jueves. 28.03.2024

En las presentaciones de las novelas, cuando no se encorsetan con costuras intelectuales rígidas, suelen salir cosas raras. Mi última novela, #Prototipos, como la primera, #Elviajealoscienuniversos  -la segunda #Soncelososlosdioses,  no, porque era un canto al amor, personal y amor a una ciudad que no tiene nada que objetar, Santiago de Compostela- se habla de urbanismo.

Portada de la novela

Hay personajes siniestros que surgen de unas cloacas profundas e inundan el relato como una masa viscosa ensuciando la sociedad. Reconozco que me obsesiona la corrupción urbanística que surge al amparo de políticos tan o más corruptos, que destroza paisajes, medios de vida y un tejido social popular y hermoso. Es una constante que surge en mis novelas que no he entendido nunca, porque pienso que las historias –novelas o relatos- se cuentan solas y solo necesitan mano amanuense para trascribirse. ¿De dónde me venía la obsesión por el feísmo y el descalabro urbano?  Me preguntaron y me preguntaba.

Hasta que entendí que soy de Santander. Y de ahí sale el proceso, porque nacer en un determinado lugar  marca. Le pasó a  Chirbes, salvando las enormes distancias y me condicionó a mí.

Mi ciudad es muy bella.  Cuando salimos fuera, ante la pregunta de ¿de dónde eres? responder “de Santander  suele llevar a la consabida sonrisa complaciente, la subida de ojos y la respuesta: “oh, qué bonita es”. Y nos empavamos porque es verdad. ¿Verdad? a medias. Verán.

 

Que tenemos una de las bahías más hermosas del mundo creo que nos lo gravan al nacer con planchas inamovibles en la psique. Como dicen mi admirado Oscar Allende, lo del marco incomparable nos avisa de que detrás de la frase llega el tedio y la banalidad. Sí, la bahía es muy hermosa. ¿Y el Sardinero? ¡Oh, el Sardinero! es muy bonito, con los jardines de Piquío, con sus largas playas de arena rubia y fina que se cuela hasta en zonas ocultas a poco que te reboces en ella. Salvo por las torres infames que le circundan sin orden ni control, al albur del amiguismo municipal que concedió y concede permisos de obra saltándose sus propias leyes. Cosa que veremos de forma constante durante el trayecto del artículo. Pero esperen, que va para largo.

 

Tenemos hermosos parques, zonas verdes donde se contonean briosos arboles, muchos de ellos traídos por indianos agradecidos a la tierra que regaron con sangre esclava para volver prohombres y desgranar la caridad  generosa en  el terruño que les vio nacer. Por generosidad o por hacerse perdonar pecados mayores. Vaya usted a saber.

Se dice que en Santander nos conocemos todas. Es cierto. Como cualquier ciudad provinciana y pequeña hay unos cuantos apellidos de raigambre. Las más de las veces, los integrantes de las familias bien apellidadas viven de un patrimonio oxidado, dando y dándose sablazos endogámicos a discreción. Con niveles patrimoniales de altura pero comiendo chóped de lo barato, porque el ladrillo no  alimenta por mucho que sea cara vista y conforme viviendas en Castelar, Reina Victoria o Pérez Galdós. Se les llama STV, acrónimo de “Santanderino/a  de toda la vida”.

 

A los/as  STV se  les distingue enseguida. A ellas por el visón, la barbilla levantada, el rictus bucal en paréntesis (tal que si oliera mierda a toda hora) y cierta mirada displicente que emiten cual rayo exterminador hacia el pueblo llano. A ellos, se les  aprecia menos la conciencia de clase, envueltos en terno pasado de moda con corbata estrecha y pelín en franca decadencia. Si son jóvenes, ellas, lanzan sus melenas  de mecha californiana tintada en  Macavi, al viento,  luciendo  ellos  moreno surfero adquirido en largas horas de parranda en el Sardinero. Esa es la plebe que se identifica por un querer y no poder. No son casi nada porque las sucesivas generaciones se comieron la producción de tatarabuelos explotadores.

 

Luego están los otros. No son muchos. Cuatro o cinco apellidos, poco más. Uno de ellos ya se le suponen ustedes puesto que pasea el nombre de mi ciudad mundo adelante aposentado en un banco que se extiende por el  globo como mancha de aceite. Sí, los Botín. Son la saga  coronada de mi ciudad. Poco sabemos de su vida por el hermetismo que les caracteriza. Solo conocemos sus mansiones y cierto movimiento de coches blindados y ostentosos cuando se muere algún integrante de la saga. Lo demás, talmente parece holograma porque la docta familia sobrevuela la ciudad y pocas veces se les ve de cerca. He de decir que en una ocasión en que me regalaron palco en el Palacio de Festivales (regalo fue porque mi presupuesto no estuvo jamás para esos dislates, gallinero y gracias) fui vecina de silla de doña Paloma. La matriarca. Enfundada en sencillo traje Chanel nos aventó con el suave aroma del perfume que usan los ricos de toda la vida. Maja, la señora, sobria,  sonriente y distante, como las ricas de alcurnia verdadera.

 

Pero no voy a eso. El meollo está en el momento en que se formaron las fortunas santanderinas. No, no fue en el siglo XIX cuando el trafico con Cuba propiciaba  una burguesía prospera y provinciana a partes iguales. Esos/as quizá sean antepasados de las STV citadas. No. Los ricos de ahora florecieron al calor del fuego.

Un fuego arrasador que surgió no se sabe muy bien como. Se apunta a una sartén olvidada en el hornillo, un cortocircuito, o un descuido, aunque las investigaciones de Angela de Meer, apuntan a que en los bajos del infausto edificio donde comenzó la fogata, había material inflamable no declarado que  pudo ser la causa del infierno. Y el sur. Porque a Santander le invaden unas suradas de vez en cuando que nos barren hasta el cerebro y las habitantes nos convertimos en material inflamable. Como el que barrió la ciudad el quince de febrero de 1941.

 

Ese día ardió Santander. No entero, porque los damnificados fueron 10.000 habitantes, de los 101.793 totales de la ciudad (el 9,82%). Fíjense en la fecha. En el año más bien. Dos años hacía que la guerra había acabado y las cadenas de la dictadura estaban bien apretadas, los nazis arrasaban Europa y aquí, el enano del Pardo saltaba de ilusión viendo que sus ideas y las de los compas arrasaban el mundo bajo la bota hitleriana. 1941.

Justo en febrero, se produce un incendio que arrasa parte de la ciudad con un centro que mira al puerto de pescadores, donde las mujeres tejían redes, cargaban capachos en la cabeza con la morralla del pescado que  las barcazas traían y vendían a quien no podía permitirse el pescado entero.  Calles empedradas con olor a aceite barato y frituras de pobre, con portales siniestros que se alumbraban con una tenue bombilluca amarilla moteada de cagadas de mosca  de 25 vatios, cuando la había. El Santander castizo que cantaba al hablar y las  hembras tenían la costumbre de jurar blasfemias gruesas que en boca femenina sonaban  a latigazos.

 

Se quemó el centro con sus barrios populares y su historia quedó entre las cenizas de una ciudad noqueada. Dicen que el país con su enano general al frente se volcaron en ayudar a los pobres santanderinos que habían perdido casa, hacienda, negocios, enseres. Vidas, no, porque solo murió un bombero llegado de Madrid. El resto ardió.

El infausto día para miles y el origen del caos actual. Principio de fortunas criminales y de quiebras letales. Les dejo los datos de dicho incendio para que constaten la magnitud:

-El incendio de Santander duró 2 días, aunque algunos rescoldos permanecieron encendidos durante 15 días.

– Se destruyeron 377 edificios, la mayoría bastante antiguos.

– Se perdieron 1783 viviendas.

37 calles resultaron afectadas.

– El aérea arrasada fue de 14 hectáreas.

– Aproximadamente 10 000 personas perdieron su hogar.

508 comercios se destruyeron.

– Se destruyeron 105 alojamientos.

– Hubo 1 víctima, el bombero madrileño Julián Sánchez.

115 personas resultaron heridas.

La reconstrucción no se completó hasta 25 años después.

 

No sé si ustedes han leído la Doctrina del Shock, de Naomi Klein (si no lo han hecho ya están tardando, es un libro que explica la historia reciente, la realidad social y ayuda a entenderlo todo) La autora explica y demuestra como al producirse un desastre -el que sea…guerra, terremoto, maremoto, inundación, golpe de estado-  el ánimo de la gente queda perplejo ante la magnitud de la catástrofe, noqueado el entendimiento siendo  justo en ese momento en que se les puede hacer tragar lo que sea y surgen las ideas que conforman las grandes fortunas despojando a las  asustadas víctimas de  derechos y pertenencias para apropiárselas la clase dirigente.

 

Hay una frase del padre del neoliberalismo Milton Friedman, que describe perfectamente lo que pretendo decir. Ante el terrible desastre del Katrina que azotó y dejó sin casa y sin tierra anegada por el agua a todo New Orleans, manifestó sin cortarse nada que  «Sólo una crisis de esta magnitud produce un verdadero cambio. Cuando estas crisis ocurren,  las acciones que son emprendidas dependen de las ideas que existen por ahí.»

Él y sus secuaces aportaron ideas ante esa crisis terrible que hombres barbaros pusieron en acción. Barrida la escuela pública, se construyeron infraestructura de centros privados para que la elite pudiera estudiar entre los suyos. Al deshacerse la ciudad se arrojó a la gente menos pudiente al extrarradio en viviendas  precarias,  dejando el centro para que las grandes familias desarrollaran sus fortunas,  cediendo el Estado terrenos a precios irrisorios y exenciones fiscales para que los cuervos del capitalismo  especularan a gusto. Milton Friedman, economista lumbrera al que más tarde se le concedió el Premio Nobel, desarrolló sus ideas en la Universidad de Chicago, poniéndolas en práctica por primera vez en el Chile  chorreante de sangre vertida por Pinochet y sus esbirros. Corrían los años setenta cuando se formaron los Chicago boys cuya ideología ultraliberal  arrastramos hasta hoy.

 

En Santander inventaron el neoliberalismo  siendo precursores de los Chicago boys, en los años cuarenta. Creo que las familias y autoridades santanderinas venidas a más con el incendio debieran de pedir derechos de  autor a los de Chicago.

 

Al desaparecer el centro ciudadano, por el citado incendio, en el extrarradio urbano se habilitaron carpas y tiendas de campaña para acoger a la gente que había perdido el hogar. Y llegó el momento de la rebatiña. El shock se produjo la noche de sur del quince de febrero, como decimos, luego ya llegaron ellos con el espolio. El noqueo de la gente era total porque habían visto arder su hogar  perdiendo todas las  pertenencia. Se quedaron sin nada, mientras, la dictadura –recuerden, 1941-  estaba en pleno apogeo ¿Quién iba a cuestionar la distribución del terreno?

El centro quedó en manos de quien realizó los tanteos a bajo, bajísimo precio, añadiendo exenciones de impuestos durante más de veinte años para que algunos pudieran comprar a bajo costo, mientras que para los propietarios y arrendatarios de las viviendas arrasadas por el fuego, se fueron construyendo (con lentitud, con mucha lentitud) casas en el extrarradio.

 

Cuanta más baja se considerara la clase social, más lejos del centro…No pudieron volver a sus casas una vez reconstruidas. No se les devolvió nada del patrimonio perdido. Además se les hizo pagar por los nuevos hogares, que eran construidas por los mismos que se apropiaron del centro para sus edificios de viviendas de lujo, comercios, oficinas y despachos a precios prohibitivos. Las plusvalías conseguidas en pocos años fueron estratosféricas, los créditos concedidos para facilitar la reconstrucción de la ciudad, eran irrisorios. Además, el régimen se prestó a construir (niego la palabra reconstrucción porque solo se reconstruyeron la Catedral y la iglesia de la Compañía)  la ciudad falangista por excelencia. Vuelvo a recordarles que era el año. 1941…Los falangistas campaban en el gobierno regando las calles de camisas azules y poderío victorioso.

 

La ciudad comida por el fuego sería  construida según los parámetros fascistas y nacionalsocialistas tan en boga en la época. A modo orgánico, donde la cabeza serían los órganos de gobierno -Plaza Porticada con el Gobierno Civil, Ayuntamiento(que luego se desistió de hacerlo allí en un rocambolesco giro de guión)- El corazón se encontraba cerca, la Catedral , iglesias del Cristo y Compañía, y por último, los miembros del cuerpo: las zonas comerciales y edificios de lujo que se distribuían por el resto del centro.

 

Ese era el plan del falangismo local, que fue truncado al calor de los pingües beneficios de hacer lo que les salía del orto dependiendo de la influencia que tuviera el constructor de turno en el Ayuntamiento, ministerio o cualquier poder cercano a la distribución de permisos de obra y concesión de terrenos.

Santander, su centro, está retranqueado de principio a fin ¿Saben por qué? Les explico:  si las normas municipales permitían, por ejemplo, construir  cinco alturas, daba igual. Se construían las cinco y dos o tres más con retranqueo, imaginene el negocio. O se cerraban calles para ampliar la superficie de las viviendas o locales comerciales (calle Mies del Valle, cerrada al tráfico por este motivo)

 

Hubo hasta peleas con puños cruzados entre autoridades en el Ayuntamiento por la repartición de licencias y prebendas como la ocurrida entre  el gobernador civil, Joaquín Reguera Sevilla y el alcalde del momento. Los ideales falangistas, que en esos tiempos aún tenían cierto contenido social, se arrinconaron para proceder a desmembrar las ruinas  mientras se inventaban  una ciudad caótica, mal construida,  prevaricada y absurda, cuando se pudo realizar un diseño moderno y ejemplar. Todo a mayor gloria de los bolsillos repletos de las familias que se enriquecieron hasta lo inaudito con el drama humano producido.

Recuerden, las personas que hayan visitado Lisboa, el trazado de sus calles, las cuadriculas perfectas y el bello urbanismo que el marqués de Pombal, después de otro fuego exterminador como el santanderino, proyectó para su ciudad.

 

La diferencia estuvo en que el marqués de Pombal, discutible su ideología y sus formas, pero era un tipo patriota e integro que dejó para la posteridad una ciudad modélica, construida en el siglo XVIII que sigue pareciendo actual. En Santander no tuvimos suerte, no había ningún Pombal para poner orden y sí muchos cuervos que garrapatearon la ciudad haciendo de ella algo absurdo y feo. A pesar de la bahía. A pesar del Sardinero.

 

Desde Desmemoriados nos aclaran varios mitos construidos al amparo del incendio, como la  atención a las necesidades de los damnificados, que en total fueron 10.000 de un total de habitantes de 101.793 (un 9,82%) siendo solo atendidas 237 familias. El resto quedaron al albur de poblados chabolistas con nombres como Manchuria o Venecia. Se construyeron poblados marginales como el de Canda Landaburu en La Albericia o las curiosas Casucas, que aún perviven. También se dijo, según investigaciones de Desmemoriados, que se recaudaron 20.161.033 pesetas de la época, que o bien nunca llegaron a los damnificados o se diluyeron por el camino. Como ejemplo nos cuentan  que la comunidad cántabra mexicana, recaudó 23.717 pesetas, que recibió en un talón el embajador español…Dicho cheque apareció perdido en ¡1947! Ignoramos en qué manos terminó el dinero pero podemos imaginar que no entre los más empobrecidos de los damnificados. Otro mito o sarcasmo cruel es considerar que hubo reconstrucción porque no fue así. Solo, como hemos destacado anteriormente, se reconstruyeron los edificios religiosos, el resto se arrasó. Es más, se llevaron por delante capas arqueológicas y vestigios históricos irrecuperables de nuestra ciudad.

 

Hace tres años, dos periodistas, Oscar Allende y Guillem Ruisánchez, además de varios colaboradores/as como Olga Agüero y Eva Mora, entre otros, escribieron y detallaron el sindiós del urbanismo santanderino. El libro,  Expulsados (edit. Libros.com)  que les aconsejo con fuerza, tanto si son de mi ciudad como si no, porque los desmanes son comunes porque  si no fue el fuego, serían otras las causas del desmadre urbanístico de cualquier ciudad del tejido patrio.

Lo ocurrido después del incendio podría ser juzgado con ventaja en el tribunal de las infamias sociales de alto voltaje, pero no acabó ahí.  Santander ha sido, es y será nido de especuladores sin alma, aprendices de constructores infames que durante años sacaron  convoyes de camiones de arena de nuestras playas  para utilizarlo en mezcla con cemento. Fue tanta la desvergüenza en las sacas, que las propias autoridades franquistas temieron que dejaran pelada la playa de Valdearenas con sus inmensas y bellas dunas y terminaron prohibiendo las sacas. Para entonces ya se había destruido el tejido dunar y paisajístico de Laredo, donde toda la inmensa playa de la Salvé era un paraíso que se masacró construyendo unos edificios tan feos y tan mal hechos que son la vergüenza de quien los contempla aunque no se recuerde el paisaje anterior.

 

El pueblo de Noja, que conocí y disfruté en mi juventud, ha sido  barrido por un alcalde/constructor (especie común en Cantabria, depredador de paisajes y tejido social) que dejaría pálido de envidia a Al Capone. En Noja se destruyó todo, salvo la iglesia. La hermosa plaza rodeada de chopos donde celebraban las verbenas y disfrutamos los primeros amores, fue arrasada por el cemento. En la playa de Ris, ventosa,  mirando al norte con lo que eso conlleva de mareas fuerte,  se han construido apartamentos a pie de playa destrozando un paisaje selvático y hermoso hasta doler. En el pueblo, para recorrer cien metros debemos rodear y circunvalar varias callejuelas en un trazado que se adivina la mano prevaricadora de los amigos del alcalde de entonces.

No hablo de Somo, concebido como pueblo de vacaciones, que ha quedado como el más claro exponente de la falta de cerebro y escrúpulos urbanísticos, con edificios que invaden la playa y que cada invierno son invadidos por olas surgidas de las Quebrantas y por el arenal. Destrozo tras destrozo compitiendo por cual es más bárbaro, hortera e ilegal.

 

Podría hacer un recorrido por el resto de los pueblos de Cantabria, que han tenido la desgracia de poseer costa y playa, pero siento que me faltan las fuerzas y me duele demasiado referirles los crímenes paisajísticos y sociales que se han cometido. Curiosamente, todos los horrores han sido realizados por gentes de poder que lucen la banderita en la muñeca, en el alfiler de la corbata y en la ventana de sus ostentosas casas, llenándoseles  la boca hablando de patrias.

 

Como podría detallarles los desastres, variados, sangrantes, desastres urbanísticos de Santander pero habría que realizar otro libro. Uno de ellos se llevó por delante la vida de Amparo Ruiz, que fue desalojada con 86 años de su hogar de toda la vida. Un proceso que aun nos indigna, Amparo,  fue expulsada de su casa mientras agonizaba en Valdecilla, nadie duda que por el dolor de ver que le arrebataban el hogar construido con su marido y gran esfuerzo. Los criminales de la Corporación municipal  le ofrecieron a cambio de una casita unifamiliar con finca en zona aledaña a la ciudad, un apartamento en Peñacastillo (zona lejana del centro, pueblito asimilado por la ciudad) de pocos metros  añadiéndole  una hipoteca de 28.000€.

 

En este país, nos amenazan con el comunismo, con que  los okupas nos quitan la casa a poco que salgamos de ella, nos vociferan con la inseguridad y las maniobras bolcheviques para arrebatarnos el fruto del trabajo, mientras ha sido y es la derecha corrupta que gobierna amparando a los verdaderos amos de la ciudad: los constructores infames, quienes nos han robado paisaje, historia y patrimonio personal. Pregunten si conocen a los propietarios de terrenos y viviendas en Cazoña…por ponerles un ejemplo de expropiaciones forzosas  pagadas a precio de saldo que han producido la ruina de muchas  familias medias en los años sesenta del pasado siglo.

 

Además Santander, se cae. Como consecuencia de la rapiña extrema, cada poco tiempo, nos sorprende la noticia del derrumbe de edificios, como el del Palacio del Mueble, el Cabildo -con victimas y  problemas no resueltos- Valdecilla -curiosamente se hundió un edificio de la parte nueva, como ocurre con la Residencia Cantabria que no se ha caído pero permanece en desuso por el peligro que supone. Ambos fueron construidos en los años sesenta y setenta, no como los pabellones que con las consiguientes reformas se mantienen dignos desde principios de siglo-

Y por último un edificio de la calle Tetuán donde no hubo víctimas porque milagrosamente una vecina con incontinencia descubrió de madrugada la brecha que cruzaba su salón, avisó a los bomberos y se desalojó antes del drama. Santander se desmorona por dentro y por fuera. Los edificios se caen y sus organismos rectores ¡ay ese Ayuntamiento! fenecen entre la indolencia, la corrupción y la incompetencia. Eso sí, gozamos de una alcaldesa tiktokera e instagramera, imitadora de Ayuso pero con menos gracia , fashion victim y populista donde las haya.

 

No sé si tendrá algo que ver que mi ciudad no ha cambiado de ideología municipal nunca. Digo nunca porque es nunca. Cuando murió el Caudillo (cuya estatua lucía en la plaza del Ayuntamiento  siendo de las últimas en desaparecer) el alcalde, Juan Hormaechea Cazón se recicló en demócrata, siguió gobernando bajo siglas de AP, luego del PP,  para más tarde reconvertirse en oveja negra defenestrada. Y ahí sigue la derecha rancia y  mohosa meciéndose entre el gozo de la  bella bahía y el permiso de las famiglias con poder santanderino que son las que de verdad gobiernan. Si lo dudan comprueben donde se construyó el Centro Botín saltándose a la torera la ley de Costas. Porque pueden y porque ellos lo valen. Chimpún.

Una siente la perplejidad cuando se manifiestan patriotas estos cuervos. Quizá consideran a la patria suya y la quieren devorar   mientras que al resto nos duele contemplar diezmado y destrozado el tejido urbano e histórico  por gente con tan mal gusto, con un  nivel de horterez tal que  resultan altamente  irritante el resultado.

El incendio de Santander inventó el neoliberalismo. El incendio de Santander, produjo la primera Doctrina del Shock. El incendio de Santander hizo crecer a los cuervos especuladores de forma meteórica conformando la aristocracia que hoy pasea sus orgullos sangrantes por una bella ciudad diezmada por quienes dicen amarla.

Chúpate esa Milton Friedman, que el Nobel se lo debieron  de dar a los que construyeron/expoliaron  mi ciudad en los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta... y lo que siga. Santander, se llama. Y es bonita, sí, muy bonita porque a pesar del empeño en afearla, no pueden.

*Dedicado con todo mi respeto y recuerdo a Amparo Ruiz, valerosa mujer que se enfrentó al poder de un Ayuntamiento vergonzoso. No hay perdón para esa miserable Corporación que no supo escuchar y tuvo la criminal cobardía de derribar la casa. No hay perdón, de la Serna. Jamás.

Mi agradecimiento a Olga Agüero, Oscar Allende, Roberto Ruisánchez,  por toda la información y la comprensión ante mi desconocimiento.

Por último, además de los libros anteriores aconsejados, quien desee conocer más sobre el urbanismo santanderino, les dejo los magníficos trabajos de Angela de Meer, catedrática de la UC y experta en urbanismo santanderino.

El incendio que inventó el neoliberalismo
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