viernes. 29.03.2024

Me río mucho, pero también acción y determinación

Lo que más llama la atención es que los ataques, los desprecios y finalmente los despropósitos hacia el cántabru precisamente suelen llegar de seres y de sectores que, en contradicción total con su propio nombre, provienen de las posiciones políticas que se autodenominan así mismas como “conservadoras”.

A veces no salgo de mi asombro cuando en las redes sociales algunas personas con poca o nula cultura y formación académica, y tirando muchas veces ésta más bien a lo nefasto y a lo ominoso (por no decir otra cosa), dejan entrever y conjeturan comentarios y críticas acerca del cántabru en términos que son poco más o menos como para “sentar cátedra”.

Por alguna extraña razón de su máximo interés general lo “otro” sí es consensuable, pero nunca y en ningún momento lo que es propio y singular

Y es que a veces estos personajes de tebeo y de chasca (algunos de los cuales son meros y simples “trolls”) me recuerdan mucho a esos “premios noveles” del pensamiento orweliano, como el que por ejemplo hasta hace poco tiempo ha sido el máximo responsable de la censura en Twitter (Yoel Roth), para quien es y resulta legítimo desinformar y ofrecer falsos testimonios con tal de al final hacer prevalecer solo y únicamente la versión que en ese momento es la “oficial” o la “incuestionable”. Y así este sujeto (que bien podría haber sido otro cualquiera con “laureados méritos) suelta perlas y frases del estilo: “La libertad de expresión es una amenaza para la propia libertad de expresión”.

Este comienzo e introducción viene a cuentas y a resueltas de una reciente publicación (vista y reenviada por no menos de 50.000 personas) realizada hace dos semanas en Facebook de parte de ACN’A (Abora Cántabru En Abundancia), en donde se daba a conocer acerca de una señal informativa de tráfico que referenciaba tres localidades (en este caso Somo, Santander y Güemes) sobre los que previamente se había superpuesto el oportuno y correspondiente nombre cántabro (en este caso Somu, Sanander y Güemis), y que además el grupo ACN’A tomó previamente prestado de otra publicación anterior en donde se referenciaba con acierto y ocurrencia acerca de esta “aición guerrillera pola muestra lengua” (acción guerrillera por nuestra lengua), a fin de así llamar la atención sobre y la necesidad de poder restituir y reponer justamente la denominación antigua y legítima cántabra en vez de solo y únicamente la no y nunca consensuada castellana.

Es decir, la denominación cántabra que es propia y original de nuestros pueblos, villas, ciudades, parajes… pero que la norma oficial del Estado español basada en la lengua castellana ha omitido voluntariamente a sabiendas y con alevosía, como parte beligerante y comprometida en un proceso de alineación y de anulación cultural consciente y premeditado que se ejerce sobre un pueblo y una colectividad desde hace ya casi tres siglos, y que lamentablemente aún continua siendo auspiciada y apadrinada por los “fiscalizadores” y los “interventores” de lo mal llamado “social” y “público”; que aún sin tener conocimientos y/o formación académica y/o lingüística suficiente se permiten el “lujo” y la osadía de dar lecciones de lo que es o no correcto en nuestra sociedad, o incluso de cómo sencillamente tenemos que hablar o no las personas que habitamos y siempre hemos morado nuestro propio país y territorio.

A esas personas que tanto se alegran, y que a veces con tanto arrebato desatado celebran en las redes sociales el que en España solo y únicamente se abogue por hablar una única y exclusiva lengua, aunque en la autorradio o en el reproductor de su CD o DVD de sus vehículos tarareen con entusiasmo, por ejemplo, la última canción de moda en inglés de su artista preferido (a mi sin ir más lejos me gusta Alan Parson Proyect), resulta que luego les “hace gracia” el que por ejemplo su “vecino del quinto” les hable en swahili, guaraní, panyabí o maorí. Y es que resulta que por alguna extraña razón de su máximo interés general lo “otro” sí es consensuable, pero nunca y en ningún momento lo que es propio y singular.

La literatura en cántabru existe desde finales del siglo XVIII

Esta circunstancia y parecer (tan propia a veces de los que se hacen llamar a sí mismos “patriotas españoles”) a mí me recuerda mucho a lo que hace unos días decía en la prensa patria española el fundador del grupo “La Cabra Mecánica”, Lichis (Miguel Ángel Hernando para los amigos), cuando afirmaba que “las redes sociales son un vertedero del pensamiento”. Vertedero que en este caso, y para lo que aquí nos ocupa el presente y actual artículo, sí tiene mucho que ver con la forma y la manera a como el cerebro de estas personas es incapaz de tolerar ciertas manifestaciones culturales que no sean propias y específicas de su única y exclusiva unidireccionalidad cultural y/o formativa, entrando así ellas (y en no pocas ocasiones) en un shock profundo al no querer o poder integrarse estos seres con esa otra realidad, que muchas veces desconocen y de la cual muchas veces también simplemente reniegan sin tan si quiera querer conocerla.

Se podría decir (por resumirlo de una manera breve), que el sistema nervioso de estas personas crea mecanismos de defensa ante situaciones que les causan un daño sentimental formidable y profundo cuando ven y/o escuchan cosas que no se circunscriben a su realidad más cercana e inmediata, de ahí sus quejas, pataletas, y a veces exabruptos que con seguridad forma parte de su instinto de supervivencia. Y ese trastorno de la despersonalización (o de la desrealización) es a todas luces un fenómeno psicopatológico difícil de describir para aquellos que lo sufren. Se trata pues de un trastorno catalogado con entidad propia, aunque su aparición suele suceder a otros trastornos y patologías de mayor calado y profundidad.

A estos seres les tengo necesariamente que decir y que recordar varias cosas con mucho amor y siempre con mucho respeto, quizá el mismo que ellas no demuestran y nunca ejercen por aquellas personas que sí que son hablantes de cántabru, o que sencillamente lo están aprendiendo y/o lo desean dar a conocer.

La literatura en cántabru existe (como bien afirma la Revista Alcuentru, Número 1, Diciembre de 2016) desde finales del siglo XVIII, y concretamente lo vemos en una obra de teatro que trata sobre las costumbres de los pescadores santanderinos llamada: “El Entremés de la Buena Gloria” (apunte, 1). Sin embargo, también existen otros escritores menos conocidos que hicieron teatro o poesía, como es el caso del campurriano Justo Martínez González; quien ya en 1920 ve publicada su obra: “Monólogos y Estampas de Costumbres Campurriano-Montañesas”.

Esta es una realidad que no ha sido enseñada, ni tampoco dada a conocer y mostrada al pueblo de Cantabria como debería de haber ocurrido

Si bien desde ya mucho antes encontramos las primeras citas-referencias (hacia finales del siglo XVI), cuando José Luis Pensado Tomé (el que fuera catedrático de Filología románica por la Universidad española de Salamanca, en el pasado siglo XX) hace una notoria reflexión de las voces ininteligibles que emplean para hablar, tanto asturianos como cántabros (al dar voz al vallisoletano Damasio de Frías); y que al parecer dicha lengua a los castellanos les parecían más bien “gruñidos”.

Por desgracia esta es una realidad que no ha sido enseñada, ni tampoco dada a conocer y mostrada al pueblo de Cantabria como debería de haber ocurrido y sucedido en las últimas décadas del pasado siglo XX. Es por ello y por esta razón por lo que ya es la hora y el tiempo para que esta situación sea restablecida, subsanada y corregida.

Pero siguiendo con los datos que vuelca la Revista Alcuentru, Número 1, sabemos que es entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la literatura en cántabru adquiere una cada vez mayor presencia y relevancia con autores como José María de Pereda, Juan Sierrapando, Delfín Fernández o Francisco Cubría; entre muchos otros. Es un costumbrismo que plasma la vida de la Cantabria de aquella época, pero que no solo abarca el cuento y la novela, sino también la poesía, con poetas como Jesús Cancio. Sin embargo, el escritor que más escribió en cántabru fue Manuel Llano.

Y es que al final la cultura es uno de los elementos fundamentales que conforman el desarrollo de la humanidad, ya que es la encargada de que la sociedad goce de una buena educación, y de que, al tiempo, sepa también mantener un consumo y una producción sostenible y equilibrada.

En el apartado número cuatro del ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas) se hace referencia a “reforzar los esfuerzos para proteger y salvaguardar el patrimonio natural y cultural del mundo”. Este patrimonio cultural (que puede ser tanto material como inmaterial) es el que incluye a la literatura, y en general, a todas sus ramas, al igual que a las expresiones artísticas (como el arte o una partitura), o, por ejemplo, a la propia educación que damos o daremos a nuestras hijas e hijos a través (entre otros medios) de los libros de texto, las diapositivas, o simplemente, la enseñanza alternativa.

Y es que según se concluye del estudio de la UNESCO, en el mundo globalizado (y también entrelazado en el cual actualmente vivimos y nos desarrollamos) el papel transformador de la cultura es claro y nítido, ya que cualquier actividad cultural (por pequeña que sea), desde las prácticas artísticas más tradicionales, hasta los monumentos históricos más antiguos, enriquecen el entorno; y tal como muy acertadamente nos dice el organismo perteneciente a la ONU: “Son una fuente de identidad y de cohesión”.

A este proceso acelerado al que nos estamos refiriendo los estudiosos de lo social lo llaman y denominan con gran acierto: “lobotomización”

Porque, si por ejemplo, somos capaces de preservar y de proteger con sumo interés y esmero, desvelo y cuidado el patrimonio cultural y paisajístico de una ciudad, o de un pueblo, en definitiva, nuestro rico patrimonio cultural (además de sus tradiciones), donde también está incluido el cántabru (el cual es una muestra más que indudable e indiscutible de nuestra identidad cultural dado su inmenso valor inmaterial), ¿qué inconveniente o fastidio tienen entonces estas personas de verborrea y verbosidad fácil a la hora de oponerse a que esta protección también se extienda, abarque e incluya el valor lingüístico y cultural de la ciudad o el pueblo al cual pertenecen o al cual sencillamente han acudido para vivir y/o residir estas personas? ¿A qué obedece esa inquiría y esa animadversión de parte de estas personas hacia su propia lengua e idiosincrasia? ¿Qué necesidad hay de desconsiderar o desprestigiar, ya no solo a la lengua ajena sino también y de una manera indirecta a sus hablantes?

Quizá estas personas deberían de ser un poco más conscientes, y también, porque no, un poco más conservadoras a la hora de comprometerse con la propia defensa de su propia y singular identidad. Esa que precisamente muchas veces ha sido completamente anulada por el medio y las muchas y variadas circunstancias que poco o nada tienen que ver con la lengua, y quizá sí mucho con la política y lo que es o no “políticamente correcto”.

A este proceso acelerado al que nos estamos refiriendo los estudiosos de lo social lo llaman y denominan con gran acierto: “lobotomización” o simple y llanamente: “reconstrucción acelerada de la personalidad”. Una identidad personal que siempre ha de estar comprometida, subordinada y expuesta hacia una nueva forma de estar y pensar global y anulada, inhabilitada y dependiente.

Porque paradójicamente lo que más llama la atención es que los ataques, los desprecios y finalmente los despropósitos hacia el cántabru (aunque también hacia otras lenguas) precisamente suelen llegar de seres (con una conciencia aún en evolución) y de sectores que, en contradicción total con su propio nombre (aunque no siempre suceda esto) provienen de las posiciones políticas que se autodenominan así mismas como “conservadoras”. O mejor, y para que nos podamos entender más acertadamente en otros lenguajes quizá más propicios y acordes con la Cantabria de hoy en día: de las posiciones que provienen de “las derechas más propiamente españolas y castizas”.

Y aunque entendemos que hay y existen en el mundo personas que están más dotadas que otras a la hora de aprender otros idiomas, esta es una circunstancia que no tiene por qué tener la mayor importancia y transcendencia. Y ello si no fuera porque algunas de estas personas en su afán de no reconocer sus propias limitaciones, “cargan” precisamente con la pesada frustración de decir: “que ellas o ellos no aprenden cántabru, por ejemplo, por ser eso “inútil” y “estéril”, “inservible” y “vano”, “ineficaz” y “costoso”, etc.

No permitamos nunca que estas personas con un ego alterado, no resuelto y no trabajado, imposibiliten que aquellas personas que sí que desean aprender cántabru lo hagan en libertad

Pero es que no es ni tan siquiera que estas personas se opongan en sí mismas al cántabru (que habrá quien lo haga con furibunda pasión), sino que al no ser capaces ellas y ellos de dominar y aplacar sus propias emociones (muchas veces conflictos no resueltos de la infancia) y sus propias limitaciones (muchas veces frustraciones), lo que finalmente hacen es cargar contra aquellas que sí que lo hablan, o bien que lo desean aprender, dándose el caso de que algunas de esas personas ya hablan tres y hasta cuatro idiomas (que personalmente he conocido), aparte del español.

Un fracaso y una desilusión ésta que se crea cuando una persona no puede satisfacer sus propias expectativas ante una situación concreta (deseo, proyecto o ilusión) y determinada, y las emociones al final son las que le terminan alterando su propio estado de ánimo de una manera nefasta y/o negativa; generando así y de esta manera un alto grado de descalabro, decepción y chasco consigo mismas.

No permitamos nunca y por lo tanto que estas personas con un ego alterado, no resuelto y no trabajado, imposibiliten que aquellas personas que sí que desean aprender cántabru lo hagan en libertad y por propia elección.

Decía Heráclito de Éfeso (que era un filósofo y escritor griego del siglo VI a.C.) que “todos los que viven sobre la tierra se apartan de la verdad y la justicia, y a causa de su miserable inconsciencia se aprestan a la codicia y al deseo de fama”. Este rechazo por parte de los grandes filósofos antiguos de la codicia humana y el “deseo de honores” es todo un clásico para los días del actual presente, precisamente de parte de aquellos y de aquellas que son parte instigadora contra las lenguas y las culturas amenazadas, y que muy bien nos recuerda la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos (Barcelona, Junio de 1996) cuando en un escrito de los comienzos (“En concreto, la situación actual se caracteriza por”) de esta Declaración se afirma y se dice lo siguiete:

1. La secular tendencia unificadora de la mayoría de Estados a reducir la diversidad, y a favorecer actitudes adversas a la pluralidad cultural y al pluralismo lingüístico. 2. El proceso de mundialización de la economía y, en consecuencia, del mercado de la información, la comunicación y la cultura; que afecta los ámbitos de relación y las formas de interacción que garantizan la cohesión interna de cada comunidad lingüística. 3. El modelo economicista de crecimiento propugnado por los grupos económicos transnacionales, que pretende identificar la desregulación con el progreso, y el individualismo competitivo con la libertad; cosa que genera graves y crecientes desigualdades económicas, sociales, culturales y lingüísticas.

Me río mucho y lo seguiré haciendo cuando vea señales, carteles, y en general, espacios públicos que han sido cambiado y modificados para que la forma cántabra sea recordada, usada y empleada en un país que por mucho tiempo ha visto cómo sus señas de identidad lingüísticas son mancilladas a diario y con premeditada consideración, desidia y alevosía por quienes precisamente no tendrían que consentir para que esto así se produjera.

No cuesta nada el que en la señalización que los ayuntamientos hacen cada cierto tiempo de sus museos, jardines, playas, edificios representativos, etc… se pueda poner también junto al castellano su equivalente en cántabro. Sería esto lo justo y sería esto lo deseable, y si ello no se produce, entonces será la juventud rebelde quien lo haga con determinación y con arrojo, pues es su derecho y es su responsabilidad el poder cambiar el actual estatus de subordinación y de anulación programada que actualmente padece nuestra lengua y nuestra sociedad de parte de unos poderes y de unas instituciones insensibles e inertes.

Apunte, 1:

El “Entremés de la Buena Gloria”, de Pedro García Diego (1783), es un texto de gran calidad costumbrista; además de que parece ser la única obra de teatro con asunto local escrita en Cantabria en el siglo XVIII. El Proyeutu Depriendi nos recuerda: En la introducción de esta obra teatral de Pedro García Diego (oficial mayor y aduanero de Santander), se explica que “La Buena Gloria” era una costumbre antigua de los marineros santanderinos después de enterrar a un compañero, consistente en acudir a la casa de la recién viuda, donde se hacía una colecta para comprar algo de comer y sobre todo de beber; “a la buena gloria del difunto”. Esta costumbre, según explica en la introducción de la obra Salvador García Castañeda (de la “Ohio State University”); fue desterrada a finales del siglo XIX “(…) por el progreso y perseguida por los anatemas de los moralistas”.

Me río mucho, pero también acción y determinación
Comentarios