ENTREVISTA

José Manuel Abascal, un bronce para la historia

José Manuel Abascal, durante una competición de los Juegos Olímpicos
José Manuel Abascal, durante una competición de los Juegos Olímpicos

Hablar con José Manuel Abascal es hablar con la historia del olimpismo nacional. Su bronce en Los Ángeles supuso un hito para el deporte de este país, convirtiéndose en el primer atleta en colgarse un metal en pista, gracias a una carrera histórica en la que rompió todos los pronósticos y escribió para siempre su nombre en el olimpo de los deportistas españoles.

¿Cómo comenzó tu pasión por el atletismo?

Podía haber sido salto de altura o lanzamiento de disco pero necesitaban a uno para correr, que al final no es una prueba técnica

Fue casualmente. Estudiaba en el colegio de los Salesianos en Zaragoza porque tenía unos tíos allí, mis padres habían emigrado y con 15 años me tocó viajar allí. Como la mayoría de los niños, jugaba al fútbol y allí había un profesor, Jenaro Bujeda, que era un entusiasta del atletismo y tenía un grupito de tres o cuatro equipos escolares que llevaba a las competiciones. De repente un día veo a ese profesor dando vueltas por el campo de fútbol mirando y también fue un domingo a vernos jugar y al salir del partido me dice, “oye Abascal, podrías venir la próxima semana a una carrera de 3.000 metros, que se me ha lesionado uno del equipo y te he visto que eres el que más corres de todos”, y le dije que sí, que le echaba una mano aunque le avisé de que nunca había hecho atletismo. Allí me presenté el siguiente domingo, con botas desgastadas de fútbol medio rotas, pantalón corto. Me dejaron la camiseta del equipo de atletismo y una chaquetita en pleno enero en Zaragoza. Me dice que haga lo que pueda. Salgo y voy avanzando hasta situarme en la cabeza y a falta de una vuelta en la pista, en un sprint desesperado, gané la carrera a ciento y pico niños. El profesor se volvió loco, venga a celebrar y yo medio mareado porque nunca había hecho un esfuerzo así. Después me marché para casa y al día siguiente no podía casi ni andar. Al llegar al colegio este hombre había puesto en una lámina grande “Abascal gana el cros escolar y Salesianos primeros por equipos” y así empezó mi vida en el deporte.

Naciste en Alceda, ¿qué recuerdos tienes de tu infancia en Cantabria antes de mudarte a Zaragoza?

Pasado el tiempo me di cuenta de que sí que estaba entrenado para esa carrera porque mis primeros pasos fueron por las montañas del Pas. Aunque nací en Alceda, mis padres eran trashumantes y la gran parte del tiempo se pasaba en Vega de Pas y San Pedro del Romeral así que por aquellos caminos fui en mis primeros años.

Para ir a la escuela había que hacer cinco o seis kilómetros, había que llevar la leche, ir a buscar el agua… en Pas todo el mundo de la familia trabajaba, se esforzaba, caminaba y había actividad física constante y buena alimentación. Ese entrenamiento fue el que me hizo ganar esa carrera. Fueron años duros porque antes estábamos en la miseria, pero éramos felices y no pasábamos hambre.

¿Y por qué el medio fondo?

Porque me metieron ahí. Podía haber sido salto de altura o lanzamiento de disco pero necesitaban a uno para correr, que al final no es una prueba técnica. Y medio fondo porque gano en una de 3.000 y ya me acoplan ahí, fue casualidad.

¿En qué momento dijiste, “esto va a en serio, me puedo dedicar al atletismo”?

Aquella carrera no se me olvidará nunca. Al día siguiente tenía los dedos negros de las zapatillas, pero estaba contento porque había ganado

Ese mismo año, en 1973, este profesor me lleva a una carrera de pista de 2.000 metros para intentar puntuar para el equipo. Allí había que correr con clavos y yo seguía con mis botas de fútbol desgastadas, rotas y él contaba con cinco o seis pares para todos los que no teníamos, que éramos la mayoría, y nos las íbamos pasando. Cuando llego a la pista de la universitaria de Zaragoza me dice que le coja las zapatillas a Antonio que corría el 300 vallas. Me las coloco, corro el 2.000, gano también y hago una buena marca y así íbamos. Al poco tiempo la Federación manda una carta al colegio y dice que tengo la posibilidad de ir a una concentración nacional porque mi marca me sitúa entre los mejores de España. Desde ahí vamos a La Toja (Pontevedra) donde se hace cada año. Llegamos allí con una odisea de trenes de dos días, nos tratan muy bien y en las pruebas de 1.000 y 2.000 quedo segundo en las dos y allí mejoro mis marcas considerablemente. Al marchar un técnico cualificado se me acerca y me pregunta si me gustaría ir a un Centro de Alto Rendimiento y yo no sabía ni lo que era. Me explica que hay uno en Madrid y otro en Barcelona y me comentó que hablarían con mis padres y mi entrenador que seguía siendo el profesor. Ya en agosto llegó una carta y mis padres, que acababan de regresar de Holanda después de diez años, no me dejaban ir, pero este profesor se presentó en mi casa y les convenció. Entonces me voy a Barcelona porque me dicen que ahí hay un entrenador que es muy buen técnico y una bellísima persona y ahí comienzo otra de mis fases después de 20 horas en tren, de que me robasen las maletas, pero llego y ocho horas después encontré el centro. Era un niño de quince años que no había viajado más de un par de veces en su vida que se tuvo que abrir camino en solitario. Al principio lo pasé mal porque me sentía muy solo y me quería volver porque me veía perdido. Entonces llegó mi primera carrera y en la salida un catalán me dijo “oye eres el nuevo que ha venido de Cantabria y que está en el Centro, que sepas que aquí lo tienes muy mal porque ese chico de ahí lleva cinco años imbatido y no lo ha ganado nadie”. Yo iba con unas zapatillas que pesaban mucho y Javier Moracho, otro atleta que estuvo conmigo, también olímpico y Campeón de Europa, me dijo que me dejaba unas Adidas muy ligeras pero que me quedaban pequeñas, pero me daba igual y corrí con ellas. Fue una carrera dura, él tiraba, yo detrás, escapados del grupo y a falta de 300 metros le pegué un cambio y le gané la carrera. Al acabar me dijo, “chaval, esto no va a quedar así”. Aquella carrera no se me olvidará nunca. Al día siguiente tenía los dedos negros de las zapatillas, pero estaba contento porque había ganado ya a un nivel con gente que era buena.

¿Y a partir de aquí como continúas?

Fui mejorando, seguía ganando y empecé a ir a campeonatos internacionales juveniles y juniors. Hacía buenas marcas y con 18 años quedo campeón de Europa junior y a la semana bato el récord nacional absoluto en 1.500 metros, con 3.38. Me instalo en la élite nacional a pesar de tener solo 19 años a base de esfuerzo, entrenando mañana y tarde todos los días.

A continuación llegan tus primeros Juegos Olímpicos, en Moscú 80, ¿cómo vives la experiencia?

Me considero un pionero del atletismo porque rompí varios moldes

Llego con 21 años después de hacer la mínima, algo que fue un éxito. Por un puesto no paso a la final y aprendí una lección, me sirvió para coger experiencia y ver cómo son unos Juegos Olímpicos por dentro a pesar de ser una Olimpiada muy cerrada y hermética por el control que había de las autoridades y la seguridad brutal que había. Para ir desde fuera de la Villa hasta la habitación había seis controles. Al salir sabía que en la siguiente debía hacer algo más y mejorar por lo que en los cuatro años siguientes me dejé la vida para llegar en buenas condiciones. Fui al primer Mundial de la historia en Finlandia y quedé quinto. Entrené en altitud en sitios como México y encontré en los Picos de Europa un lugar extraordinario gracias a Jesús Bedoya, que vivía allí y que me enseñó Áliva, donde me concentré seis semanas y llegué a Los Ángeles en una forma excepcional, aunque siempre vas con miedo.

Y después llega Los Ángeles y el bronce, ¿cómo lo vives?

Gano mi primera eliminatoria, la segunda y me presento en la final, había cumplido mi sueño. Sabía que la medalla olímpica era muy difícil por los tres británicos. Había que hacerlo impresionante y que uno de ellos fallase un poco porque nadie en aquella época era capaz de ganarles salvo raras excepciones, pero a veces la fe mueve montañas. Yo estaba muy bien, me encontré muy bien en eliminatorias. Seguí mi táctica, tirando a muerte a falta de 600 metros, sin miedo y fue lo que me dio la medalla, la primera de la historia del atletismo español en pista.

El exatleta José Manuel Abascal
El exatleta José Manuel Abascal

¿Y cómo se vivió en España ese éxito?

Vuelvo para acá después de una rueda de prensa multitudinaria. Tras el vuelo nos avisan de que la prensa nos querrá hacer una foto al bajar del avión y veo pasar a los de baloncesto, a los de vela, piragüismo… y yo pensaba que a mí con el bronce no me harán ni la foto y todo lo contrario. Al bajar cierran el cordón de prensa y ya no éramos capaces de avanzar y ahí me cuentan. El propio Jesús Bedoya había fletado un autobús con la familia para traerme y al volver me recibieron en la Cafetería Picos de Europa, la gente de pie aplaudiendo… fue muy bonito. Después me voy a casa, mi familia emocionadísima y yo me voy a dormir reventado después del viaje y las emociones y al día siguiente mi madre me despierta y me avisa de que el salón está lleno de periodistas. Los principales medios de la época querían hacer reportajes y nos tuvimos que organizar y, de hecho, ese año la Unión de Periodistas Deportivos de España me nombró mejor deportista español del año.

A partir de ahí el medio fondo se hizo tradición en España, ¿se puede decir que fuiste el pionero?

Siempre lo he dicho, me considero un pionero del atletismo porque rompí varios moldes. El primero, conseguir una medalla olímpica. También fui el primer atleta español en llevar publicidad en el pecho con una empresa de Valencia, que llevaba también su stand allá donde participaba. Fui el primer atleta español en representar a Europa en una Copa del Mundo. Junto con José Luis González, otro corredor muy bueno de 1.500, rival mío con el que tuve roces incluso al estar en la misma prueba, gajes del oficio, pero que sirvió para que el atletismo español diese un cambio brutal en aquellos tiempos. Iba a cualquier estadio y estaba lleno, 6.000, 8.000, 10.000 espectadores… mucho para el atletismo. Cuando había enfrentamiento nuestro caché subía al doble o el triple.

¿Y cómo fue la recta final de tu carrera?

Allá donde competimos me siento identificado con el atletismo español porque suele haber buenos resultados en general, somos buenos competidores

Sigo durante años en la primera línea mundial, aunque me lesioné para los siguientes Juegos Olímpicos después de hacer la mínima, no pude asistir. Después fui el Director de la Maratón Olímpica en Barcelona y llevé la Bandera Olímpica junto a otros atletas y deportistas y decido retirarme cuando todavía competía a alto nivel cuatro o cinco años después de los Juegos Olímpicos. Al retirarme me hacen un homenaje en La Albericia y me llaman desde El País para invitar a las tres personas más importantes de mi carrera a estar en Cantabria. Entonces dije que invitasen a Jenaro Bujeda, mi primer entrenador en Salesianos. También invité a mi primer entrenador, Gregorio Rojo, una persona excepcional, para mí como mi segundo padre, a veces el primero. Un hombre que me ayudó mucho en la vida, no solo en el apartado técnico, que me aconsejaba en todo, y el tercero no tenía nada que ver con el atletismo. Como contaba antes, cuando fui a sacar el billete hacia Barcelona, me robaron las bolsas en Bilbao y un Guardia Civil se me acercó al verme llorando en un rincón. Movió cielo y tierra para localizar las bolsas, y lo acabaron haciendo ayudándome con todo. Por eso invité a ese capitán, que estaba jubilado en Málaga y que no pudo venir por problemas de salud. Tuve el final de carrera más dulce posible, en mi tierra, con mi gente y más de 10.000 espectadores en una reunión en la que pude dar las gracias.

¿Y ahora a qué dedica el día a día Abascal?

Después de retirarme hice una Escuela de Atletismo en Santander que vino a inaugurar el mismísimo Juan Antonio Samaranch, con el que tenía una gran amistad. Después de acudir a los Premios Príncipe de Asturias vino con su avión privado a Santander acompañado por el Príncipe Alberto. Se lo comentó al alcalde, de aquel momento, Manuel Huerta, y me decía que eso era imposible, que me lo había dicho para quedar bien y me hizo pedirle el compromiso por escrito. Ahí ya se lo creyó y me dijo que había que organizarlo bien porque vendrían autoridades. Entonces pedí al Presidente de Cantabria, Juan Hormaechea, el helicóptero para trasladarles hasta La Albericia cuando llegasen. Aquello fue increíble, la gente contentísima, e inauguramos la escuela de atletismo con 350 niños, un día que no olvidaré en la vida. Después tuve un pequeño problema por temas políticos y al poco tiempo me ficharon en Bezana, donde estuve 20 años dirigiendo el deporte como cargo de confianza. Al terminar ese periodo se juntan cinco partidos y deciden prescindir de ese cargo y me tengo que ir. Al enterarse de eso en Cataluña me ofrecen un puesto para quedarme y llevo una década allí y ahora estoy a punto de jubilarme.

Llegan los Juegos Olímpicos de París, ¿en qué momento se encuentra el atletismo español?

Está muy bien después del bache que se vivió hace unos años. Allá donde competimos me siento identificado con el atletismo español porque suele haber buenos resultados en general, somos buenos competidores y tenemos posibilidades de estar en finales. Las medallas cuestan pero si todo va bien la marcha, que nos está sacando de todos los baches, y alguna más como la de Ana Peleteiro y alguno del medio fondo como Mario García Romo o Asier Martínez en el 110 vallas podrían conseguirlo.

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