El aparato bárbaro y el chiringuito

Han pasado muchos móviles desde aquel que le compré para encontrarnos en "el chiringuito" gallego. Le dejo un audio para recordarle la cita con el fútbol

En 2015 estrenaba yo status civil, agostando unos días con mi familia en nuestro campamento base, en Galicia, en esa esquina de la península donde el sol se empeña en acostarse tarde y uno renueva la mirada.

Disfrutaba con mis hijos de mi turno estival de paternidad. Mi hijo pequeño de 11 años y yo, habíamos convenido encontrarnos a diario, a una hora fijada por ambos, en el chiringuito de referencia de la playa para volver juntos a casa.

Él era aún un ser analógico y tras varios desencuentros en el meeting point, cautivo y desarmado ante la impotencia de no coincidir y no poder avisarnos, claudiqué.

A las 2 horas salíamos de un Centro Comercial con su primer flamante móvil Samsung, capaz de hacer poco más que hablar, mandar sms y jugar a algún juego sencillo. Poco smart eran entonces aquellos phones...

Contra consejo de sociólogos, expertos en comunicación, pediatras conservadores, terraplanistas, tertulianos y hasta de su propia madre, decidí que urgía resolver nuestro agujero negro de comunicación y sumergirle en el mundo digital. ¡Bingo! 

Ese verano no volvimos a perdernos. 

Me tranquiliza ver que pasada una década, su temprano debut digital no le ha dejado secuelas, tales como un descenso de la autoestima por un puñado de likes, ni tiene signos de padecer el extendido FOMO, por pensar que mientras está a una, se está perdiendo otra mucho mejor. Tampoco padece de insomnio crónico por dependencia digital.

Nunca me ha parecido que sea postura sana el famoso "de qué se trata, que me opongo", atribuido a Unamuno y a J.K Galbraith, como opositor compulsivo a cualquier avance tecnológico.

El teléfono móvil ha ido sumando funciones con las que enriquecer el aparato

Con el paso del tiempo, el teléfono móvil ha ido sumando funciones con las que enriquecer el aparato. Tanto empeño ha puesto en imitar otros avances tecnológicos para integrarlos en ese pequeño cacharro que ha perdido hoy para toda una generación la razón principal para la que se creó.

Una mirada a vista de dron de un vagón de metro o un autobús de una ciudad cualquiera nos descubre una chica viendo el desenlace de una serie de Netflix, a un puñado de personas oyendo bajo unos potentes auriculares su particular concierto, unos chavales whatsAppeando a golpe frenético de pulgar. Junto a los chavales, una "aborrescente" habla al móvil cual si fuera una tostada a punto de entrar en su boca, en lo que será un audio con rango de Podcast, por su larga duración.

La generación Z (1994-2010), a la que pertenecen mis 3 hijos, no sabe hablar por teléfono

El tiempo ha ido asignando a cada uno su rol y su relación con el smartphone. La generación Z (1994-2010), a la que pertenecen mis 3 hijos, no sabe hablar por teléfono, es algo socialmente penalizado en su código de comunicación. Se cortarían un brazo antes que atender a una llamada de móvil que aparece en su pantalla como "Papá".

Eso no es obstáculo para que, segundos después, te vacíen un cargador de balas whatsaperas, llenas de interrogaciones como "¿Qué quieres ..qué pasa?" Y otros mensajes semejantes de amor paterno-filial.

Albert Camus y la actriz española María Casares, él premio Nobel de literatura y ella, gallega universal y gran dama del teatro francés, fueron protagonistas y víctimas de un intenso e imposible romance durante décadas.

Durante los intermitentes 20 años que se amaron, se imaginaron y se esperaron, solían llamar al teléfono (analógico) "el aparato bárbaro" y lo despreciaban, eligiendo en su lugar comunicarse por carta, hasta las casi 900 que dan fe de su intenso y tempestuoso romance.

No les imagino mandándose cursis emoticonos por WhatsApp, para fortuna de quienes podemos leerles hoy.

Voy a comer a casa de mi madre, como cada viernes. La encuentro sentada en una butaca, despachando por el teléfono fijo, con una hermana, o con una hija. Ella, a sus 90 años ha encontrado el equilibrio: tiene lo mejor de los dos mundos: tiene cuenta en Facebook e Instagram y charleta con sus hijas por el "aparato bárbaro", por las noches. 

De pronto me acuerdo de que mi hijo ha quedado en venir a casa a ver la semifinal de "La Champions". 

Han pasado muchos móviles desde aquél que le compré para encontrarnos en "el chiringuito" gallego. Le dejo un audio para recordarle la cita con el fútbol. 

¡Infalible! A los 30 segundos entra un WhatsApp: "Estoy a 5'"

Preparo un buen cuenco de patatas fritas y dos Coca Colas.

¡Hoy marca Vinicius!

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