jueves. 02.05.2024

La democracia polarizada y la naturaleza de lo humano

En una cultura donde existe la escritura y la mayoría de la población sabe leer, la memoria pasa entonces a un segundo plano, pues ya ésta empieza a ser almacenada en los libros o en los registros varios, a los que no siempre se le concede el verdadero valor que en verdad poseen

A veces, y por razones más que justificadas y lógicas de encaje y de espacio, los títulos de los artículos y trabajos han de ser reducidos y condicionados para así adecuarlos a unas normas y a unos parámetros, no habiendo sido el presente trabajo una excepción, pues su título completo es “La democracia polarizada y la naturaleza de lo humano, o de porqué las personas desean de nuevo volver a aprender cántabru”.

En las democracias polarizadas asistimos con cada vez mayor frecuencia y asiduidad (y sobre todo en Cantabria desde los dos últimos años) a un potente proceso de superación de conceptos y pensamientos, juicios y nociones. O si se prefiere, a veces a un diálogo de sordos entre políticos y personas que no reconocen el cántabru, y por otro lado, a ciudadanos y políticos, identidades e individuos, o si se prefiere, “científicos” de lo social y de la sociedad civil que cada día está si cabe más implicada en favor de su lengua nacional.

Por democracia participativa entendemos aquella forma de gobierno en la cual se valora la voz y el voto de los ciudadanos

Esta situación a veces pareciera, o quizá pudiera parecer que está llevando al límite a un sistema de gobierno que hasta ayer parecía incuestionable: la democracia participativa. Sin embargo, esto no es del todo cierto y se cumple para y con relación al cántabru, pues las Instituciones y los Poderes ejercen un “control calmado y sostenido” con respecto y en relación a esta cuestión, que a todas luces y a nivel lingüístico y social supondría invertir las relaciones de poder en gran medida y en su gran y compleja extensión.

Por democracia participativa entendemos aquella forma de gobierno en la cual se valora la voz y el voto de los ciudadanos, siendo ésta una forma de democracia en la cual se tienen en cuenta una serie de valores y principios, así como una mayor participación e implicación por lo que respecta a la toma de las decisiones políticas, que las que por el contrario les otorgan tradicionalmente las democracias que más tarde se hacen llamar así mismas “figurativas” y “representativas”. Pero que luego, ni son representativas y democráticas (salvo de sus intereses), ni tampoco participativas y plurales (salvo para sus intereses) como nos quieren hacer pensar y creer.

Así lo advirtió en su día Jonathan Haidt (un psicólogo social estadounidense, profesor de Liderazgo Ético en la Universidad de Nueva York-EE.UU.) en una conferencia titulada: “The Age of Outrage” (La era del ultraje), y que arranca de una manera inquietante: “¿Qué está pasando con nuestro país y nuestras universidades? A veces parece que todo se viene abajo”.

Lo que sencillamente ocurre es que el ser sintiente es por naturaleza un ser natural y humano. Es decir, es un ser que no desea, o bien se resiste a perder el contacto con su elemento natural (la vuelta del cántabru a su vida) a la menor ocasión y oportunidad que tiene para ello. Y es que el término “naturaleza” proviene del latín “natura”, que coincide en su significado lógico con la palabra griega “physis”. Bajo este concepto se coloca todo aquello que no ha sido hecho por el hombre, la “techné”. Es decir, el arte y la artesanía que no se consideraban entonces como algo natural.

En la antigüedad el término “naturaleza” significaba: “la totalidad de las cosas que se originaron sin intervención humana y existen independientemente del ser humano”. Por lo tanto, caracterizando todo el ser y el devenir al final tenemos que el principio orgánico está integrado en la “physis/natura”. Es así como en Platón el organismo se concibe como una imagen del mundo viviente, y en Aristóteles, la “naturaleza” es el devenir mismo de la materia, o si se prefieres: la causa de su forma y su propósito.

En el caso de los estoicos (el estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el 301 a.C. y su doctrina filosófica estaba basada en el dominio y el control de los hechos) la “physis” se reduce a lo externo, lo que a su vez se distingue precisamente de la “naturaleza” (racional) superior del hombre: el orden moral como instancia enfrente del orden natural.

El aumento de la depresión no es un fenómeno nuevo, pues al contrario, su escalada y progresión se inicia hace ya varias décadas

Por último, en la Edad Media cristiana (occidental), la “naturaleza” aparece como la creación de Dios, independientemente actuante como lo pueda ser el verde viviente de los campos, o el azul resplandeciente de los cielos. La “naturaleza” humana, por lo tanto, se define desde su semejanza al Dios creador, entendiendo a Dios como el ente que es la “naturaleza” creativa (natura naturans); y que a su vez es el que crea las entidades mundanas (natura naturata).

Pero volviendo de nuevo a Platón, y en una obra excepcional sobre la Antigua Grecia (“Prefacio a Platón”), Eric A. Havelock, un experto británico en literatura y filosofía clásicas (que pasó la mayor parte de su vida entre Canadá y los Estados Unidos), al tiempo que estudioso del tránsito de la cultura oral a la cultura escrita, manifiesta que este tránsito implicaba cambios cognitivos, sociales y políticos que no habían sido considerados antes por ningún otro estudioso del tema.

Para Havelock en una cultura ágrafa (que no puede o no sabe escribir, que no posee escritura) prima siempre la imagen y la memoria. Esta época comprende aproximadamente entre el año 10.000 a.C. hasta el 6.000 a.C., y lo importante aquí es, por lo tanto, recordar conocimientos y sucesos básicos a través de los ritos, las ceremonias y las narraciones míticas que posibiliten la supervivencia y fomenten la cohesión del grupo; pues sin ella no es posible la transmisión oral de los mitos de la comunidad.

Y esto es lo que sucedía antaño en el País Cántabru, y aún antes de que nuestra lengua nacional fuera anulada y sustituida por otra proveniente del “mundo moderno”, que así y de esta manera hacía posible que las personas se desconectasen aún más fácilmente de su propia sustancia y natural esencia. Porque en una cultura donde existe la escritura y la mayoría de la población sabe leer, la memoria pasa entonces a un segundo plano, pues ya ésta empieza a ser almacenada en los libros o en los registros varios, a los que no siempre se le concede el verdadero valor que en verdad poseen.

Prima entonces el entendimiento para, a continuación, hacernos más conscientes de nuestra individualidad, pensando y hablando (por lo tanto) de una manera esencialmente distinta y diferente a como lo haríamos o lo habríamos hecho en y con nuestra lengua original. Es este tipo de lenguaje (y el modo en que modifica nuestro modo de pensar y hablar) lo que nos inclina al diálogo con nosotros mismos y, por ende, al diálogo con los otros, que ya no es original, sino que por el contrario es condicionado y dirigido, limitado y restringido, coartado y estipulado, fijado y reducido.

Las personas han sido desposeídas de su esencia y de su natural idiosincrasia, que en este caso tendría que ver con su cultura y con sus tradiciones

Y es así como sucede a continuación (y en no pocas ocasiones) que se empieza a sufrir y a padecer depresiones y enfermedades, que están no pocas veces relacionadas y vinculadas con la mente que ha sido previamente desconectada de su esencia primigenia en cántabru. De hecho, cientos de millones de personas padecen por esta causa hoy en día depresión, según los datos difundidos por la Organización Mundial de la Salud. Y se calcula que dentro de tres años la pérdida de la autoestima y el sentimiento de culpabilidad (es decir, la depresión moderna) llegarán a convertirse en la segunda causa de discapacidad en el mundo que se hace llamar a sí mismo desarrollado y moderno.

Y ciertamente ocurre y sucede que el aumento de la depresión no es un fenómeno nuevo, pues al contrario, su escalada y progresión se inicia hace ya varias décadas de una manera y forma cada vez más ascendente. Y es que el boom del “bienestar” que va desde los años 1960 hasta el presente, parece estar relacionado en buena medida con el misterioso abatimiento mental de las sociedades y de sus valores. ¿Cómo es posible entonces que en no pocas ocasiones a una mayor calidad de vida le corresponda por contrapartida un mayor deterioro del ánimo?

La respuesta es clara como antes hemos indicado en los párrafos anteriores: las personas han sido desposeídas de su esencia y de su natural idiosincrasia, que en este caso tendría que ver con su cultura y con sus tradiciones, formas de vida y entendimiento de una realidad que les es propia y particular. Por eso, cuando se pierde o muere una cultura, con ella muere también y para siempre toda una manera y forma de ver y entender una realidad que es diversa, y sin duda estelanti (“sorprendente” en cántabru).

En “El Maestro ignorante”, Jacques Rancière (un filósofo, profesor de política y de estética francés) hace suyas las experiencias del pedagogo francés del siglo XVIII, Jean Jacotot Jacotot (un pedagogo y político francés, creador de un método de enseñanza llamado: “método Jacotot”), quien puso en práctica una nueva forma de entender la enseñanza, no autoritaria, horizontal e integradora. Rancière se basa en las experiencias de Jacotot para denunciar el papel ideológico de la educación, como instrumento siempre al servicio de la dominación de clase y legitimador de los esquemas que propician en buena medida el abuso y la desigualdad.

Frente a la desigualdad Jacotot propugnaba el “comunismo de las inteligencias”, donde la relación jerárquica entre maestro y alumno es sustituida por una especie de comunidad de iguales y entre iguales donde el profesor no es tanto un transmisor de conocimientos, cuanto un mero guía que alumbra las incursiones de sus alumnos por los ignotos senderos del saber y del conocimiento.

En “Mil Mesetas”, los autores Gilles Deleuze (un filósofo francés, considerado entre los más importantes e influyentes del siglo XX) y Félix Guattari (un psicoanalista, filósofo, semiólogo, activista y guionista francés) llevan a cabo una labor de arqueología de la epistemología en que se ha basado siempre la civilización occidental.

La filosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari se encuentra habitualmente ubicadas entre los representantes del pensamiento posfordista (se puede aplicar en un amplio contexto para describir todo un sistema de procesos sociales modernos, ya que describe el mundo tal y como es hoy), posestructuralista (propone que uno pueda entender la cultura humana por medio de una estructura modelada en el lenguaje que difiere de la realidad concreta y de las ideas abstractas), o posmoderno. Este último término se puede utilizar para designar generalmente a un amplio número de movimientos artísticos, culturales, literarios y filosóficos del siglo XX que se extienden hasta hoy, y que se definen (y han definido) en diversos grados y maneras por su oposición o superación de las tendencias de la Modernidad.

 Según ellos nuestra civilización (y su manera de conocer la realidad) se ha basado habitualmente en aquello que se llama o define con el término de “un modelo arborescente de conocer”, basado este, a su vez, en el símil del espejo propuesto por el filósofo estadounidense Richard McKay Rorty (que pasó el inicio de su carrera tratando de conciliar sus creencias e intereses personales con la búsqueda platónica de la verdad) en “La filosofía y el espejo de la naturaleza”.

Y según esta forma de entender el conocimiento y la realidad, éste funciona como una especie de espejo que refleja la realidad tal cual es. Deleuze y Guattari van más allá y toman la metáfora de Descartes que ve en la filosofía (el conocimiento en general) una especie de árbol, con sus raíces, tronco, ramas y hojas. Esta metáfora (extraída del mundo natural) apunta hacia la idea del saber cómo un conjunto de principios jerarquizados que se tienen que asentar sobre bases sólidas o “indubitadas”, que diría Descartes.

Pues bien, se trata de una forma de pensar que entra dentro del esencialismo y la universalización. O si se prefiere, una forma de pensamiento que se podría definir como sedentario o sedentarista, pero que se basa en buscar una identidad entre el objeto y el concepto, además de que explora unas jerarquías conceptuales, y también un cierto orden en medio de la multiplicidad que representa lo cambiante. Frente a este modelo de pensar sedentario Deleuze sostiene la necesidad de optar por un pensamiento basado en la idea del nomadismo, que a su vez se base en el principio de la diferencia, y en lo que es marginal, o bien en aquello en el que todo está en continúa dispersión y cambio, evolución y transformación.

A esta forma de pensar nomadista le corresponde por lo general una epistemología rizomática (una organización rizomática del conocimiento es un método para ejercer la resistencia contra un modelo jerárquico, que traduce en términos epistemológicos una estructura social opresiva) que busca extirpar raíces, fundamentos y unidades, y que, fundamentalmente, privilegia lo múltiple, lo cambiante y lo disperso. Una forma de conocimiento que prima lo divergente y sin centro, lo inestable frente a lo permanente; además de que siempre parece como que está a la búsqueda de un nuevo lenguaje con una semántica al tiempo difusa y a la vez transgresora.

Por eso y por esta razón, cuando alguien nos pregunte la razón de porque aprendemos cántabru (o cualquier otra lengua minoritaria), bien les podríamos remitir a estos autores, y luego añadir (si lo deseamos) que vivimos en una sociedad que deifica el éxito hasta el punto de que éste (en sus diversas modalidades) parece ser la única ratio posible en el terreno profesional; y hasta incluso el único objetivo vital para millones de personas. Y de hecho la no consecución, o más aún, el simple no reconocimiento social de aquello que está instituido deviene para los universalistas en una tragedia personal, o bien, en una desdicha para la mujer y el hombre modernos.

Y precisamente por eso los libros y los programas de autoayuda casi siempre coinciden en lo mismo: la consecución del triunfo a toda costa (personal, profesional o empresarial), como si este fuera el sentido último e indiscutible, y al tiempo único de la existencia. Cuando esto no es en verdad así, y tampoco nunca lo ha sido, y por supuesto, nunca debería de ser así.

La democracia polarizada y la naturaleza de lo humano
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