miércoles. 24.04.2024

“Salimos más fuertes”, es lo que escuchábamos por todos lados cuando hace más de dos años nos pidieron que nos quedásemos en nuestras casas para frenar la expansión del coronavirus. Eran tiempos complicados en los que el desconocimiento y la angustia cabalgaban a sus anchas, pero en medio del caos tocaba rehacerse y remar todos juntos en la misma dirección. Cada día a las ocho de la tarde la labor de los sanitarios era reconocida con un sonoro aplauso, en las televisiones se apelaba a un sentimiento de sacrificio y lucha por parte de todos para vencer al virus, se despertó un sentimiento de colaboración entre vecinos y los lazos con los amigos y familiares seguían atados mediante las multitudinarias videollamadas.

Sin embargo, con el paso del tiempo y la vuelta a la rutina, esa ola de solidaridad y esperanza ha aminorado y si echamos la vista atrás puede que muchas cosas no se hayan hecho de la mejor manera posible. Hablamos de todo esto con la filósofa Patricia Manrique, quien mediante una mirada en clave filosófica a la pandemia por covid-19 nos habla sobre los pensamientos y reflexiones que se pueden sacar tras una situación que frenó en seco al mundo.

Ya han pasado más de dos años desde aquel 14 de marzo de 2020 en que nos dijeron que nos quedásemos en casa. ¿Hemos mejorado como sociedad desde entonces?

Bueno, lo cierto es que no hemos mejorado como esperábamos pero tampoco nos hemos comportado con el egoísmo salvaje con el que se nos dice machaconamente que los seres humanos nos comportaremos en situaciones de necesidad o urgencia, como se ve por ejemplo en las series de pandemias que nos asolan por todas partes (unas series tan carentes de imaginación positiva,  por cierto).

Más allá de algún acopio egoísta de papel higiénico y algunas manifestaciones de insolidaridad puntuales, muy a peor no hemos ido. También es cierto que una pandemia era la oportunidad de poner pie en pared, pararnos y reflexionar qué es lo que estamos haciendo con nuestras sociedades, con nuestras vidas, con el medio ambiente, con las personas mayores… pero eso no ha podido ser.

Una pandemia era la oportunidad de poner pie en pared, pararnos y reflexionar qué es lo que estamos haciendo con nuestras sociedades

Han ocurrido cosas que han estado bien, por ejemplo, se han creado redes ciudadanas de apoyo que pusieron en marcha mecanismos de apoyo vecinal o de apoyo intergeneracional para cubrir lo que la política institucional no cubría o cubría mal. Al principio la gente que se quedaba fuera del sostén estatal y se dieron una serie de demostraciones de genuina vecindad, de solidaridad y de apoyo recíproco que han tenido después un cierto recorrido. En Cantabria, por ejemplo, la Red Cántabra de Apoyo Mutuo se convirtió en una empresa de economía social, la Renovera, y con la promesa de nuevos proyectos en marcha.

Y, en fin, algo bueno se hizo, pero no lo que habría cabido esperar tras una pandemia porque no nos dejaron parar lo suficiente como para reflexionar lo necesario y ni siquiera hemos hecho el duelo por tantas personas que se fueron, muchas de ellas en soledad, y que podría habernos convertido en más conscientes de nuestra propia realidad, de nuestra situación y más coherentes con nuestra propia condición casi diría humana. Pero es importante destacar que según la ideología dominante cuando ocurren este tipo de eventos dramáticos el hombre es lobo para el hombre, que decía Thomas Hobbes, y aún hoy tres siglos después el neoliberalismo lo sigue repitiendo, pero no es cierto, no hemos sido lobos los unos para los otros (lobos de cuento, de tópico, quiero decir)… Quizá alguno que se aprovechó de la venta de mascarillas o algún otro que hizo negocio con el gel hidroalcohólico… pero por lo general las personas a mucho peor tampoco hemos ido. No caigamos en la negatividad característica de las series que nos asolan, que son propias de lo que Marina Garcés, una filósofa española, llama la “condición póstuma”: hoy creemos que después de nosotros no hay nada, que no hay futuro,  que todo se acaba, ese no hay alternativas qué le compramos a Margaret Thatcher, musa del neoliberalismo… No hombre, no,  siempre hay alternativas y si esta vez no hemos conseguido mejorar, tratemos de reflexionar porque ha sido e intentémoslo en la siguiente.

Últimamente se habla mucho de salud mental, ¿el confinamiento nos hizo ver que somos más inestables mentalmente de lo que imaginábamos?

Tal vez el confinamiento tuvo la virtud de hacernos mirar para adentro, de fijarnos en las cosas que importan y que cotidianamente sumidos en la vorágine del trabajo, de la producción constante o del no parar que se nos exige en las sociedades actuales no nos dábamos cuenta.

Lo cierto es que el consumo de ansiolíticos en España está disparado y eso es sintomático y no viene de la pandemia viene de atrás. En las sociedades actuales que el filósofo surcoreano Byung Chul Han llama sociedades del cansancio vivimos en una vorágine invivible y nos quejamos poco para lo que mal vivimos, así que lo menos que nos puede pasar es que nuestra salud mental se resienta. Un sistema que exige producir sin parar crecer y siempre más y más y más rápido y más cosas acaba con la paz de cualquiera. Tuvimos tiempo de pensar en ese tipo de cosas en la pandemia porque la máquina productiva paró algo que parecía imposible, pero ya se preocuparon los agentes políticos y económicos de que la máquina se pusiera en marcha de nuevo lo antes posible, para que no pudiéramos pensar demasiado en qué maquinaria infame estamos inmersos y no nos diésemos cuenta de que las máquinas se pueden parar, que parar o ralentizar o reconducir son decisiones políticas lo que en democracia significa que podrían ser decisiones colectivas. Pero sumidos en la vorágine de nuevo es fácil hacernos creer que el sistema económico en el que vivimos, producto de una decisión civilizatoria, es algo casi natural, imposible de cambiar. Y no es cierto.

Los niños volvieron a su rutina en el colegio, los adultos retomaron el contacto con el mundo laboral y los ancianos, muchos en residencias, murieron solos y se sintieron abandonados. ¿Nos hemos comportado bien, como sociedad, con nuestros mayores?

El consumo de ansiolíticos en España está disparado

La pandemia fue una prueba irrefutable de que vivimos en sociedades edadistas, muy especialmente viejistas, es decir que consideramos invisibles prescindibles secundarias a las personas adultas mayores… algo que es una locura porque estamos hablando de las personas que atesoran más experiencia y conocimientos en nuestras sociedades.

Todavía está pendiente el duelo por más de 30.000 personas adultas mayores que murieron en residencias de ancianos, muchas veces en absoluta soledad. Y no solo está pendiente el duelo,sino también una investigación seria sobre qué ocurrió en las residencias y qué está ocurriendo aún hoy si es que no se ha puesto remedio. Creo que hacer un duelo colectivo es tan imprescindible como llevar a cabo una reflexión colectiva sobre la pandemia y que dice mucho de la poca calidad de fondo de nuestra sociedad, que ya poco tiene de comunidad, el que no lo hayamos hecho.

En la pandemia se puso de relevancia la importancia de los trabajadores de la salud. ¿Se les sigue dando tanta importancia a día de hoy?

Producto de la falta de reflexión de fondo, producto de una la falta de un análisis serio de lo que hemos vivido, de quiénes se comportaron y cómo, de quienes sufrieron más, dieron más por todos, en tantos casos con una generosidad admirable, de qué aspectos hay que reforzar en nuestra sociedad, del olvido incluso de algo que en aquellos días estuvimos a punto de ser conscientes, esto es, de que las cosas que verdaderamente importan están francamente desatendidas en nuestras sociedades y en nuestras cotidianidades.

Quien no reflexiona sobre sus errores está condenado a repetirlos

Producto de esa falta de reflexión es la repetición de los errores que entonces detectamos y que se sigue manteniendo y uno de ellos es la falta de cuidado de los profesionales y las profesionales de la salud igual que de los cajeros y cajeras de la gente dedicada a la limpieza de los transportistas y de tantas profesiones que respondieron por todos aquellos días y hoy se encuentran en la calle algunas de ellas solicitando una mejora de condiciones que no sé si como sociedad estamos queriendo escuchar, diría que no. Quien no reflexiona sobre sus errores está condenado a repetirlos.

¿A pesar de los cientos de muertos que se anunciaban durante la pandemia, si mirabas las redes sociales se veían canciones, películas y muchos mensajes positivos. ¿Esto era bueno por ser una vía de escape o era malo por esquivar el problema?

Creo que el exceso de recomendaciones de películas y series, de libros, de juegos, de receta y en general de cosas que hacer para llenar el tiempo fue un comportamiento sintomático nos muestra hasta qué punto nuestro psiquismo está labrado por el neoliberalismo, tallado de un modo ventajoso para las necesidades del sistema productivo y de la máquina del capital que nunca para:  necesitamos estar haciendo cosas constantemente, produciendo, sin dejar tiempo para el reposo, la reflexión o el aburrimiento, que ya decía Heidegger, uno de los más grandes filósofos del siglo 20, que es la forma de encararnos con la angustia de estar vivo, de hacer frente a nuestra realidad existencial, de sentir la libertad, de darnos cuenta de que nuestra vida es decisión, de que nuestra existencia se labra con nuestras decisión.

También la psicología señala que para poder desarrollar la imaginación es necesario que haya huecos, que haya paradas y que haya aburrimiento, pero tenemos la vida tan llena de trabajos, encargos, aficiones, cursos, deportes, citas… Estamos todo el día ocupados, desde los pequeños a los adultos, tal vez con la honrosa excepción de algunos adultos mayores. Y apenas nos queda tiempo para lo más importante, para simplemente vivir, nada más y nada menos. Creo que de eso fue muestra lo que ocurrió en aquellos días, y que el torrente de sugerencias era una manera de huir hacia adelante, sí, de no hacer frente a lo que estaba pasando, de llenar el tiempo… pero, sobre todo, de no romper con la inercia, con esa costumbre,  que le viene tan bien al sistema de producción, de no parar. Estamos hasta arriba, tenemos las agendas llenas, nos inflamos a ansiolíticos… y si me apuras muchos se sienten orgullosos. El sistema quiere justamente eso, que no paremos, que produzcamos más, que disfrutemos más, que tengamos más relaciones, más, más, más… que seamos más felices, eso también, y para eso están las toneladas de libros, las legiones de gurús y coach, el sinfín de cursos —¡ahora también en formato online! Puedes hablar con tu coach mientras estás en el water, así aprovechas mejor el tiempo—. A todo ese entramado, Edgar Cabanes y Eva Illouz lo han llamado Happycracia, el mercado de la felicidad, otra forma más de exigirnos ser superhéroes, negando la vulnerabilidad, negando la fragilidad, algo que en última instancia lleva incluso a negar a los demás, a olvidar que los necesitamos, y buscar soluciones individuales donde nos haría falta más comunidad. Para no seguir atrapadas en eso, en todo ese entramado, parar es importante, parar y pensar, parar y sentir, y todavía estamos a tiempo de hacerlo.

"La pandemia fue una prueba irrefutable de que vivimos en sociedades edadistas"
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