la crisis como coartada para aplicar su ideario neoliberal de “menos Estado y sálvese quien pueda” (o tenga una Sicav). Y en el PSOE, a pesar de renovar caras -aún no consolidadas- y programas, no consigue recuperar su credibilidad y sufre el desgaste de su poca flexibilidad para comprender el nuevo lenguaje televisivo de las nuevas ofertas políticas, donde cuenta más el código no verbal (golpe de pecho ensayado, por ejemplo) que un sesudo y estudiado programa de propuestas, que nadie lee, para los problemas que nos acucian. No es un caso único: La socialdemocracia, que forzó un reparto más equitativo de los beneficios e hizo posible el estado del bienestar, se tambalea en toda Europa ante el empuje de los mercados y los mercaderes. Al fin y al cabo, la política no es el arte de gestionar los hechos, sino el arte de gestionar las sensaciones.  

Pero debemos adaptarnos, fluir como el agua de Bruce Lee, porque lo único que no cambia es el cambio. Newton no pudo explicarlo todo, bastante hizo ya al formular las matemáticas de la gravedad, entre otras. Tuvo que llegar un gato encerrado y un austriaco de nombre impronunciable, entre otros muchos científicos adelantados, para que los de abajo comprendiéramos que casi nada es lo que parece, en el mundo de las nanopartículas y aun menos en el de la política.

Y ahora hay que elegir presidente del Gobierno en un escenario fragmentado. No sé cómo está el gato, aunque ya huele mal, pero el sudoku que tenemos en la mesa es digno de Newton o de Einstein. Cosas de la democracia.

Gato encerrado
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