jueves. 25.04.2024

Melecina y cántabru

Recuerdo bien el primer cantabrismo con que me topé durante mi etapa de residente en el Hospital “Marqués de Valdecilla” de Santander: ante una tabla optométrica infantil, un “criuco” venido de una pequeña población rural exclamó: “¡chon!”, cuando le señalé el dibujo de un cerdito.

Ante todo visibilidad, porque uno o varios ejemplos valen más que mil palabras, pero también porque en este artículo hablaremos muy de pasada del derecho que asiste (y/o al menos siempre le debe o debería de asistir) a un paciente para que se pueda expresar en la lengua que le es propia y/o que mejor le conviene.

Y viene al dedo el artículo porque la semana pasada supimos por los medios que en Cataluña se había conformado una asociación médica (creada en Enero de 2023) integrada por más de dos mil médicos denominada “Metges pel Català” (Médicos por el Catalán”), que defiende el derecho de los pacientes a ser atendidos y a expresarse en su lengua propia o en la que estas personas consideran que es la que mejor les representa, a fin de así poder impulsar “medidas urgentes” dirigidas a los pacientes y a los médicos, como también igualmente a escribir las historias clínicas siempre en catalán, así como también las recetas. El colectivo incluye a médicos o estudiantes de medicina que aporten ideas sobre cómo mejorar el uso del catalán en la sanidad y en la biomedicina.

Y es que si ponemos atención y cuidado, recursos y dinero a la hora de atender a docenas de miles de personas en árabe, chino, hindi o inglés, por ejemplo, ¿por qué no habríamos de hacer lo mismo (al menos poner el mismo cuidado) a la hora de defender una lengua que es propia y singular de nuestra especial identidad común europea, mal que le pese a los sectores más reaccionarios y globalizantes, carcas y despersonalizadores para con las individualidades personales y colectivas de las personas y de los pueblos?

En un comunicado los responsables de este movimiento explican que decidieron organizarse después de que detectaran que el catalán había sufrido un retroceso notable y muy importante en la Sanidad, tanto en la atención a los pacientes, como en la investigación. Consideran además que detrás de este retroceso está “el desconocimiento amplio de los derechos de los pacientes, la falta de diligencia de las administraciones en implementar actuaciones que prioricen el uso del idioma, así como el cambio profundo en la demografía de los profesionales de la salud, con la incorporación de un número sustancial que no conoce ni usa el idioma regularmente”, manifiestan.

Hay que tener en cuenta, según datos del Colegio de Médicos de Barcelona, que más de un 60 % de los nuevos colegiados no son catalanohablantes, o más de la mitad de los estudiantes que cursan medicina en Cataluña son de otras comunidades autónomas o extranjeros.

Lamentan así mismo que los propios pacientes y los profesionales sanitarios desconozcan el derecho de los usuarios a “expresarse en la lengua propia de Cataluña y, por lo tanto, a ser atendidos en catalán”. En este sentido, defienden la importancia y los beneficios de ser atendido en el idioma del paciente. Por esta razón, explican que “hemos impulsado algunas acciones inmediatas, teniendo en cuenta la urgencia y la inquietud que constatamos por el abandono progresivo del uso de nuestra lengua en la sanidad”.

El que nuestra lengua cántabra aparezca en los medios de comunicación, y que cada vez ocupe más espacios de atención y titularidad, es una inteligente estrategia de “reorganización” y “renovación” que todo defensor de una lengua amenazada y/o minorizada debe de seguir con atención y reflexión. Pues toda oportunidad o estrategia que vaya encaminada a dar visibilidad a la lengua cántabra (en cualquiera de sus ámbitos razonables), debe de ser siempre elogiada y bien recibida, tenida en cuenta y alagada, celebrada y aplaudida; como estrategia de consolidación y robustecimiento. Y todo esto es lo que al final hace posible su recuperación y su posterior restitución.

Al hilo de lo que a continuación se expone, el presente artículo viene a colación por el hecho de que algunos partidos políticos en España son especialmente beligerantes a la hora de defender que los funcionarios (y en concreto los médicos) no sean “discriminados” porque se les exija entender el idioma de la comunidad autónoma en la que ya están residiendo o a la que pretenden trasladarse (hablamos de conocer, a veces ni tan siquiera de hablar), lo cual no tiene mucho sentido habida cuenta de que el Estado español reconoce la diversidad lingüística de los pueblos y las naciones que lo conforman.

Así pues, y ante tales “revuelos” habría que preguntarse: ¿A cambio y a costa acaso de discriminar a los ciudadanos de esos territorios (que aún mantienen su lengua propia) cuando tantas veces se ven obligados a abandonar el uso de una lengua a la que tienen derecho porque en caso contrario no serán atendidos cómo deberían o consideran? ¿Qué derecho es superior? ¿Es acaso ilógico que una Administración (al final dependiente del Estado) pida a sus funcionarios que entiendan y/o comprendan una lengua que ya es oficial en un determinado territorio? ¿Qué sucede cuando una lengua (como sucede con el cántabru) no tiene el reconocimiento oficial e institucional que por derecho merecería y le corresponde porque sus Administraciones dejan conscientemente que esto suceda y se produzca de manera vergonzosa y fragrante?

Que el ejemplo de los médicos catalanes sirva como modelo de inspiración para los de Cantabria a la hora de reivindicar para esta tierra un pleno reconocimiento de una lengua

Que el ejemplo de los médicos catalanes sirva como modelo de inspiración para los de Cantabria a la hora de reivindicar para esta tierra un pleno reconocimiento de una lengua que aún y todavía tiene un largo camino de normalización e institucionalización de parte de sus representantes.

El Diario Médico (periódico de publicación semanal, con una tirada de aproximadamente 40.000 ejemplares, y dirigida a médicos de todas las especialidades; al tiempo que referente en España en contenidos de salud) publicó el 16 de Mayo de 2017 (y dentro del apartado: “Laboratorio del lenguaje”) un interesante artículo firmado por Fernando A. Navarro, en donde bajo el título: “Cantabrismos médicos”, se nos revela de manera magistral el habla de nuestro pueblo; y que en el periódico clasifican o etiquetan bajo el título: “Jerga de los pacientes”. Este que a continuación aparece es el artículo completo:

Recuerdo bien el primer cantabrismo con que me topé durante mi etapa de residente en el Hospital “Marqués de Valdecilla” de Santander: ante una tabla optométrica infantil, un “criuco” venido de una pequeña población rural exclamó: “¡chon!”, cuando le señalé el dibujo de un cerdito.

Antonio Bartolomé Suárez (1907-1999), de familia humilde de mineros, trabajó de inspector lácteo recorriendo prácticamente todos los pueblos de Cantabria en contacto continuo con labradores y ganaderos, ferias y mercados. Ya octogenario, recopiló las notas que había ido reuniendo durante toda su vida en un libro extraño: “Aforismos, giros y decires en el habla montañesa” (Universidad de Cantabria, 1993; edición de Tomás Labrador), con abundantes ejemplos del habla popular de su tierra (en sus registros coloquial, vulgar y rústico), plagada (como sucede con todas las hablas populares) de metátesis, solecismos, metaplasmos y giros metafóricos.

Entre los muchos popularismos que encuentro en el libro, abundan los que cualquier español podría entender a la primera sin grandes dificultades: Palabras como: “albortar” (abortar), “alcontrar” (encontrar), “buticariu” (farmaceútico), “drento” (dentro), “endentar” (salir los primeros dientes), “entetar” (dar de mamar), “endentar” (salir los primeros dientes), “entumíu” (entumecido), “enviejar” o “arruviejarse” (envejecer), “glárimas” (lágrimas), “gritíos” (gritos), “melecinas” (medicinas), “nacencia” (nacimiento), “saguañonis” (sabañones), “temblíos” (temblores), “trempanu” (temprano), “tusir” (toser) y “vaciarse” (tener diarrea, estar descompuesto). O locuciones como: “muela cordal” (la del juicio), “estar tronau” o “estar jareta” (mal de la cabeza, majareta), y “llorar como una magalena” (llorar como una magdalena).

Otros pueden entenderse también, pero ya con algo más de dificultad: “caa día va en buenura” (va mejorando de día en día), “usanu muertu” (quitar el hambre, matar el gusanillo), “dar las bocás” (morir), “entrar en calda” (entrar en calor), “ingenie” (higiene), “liviesu” (divieso) o vocablos como “albeitre” y “físicu”, que únicamente entenderá quien sepa de antemano que antiguamente al veterinario lo llamábamos en español: “albéitar”, y al médico: “físicu”.

Y abundan asimismo, claro está, los términos y expresiones populares que yo no hubiese sabido interpretar a la primera de haberlos oído en un consultorio rural. Hubiera entendido bien a una montañesa que me dijera: “la chavaluca tien piejus”, pero no si me dice “la niñuca tiene miseria” o “la criuca tien alicáncanos” (piojos). Entiendo: “va en malura”, pero no: “se va emperruscando” (va empeorando).

Y lo mismo me pasa con otras expresiones crípticas para mí: “estar enclaráu” (pálido, descolorido), “estar labráu” o “estar ajiloráu” (muy delgado, lo contrario es “estar arrejunciáu”, (rollizo), “le entró la paloma” (enfermó), “está picáu del arca” (padece del pecho, tuberculosis), “tener ojos de miracielu” o “ver con oju requiláu” (ser bizco), “soltar la cuchara” (morir), “ya está caminu del gori-gori” (enfermo de gravedad), “estar abacoráu” (agotado, muy cansado), “se quedó alertiguáu” (inmóvil, tieso, agarrotado de frío o de dolor), “coger una talanquera” (borrachera), “tener gemencia” (“roncus” y otros ruidos respiratorios de los bronquíticos).

La lista es larga: “abutragarse” (atiborrarse, darse un atracón), “acierzar” (nublarse la vista), “ajilorar” (adelgazar mucho, quedarse hecho un “jilo”, un hilo), “andanciu” (enfermedad prevalente o endémica), “anjear” (respirar con fatiga), “añugarse” (atragantarse, se forma un “ñudu” o nudo), “cavarra” (garrapata), “cancarrias” (mocos secos), “churrar” (orinar), “cordovia” (tábano), “corita” (en cueros, desnuda), “cuéscaros” (ventosidades), “drujón” (chichón), “dea” (pulgar) y “deína” (meñique), “desgonce” (luxación), “embarnecer” (engordar), “escomilleru” (“comisque”, niño que come poco y mal), “espritar” (llorar), “espurrir” (estirar, crecer, hacer ejercicio o morirse, según el contexto), “frutarse” (defecar), “ivanciu” (debilidad), “jancanosu” (con marcas de viruela), “jurciu” (débil, enfermizo), “potragá” (herida infectada, con pus), “rispiar” (defecar), “regutir” o “rebotillar” (eructar), “zaratear” (tartamudear).

Nos está haciendo mucha falta, no me cansaré de repetirlo, de un buen diccionario con términos médicos populares, porque la riqueza léxica de nuestra lengua es en este campo realmente portentosa.

 

Melecina y cántabru
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