viernes. 26.04.2024

La transición lingüística de 1978, o la trampa de la anulación y del engaño

Aunque han sido muchos los "caballos de troya" introducidos en Cantabria en el último siglo, siempre dependerá de nosotras y de nosotros el poder cambiar y restituir esta situación, pues ahora, en verdad, ya tenemos consciencia y verdad acerca de ello

Lo que no te cuentan, ni te contarán jamás los libros de texto que ahora estudian los estudiantes de Cantabria acerca del encaje de nuestra lengua cántabra en el conjunto del Estado de las Autonomías, es que tras haber sido España una de las naciones más fuertemente centralizada, a partir del año de 1975 ésta se acaba transformando finalmente en una de las naciones más descentralizadas del planeta; aunque la unidad de la nación siempre haya estado garantizada y protegida por el texto constitucional. En 1983, por ejemplo, todas las autonomías tenían ya sus respectivos Estatutos de Autonomía, y entre 1981 y 1984, la Administración General del Estado transfirió nada menos que 486 funciones y servicios a las diversas regiones.

El culmen "derrochador" fue tal que se decidió, de forma unilateral, que cuatro serían las Comunidades Autónomas que a partir de entonces gozarían del privilegio de ser consideradas nacionalidades históricas: Andalucía, Galicia, Vascongadas y Cataluña. Cuando todo el mundo sabe que si existe, y hoy hay en el Estado español una autonomía que tenga más derecho a ser considerada como tal, esa es sin lugar a duda Cantabria.

Al haber sido España una nación en donde la revolución industrial no traspasó con fuerza la epidermis de la sociedad española a lo largo de buena parte del siglo XIX, las lenguas regionales aún gozaban en esta parte de Europa de una pujanza y de una fuerza, sin duda mucho mayor a la que pudieran existir en los otros países del entorno más inmediato: Reino Unido, Francia, Países Bajos, etc.

Sería así como el Estado de las Autonomías se construiría a golpe de competencias transferidas, llevándose a cabo entre 1984 y 1992 la segunda fase del llamado Desarrollo Autonómico; y dotándose de esta manera a todas las Comunidades Autónomas de órganos políticos y ejecutivos para su cumplimiento.

Solo durante el mandato de Felipe González se llegaron a otorgar más de 1.398 competencias a las Comunidades Autónomas

Sin embargo, no sería hasta el año 1992, cuando ya se completa total y ampliamente el segundo gran pacto autonómico entre el PSOE de Felipe González, y el PP de José María Aznar, acordándose de esta manera una nueva ronda de reformas estatutarias para así poder incorporar y otorgar nuevas funciones y competencias a las Autonomías. Para que nos hagamos una simple idea, y a modo de simple orientación, solo durante el mandato de Felipe González se llegaron a otorgar más de 1.398 competencias a las Comunidades Autónomas.

Competencias en materia lingüística, que, en cambio, sí que fueron aprovechadas convenientemente en otros territorios, a fin de dotarse de leyes y disposiciones que ampararan, tutelaran y aseguraran sus respectivas lenguas autóctonas; con la clara intención de que éstas pudieran recuperar y recobrar las mejores condiciones a la hora de poder estar en igualdad de condiciones con la oficial e institucional del Estado: el castellano.

Curiosamente, ni el PP, ni el PSOE (al igual que el resto de formaciones políticas estatales), incluyeron en todo este tiempo ninguna disposición clara en favor de la salvaguarda y el mantenimiento, extensión y difusión de la lengua cántabra. Circunstancia ésta que se repetiría en los 119 años que van entre 1812 y 1931 (donde llegó a haber en España seis Constituciones: las de 1812, 1837, 1845, 1869, 1876 y 1931), a las que hay que añadir el Estatuto Real de 1834, las Constituciones de 1856 y 1873 (que no llegaron a entrar en vigor); y las reformas parciales de O'Donnell en 1856, de Narváez en 1857 y de Mon en 1864. Y todo a pesar de que en 102 años (entre 1834 y 1936), hubo hasta cuatro guerras civiles: las tres guerras carlistas de 1833, 1846 y 1872, más la guerra civil de 1936.

Las posteriores y duros enfrentamientos que se sucedieron en España a lo largo del siglo XIX, sin duda fueron desiguales (según las regiones y los territorios) a la hora de otorgar más o menos valor y salvaguarda a unas leyes que pusieran valor y protegieran a las lenguas autóctonas. Como, por ejemplo, sí que sucedió con éxito al principio en Cataluña, y luego en Valencia; donde el catalán y el valenciano lograron éxitos de representación y visibilidad muy notables.

Las posteriores luchas entre absolutistas y liberales otorgaron cierto respiro a gallegos primero, y a vascos más tarde, los cuales vieron progresivamente avanzar sus demandas en favor de sus lenguas respectivas. Si bien al buscar ambos grupos (absolutistas y liberales) el amparo del apoyo militar para alcanzar el poder y permanecer en él, las demandas de mejora en lo que respecta a la protección y extensión de las lenguas estatales, sin duda se vieron notablemente postergadas; en parte debido a la inestabilidad y a la contienda que con posterioridad se generaría.

La Constitución progresista de 1837 se aprobó tras la sublevación de los sargentos en La Granja; la de 1845, tras el golpe del general Narváez; y la de 1869, tras la llamada Revolución Gloriosa, que a la postre protagonizaron los generales Prim y Serrano; y ya más tarde el almirante Topete. La de 1876 se aprobaría tras el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto. La inestabilidad fue tal que en 41 años (entre 1833 y 1874) hubo 72 presidentes del Consejo de Ministros, y así, y de esta manera, fue como resultó harto difícil legislar y gobernar en España.

Todos estos sucesos (y por lo que a Cantabria respecta) sirvieron para que la atención relativa a la lengua cántabra se desviara del discurso principal de las demandas, con lo que ya entrados el siglo XX éstas peticiones y requerimientos terminaron por no entrar a formar parte del conjunto de reclamaciones dignas a reseñar y tener en cuenta (salvo honrosas excepciones) debido, principalmente, a la imposición y al centralismo que ya desde 1978 comenzaba a ejercer claramente Madrid sobre esta tierra; en parte debido al servilismo que no pocos políticos afines al centralismo han practicado en y sobre este territorio. Afortunadamente, las circunstancias y los tiempos han ido evolucionando y cambiando, sin embargo no así en la cuestión referida a la lengua cántabra.

Y es que, de las muchas cosas buenas que se podrían decir de la ley, tal vez la más importante sea la idea que se remonta a Aristóteles, cuando afirma "que es mejor ser gobernado por reglas, que por la voluntad de nadie (por sabio que éste pueda ser)"; es decir que lo que llamamos soberanía ha de descansar en la ley. ¿Pero qué ley?

¿Pero qué ocurre cuando al pueblo se le ocultan intencionadamente datos y circunstancias, apuntes y reseñas, informes y crónicas?

Esta idea no es incompatible (más bien al contrario), con lo que se da por sentado en las democracias, donde nos dicen que es el pueblo quien, ejerciendo su poder y velando por su conveniencia, establece el orden y la legalidad vigente que más le interesa. ¿Pero qué ocurre cuando al pueblo se le ocultan intencionadamente datos y circunstancias, apuntes y reseñas, informes y crónicas? ¿O acaso se trata de ideas que casi nadie contradice en la teoría, pero que en ocasiones, y en el fondo, se pretenden esconder y tergiversar en vista de algún bien que se considera superior? ¿Y qué bien es ese?

La transición lingüística en Cantabria (que se proyecta a través de la Constitución española de 1978), siempre fue, y de hecho supuso (como el tiempo se ha encargado de hacérnoslo ver), una colosal traición, además de que generó una inmensa felonía y deslealtad; debido al carácter opresivo que se operó desde el primer momento en contra de la lengua cántabra desde prácticamente sus inicios.

Y es que la Constitución española de 1978 se convirtió entonces en la norma suprema del ordenamiento jurídico español, a la cual debían de estar sujetos desde ese mismo entonces todos los poderes públicos y ciudadanos sin excepción y distinción. Aunque luego, con el tiempo, nos enteráramos de que no todos éramos iguales ante "su ley".

Aún en el último cuarto de siglo XX, una cuarta parte de la población de Cantabria empleaba con habitualidad y de manera usual su lengua cántabra, sin embargo, ésta no fue recogida, ni tampoco valorada convenientemente por los políticos y sus políticas en el Estatuto de Autonomía que se conformó a finales de 1981, y que luego con posterioridad se reformaría en 1991; y en donde no se incluiría la promoción y divulgación del cántabru.

Sirvió para privar a Cantabria de una ley que defendiera su rico y su muy variado patrimonio lingüístico y cultural

Esta hábil y perversa maniobra urdida y estudiada con detalle desde las más altas instancias, sirvió para privar a Cantabria de una ley que defendiera su rico y su muy variado patrimonio lingüístico y cultural, como, sin embargo, no ocurrió en otras partes del Estado; con no obstante menos riqueza cultural y/o lingüística.

Y así, la Constitución, la Ley de Amnistía y los Pactos de la Moncloa (firmados durante la Transición, y qué de hecho supusieron la salida de un gobierno monocolor durante 39 años, y luego el posterior ingreso de España en una "democracia" homologable a las del entorno), constituyeron, y al final supusieron, "los acuerdos" y "las normas" que al final configurarían la denominada Transición; sin que los mismos fueran garantía de los derechos democráticos, sociales y nacionales del pueblo de Cantabria. ¿Por qué, bajo qué Carta Magna, Democracia y Leyes Varias se puede amparar y permitir el silenciamiento y la anulación, el ocultamiento y la invalidación y, por supuesto, el intento de aniquilación y eliminación de una lengua propia? ¿Cómo se puede ser tan canalla y tener tan poca vergüenza? ¿A qué obedece tanta manipulación y tanto engaño?

Ninguna mención se hizo en favor de nuestra lengua cántabra, y tampoco ningún documento se redactó en favor de la misma, quizá porque en Cantabria no existía entonces un movimiento insurgente suficientemente organizado y estructurado, pero que, sin embargo, sí que a punto estuvo de conformarse y pasar a la acción en 1976 (a imitación de lo que en Canarias a comienzos de la década de los años 70 eran los DAC), y aunque su configuración fundacional se produjera dos años antes (Mayo de 1974) con el nombre de Mogura: Resistencia. Inicialmente esta organización (compuesta al principio por 9 personas) se llamó Mugura (14 de Enero de 1974), no obstante, la estructura que finalmente lo conformaría a principios del mes de Octubre de 1974 (17 que llegarían a ser en su máximo apogeo) lo terminaría llamando Mogura.

Una organización que aún sin estar activada y ser operativa, sí que en cambio miraba con atención lo que sucedía, primero en Galicia con la Loita Armada Revolucionaria (embrión de lo que luego sería el Exército Guerrilheiro do Povo Galego Ceive); más tarde en las Vascongadas con una ETA; o incluso, ya más adelante, en Cataluña, con una Terra Lliure.

Incluso llegó a ver contactos en los mediados de los años 80 con un grupo antisistema leonés llamado: Tierra Lleunesa, que finalmente no se concretaron debido a la cuestión territorial, pues desde Cantabria se consideraba que partes importantes de la actual zona Oriental (Montaña de Riaño) son "de esencia y parecer cántabro"; terminología entonces empleada y dada a conocer a los integrantes que conformaron Tierra Lleunesa.

Gracias a esa artimaña y argucia "legal" (la de no respetar e incluir a la lengua cántabra en nuestro ordenamiento interno), con el transcurrir del tiempo la Muvición Cantabriega ena Decensa' la Muestra Lengua (el Movimiento Cantabrista en la Defensa de Nuestra Lengua), se dio perfectamente cuenta de lo que en verdad eran e iban a suponer y ser las leyes estatutarias y autonómicas de la ideología nacionalista española dominante entonces (tanto en el ámbito administrativo e intelectual, como en el ámbito educativo y cultural); aunque ya no tanto en lo que lo serían en el ámbito de lo social y de lo colectivo. Si bien lo peor de todo este proceso de "normalización española" es y fue, el carácter intransigente y opresivo que para la propia población de Cantabria representa (y de hecho representó claramente en su día) esa oficialidad solo y únicamente en castellano.

Y es que en el ejercicio de su absoluto y omnipresente poder, el Estado se encargó de imprimir su propia moralidad y discurso de poder, que no era sino, el de perpetuar unas relaciones de dominación y subordinación sobre un territorio; que siempre había estado hablando una misma lengua cántabra de una manera ininterrumpida y constante hasta nuestros días. De hecho, esa moralidad ("la moralidad del Estado") se puede considerar, incluso, como una forma de poder; todavía más feroz e implacable que otras formas de dominio y sumisión.

Pues, desde lo "moral" (su moral) se juzga y se sanciona, se dictamina y se sentencia, se enjuicia y se establece... lo que es válido y/o correcto y ajustado a derecho (su derecho); así como todo aquello que no lo es. Y así, y de esta manera, es como al final el Estado logra imprimir su parecer y su discurso "moral" en la defensa de sus propios intereses y normas... hasta la actualidad presente.

Por lo tanto, de nosotros depende que ahora esta situación se restituya y se modifique, se reconstruya y se enmiende; a fin de imprimir otra realidad y otra sustancia a una situación de abuso que es necesario recomponer y rehacer con urgencia. Pues la dominación se ejerce ahora, y sobre todo, desde el plano ideológico, a través de una educación que es sesgada y manipulada en unas aulas; y en donde el poder, en suma, se ejerce, más que se posee.

Esto quiere decir que el poder no se define por un cargo o por su condición, ya que lo que lo convierte en poder real y verificable, es, al final, su ejercicio efectivo a través (la mayor de las veces) del desconocimiento de nuestra propia y verdadera historia y realidad como pueblo y sociedad. Y aunque han sido muchos los "caballos de troya" introducidos en Cantabria en el último siglo, siempre dependerá de nosotras y de nosotros el poder cambiar y restituir esta situación, pues ahora, en verdad, ya tenemos consciencia y verdad acerca de ello.

Hacía tiempo, mucho tiempo, que no se daban unas condiciones políticas tan favorables en Cantabria como las actuales, como aquellas que puedan hacer posible el revestir la actual situación de desventaja y subordinación de una lengua hacia la otra.

No desaprovechemos la oportunidad de incluir al cántabru entre las prioridades más importantes y principales a reseñar y dignificar. Los tiempos actuales son los más propicios y la oportunidad es ahora, o ya no lo será nunca jamás.

Abora es el momentu. (Ahora es el momento).

La transición lingüística de 1978, o la trampa de la anulación y del engaño
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