martes. 19.03.2024

Si hubo una persona que dignificó el nombre de Cantabria hasta coronarlo en el Olimpo del deporte mundial ese fue Seve. Mucho se ha escrito y se escribirá sobre la indispensabilidad de su figura para entender uno de los deportes más selectos del mundo: el golf.  Una disciplina que contaba con escasos 100.000 federados, menos de 200 campos y que suponía para muchos una brecha en la sociedad nacional. En suma, un deporte reservado para unos pocos que el cómputo general de la población consideraba inalcanzable pero cuya perspectiva cambió gracias al cántabro más universal y, en gran parte, a su labor en la Ryder de 1997.

Era una época en la que España buscaba héroes a los que aferrarse tras el fin de una era. Miguel Induráin acababa de anunciar su retirada, las viejas glorias de la ya inolvidable Barcelona ’92 se apagaban paulatinamente y las nuevas estrellas que iluminarían el firmamento deportivo patrio las dos décadas siguientes no levantaban más de dos palmos del suelo. Y ante este panorama de oscuridad se anunció la noticia más importante de la historia del golf hasta la fecha: la Ryder se celebraría por primera vez fuera de las Islas Británicas en año de sede europea, algo completamente inaudito para muchos puristas –especialmente ingleses–.

EE.UU. se presentó, una vez más –y ya iban 32–, considerándose y siendo considerados los favoritos. Sin embargo, muchas cosas habían cambiado desde que se permitiera participar a los jugadores de la Europa continental, allá por 1979 –gracias, dicho sea de paso, a la aparición del cántabro en el circuito profesional–. La competición comenzó a ser más ajustada y el Viejo Continente empezó a plantarle cara a los norteamericanos, que consideraban el torneo poco más que un paseo. No obstante, la elección de la sede convirtió a esta Ryder en la edición con más presión social y mediática de la historia, especialmente para los jugadores españoles y su capitán, Seve, anfitriones en unas instalaciones desconocidas para los del otro lado del Atlántico: Valderrama.

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Campo de Golf de Valderrama

La candidatura no fue sencilla, el propio Ballesteros prefería otro campo para albergar la competición, pero una vez anunciada la decisión final tanto equipo, como miembros del club, periodistas y todo aquel que dedicara su vida al desarrollo de este paraje de la Costa del Sol se volcó para probar que España era digna merecedora del papel tan importante que se le había encomendado.

El de Pedreña no escatimaría en gastos, obcecado en conseguir única y exclusivamente lo  mejor, y la primera prueba de ello llegaría durante la cena de gala previa a la inauguración de la competición. Era finales del milenio y, mientras que España lloraba el asesinato de Miguel Ángel Blanco –acaecido escasos dos meses antes–, el mundo bailaba al ritmo de una canción que representaba toda la alegría que el país mediterráneo no profesaba en aquel momento: La Macarena. Y claro, Seve hizo campaña y se llevó a Los del Río, que pusieron a todo el mundo a bailar una conga ante la atónita mirada de los estadounidenses que, acostumbrados al estricto protocolo británico, quedaron completamente fascinados ante tal explosión de color y alegría.

Sin embargo, la felicidad duraría poco, pues San Roque (Cádiz) se vio sobrepasado escasas horas después por una de las mayores tormentas que se recuerdan en la zona, la cual obligó a todo el equipo del campo a trabajar a destajo para achicar el agua acumulada en los búnkers e inmediaciones. Una situación que pasaría a convertirse en una de las anécdotas más recordadas por participantes y espectadores, así como la ya archiconocida visita de Michael Jordan, gran aficionado a este deporte, o la gran cantidad de fanáticas que arrastraba un joven Tiger Woods, que debutaba en el torneo.

Tiger Woods durante la Ryder de 1997. Foto: Real Club Valderrama.
Tiger Woods durante la Ryder de 1997. Foto: Real Club Valderrama.

Pero el gran protagonista de ese fin de semana no fue otro que Seve, la leyenda que contaba con cuatro Ryder en sus vitrinas como jugador y que quería retener en suelo español su primera como capitán. Y vaya si se esmeró por conseguirlo. Hizo frente a todas las adversidades posibles, a la élite de un deporte conformada principalmente por anglosajones que miraban por encima del hombro todo aquello que les sonara a continental o español y a una sociedad que no veía la importancia de volcarse en una disciplina reservada para unos pocos.

Fue él quien, sin golpear ni una sola bola, participó en todos y cada uno de los 14 puntos y medio que necesitó Europa para alzarse con el trofeo más codiciado del mundo del golf. Aquel que cambiaría la historia para siempre y abriría el camino, no solo para Europa continental como sede anfitriona, sino para aquella sociedad española que se fue haciendo un hueco en este deporte hasta acabar coronando 25 años después a otro número uno: Jon Rahm. Y todo gracias a un hombre de Pedreña que tuvo un sueño e hizo lo imposible por alcanzarlo. Y lo consiguió.

Seve y la Ryder de 1997
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