miércoles. 24.04.2024

POLVO, SUDOR Y GENTE

Toda la mugre, el polvo y la ruina de Alejandría me reciben apenas bajo del tren con origen El Cairo. La mahat (estación ferroviaria) Misr es una isla en medio  de un mar de toldos de mercadillo, en el que bulle un trajín mareante de gentes, objetos y radios a todo volumen. En busca de mi hotel transito por plazas con hermosos edificios,  impúdicamente abandonados a su derrumbe, y barrios suburbiales de bloques separados por espacios ínfimos y suelos sin pavimentar.

Es viernes, el día festivo musulmán. Al llegar al centro, una riada humana discurre por las calles bajo la última luz de la tarde. Los manteros de ropa y baratijas ya no solo invaden las aceras, se atreven incluso a ocupar la mitad del espacio asignado a los vehículos ¿Es esta la glamourosa Alejandría?

Noche de viernes y de manteros en la calzada | Foto: O.L
Noche de viernes y de manteros en la calzada | Foto: O.L

DISNEYEGYPT

Yo venía de otro Egipto: Pirámides que sobrecogen, pasillos sepulcrales cubiertos de pinturas alucinatorias, templos de una monumentalidad que conmociona. Uno camina por esa desmesura entre la  fascinación y la alegría de por fin haber llegado allí,  mientras se filtra la incómoda sospecha de no estar en la realidad, sino en un decorado de Disneyworld. Algo cuidadosamente preparado para justificar el coste y las expectativas de fascinación del viajero.

Luego, cruzando el país en tren, inaccesible desde mi ventanilla, veo un paisaje bíblico de casas de adobe y palmerales. Hombres con sucios turbantes y largas galabiyas y mujeres veladas sobre borricos, que vuelven de trabajar en los campos. Quinientos metros de verdor lujuriante a ambas orillas del gran río y en torno a sus canales. Más allá, la vacía inmensidad del desierto.

Empiezo a entender cómo,  mientras se nos muestra el magnífico cadáver de una civilización extinguida, se nos oculta cuidadosamente el verdadero Egipto, saturado de vitalidad y de miseria, de injusticias y de pasión por la vida.

Egipto tiene una brillante capa exterior para el turismo. Debajo esta  la verdadera, con su dura represión política y su desigualdad económica, que una multitud de agencias, intermediarios, políticos y cuerpos de seguridad se afanan en ocultar. Es cierto que sus piedras son espectaculares. Pero nuestro corazón no es de piedra.

PATÉTICOS GUIRIS SOÑADORES

Con esa excitación que da descubrir un lugar deseado, dejo mis cosas en el hotel y salgo a disfrutar de la cálida noche alejandrina. Las terrazas están atestadas. En los restaurantes la mayor parte de los clientes compra comida para llevar. Encargo un táper de kouchariye, un plato popular de arroz, verduras y garbanzos y, atraído por el rumor del Mediterráneo, me siento a cenarlo en el muro del  paseo marítimo, en el que un elegante  palmeral traza la larga curva  de la bahía.

Siento la fascinación de Alejandría. La emoción de que allí mismo, a unos pocos metros bajo el mar, yace el palacio en el que Cleopatra y Marco Antonio escuchaban este mismo rumor marino dos milenios atrás.

Sin embargo, a los propietarios de los puestos que venden chucherías, y a las escasas parejas que transitan indiferentes por el paseo marítimo, no parece impresionarles.

El paseo marítimo de Alejandría
El paseo marítimo de Alejandría | Foto: O.L

¿Soy un  guiri ñoño y soñador? Por un instante, he dado un paso en falso: estoy a punto de dejar de ser un turista.

BIG BANG FARAÓNICO

Creían los antiguos egipcios que el Universo surgió de una nada-todo a la que llamaban Nun. También, que la Tierra era Geb, un dios masculino  con el cuerpo cubierto de vegetación, siempre echado boca arriba en el suelo. Sobre él se arqueaba, apoyada  sobre pies y manos,  su hermana y amante Nut, desnuda y con la piel oscura y salpicada de las estrellas de la cúpula celeste, que representaba. Del amor de ambos nacieron todas las cosas.

Cada mañana, el barco-sol de Ra salía del sexo de Nut y cruzaba el cielo para volver al atardecer a entrar por su boca. Durante la noche, el sol recorría el Dwat, la región de los muertos y reino de Osiris, navegando a través del interior de Nut, antes de salir otra vez de su cuerpo con el nuevo día.

Una metáfora tan certera como poética del funcionamiento del mundo, que aún expresa la mentalidad egipcia. No importa que el islam haya sustituido a los viejos dioses. Aquí el espíritu es inseparable de la materia, y la ciencia del mito. En plena pandemia, casi nadie en Egipto llevaba mascarilla. Cuando se les preguntaba, respondían que el Islam era suficiente protección. Lo mismo podían haber dicho de Horus.

TENEMOS EL CADÁVER DE DIOS

Cuando  Alejandro Magno,  el fundador de Alejandría en 331 a. C., murió en Babilonia a los 33 años, sus generales olvidaron durante días el cadáver aún tendido en el lecho para negociar la partición del pastel del imperio.

Ptolomeo, uno de los más allegados y un lince para sus propios intereses, se adjudicó Egipto y fundó la dinastía de faraones griegos conocida por su nombre.

Desde Babilonia, el cuerpo momificado de Alejandro se transportó en una gigantesca carroza fúnebre, cubierta de oro y tirada por 64 mulos, para ser enterrado en Macedonia. A mitad de camino, Ptolomeo se presentó, secuestró el cortejo y se lo llevó a Alejandría.

Años atrás, los prestigiosos sacerdotes del oráculo de Siwa habían confirmado al macedonio que era hijo carnal de Zeus –ya su madre aseguraba que un rayo había entrado en su vagina justo antes de la boda– y no de su padre Filipo. De modo que Alejandría se convirtió en la única ciudad que atesoraba el cuerpo de un dios. Lo nunca visto.

La momia, dentro de un sarcófago de oro, fue visita obligada de turistas y famosos de la Antigüedad durante 700 años. Allí estuvieron Julio César y más de media docena más de emperadores. El patoso de Octavio Augusto le partió la nariz al intentar besarla –hay que tener valor– y, cuando llegó Calígula, se llevó como suvenir la coraza del difunto.

A lo largo de tres siglos, la dinastía farónica de los Ptolomeos convirtió a Alejandría en una ciudad brillante y cosmopolita, un puerto principal del Mediterráneo y un gran centro financiero.  Además, La ciudad albergaba la mayor concentración de sabios e intelectuales del mundo en torno a su famosa Biblioteca.

La rivalidad con Roma era inevitable, y el enfrentamiento no tardó en llegar. La superioridad militar del imperio  aplastó a la flota de Cleopatra  y Marco Antonio en el 31 A. de C. Y Egipto pasó a ser una provincia romana.

EGIPTO ES ESTO

En el barrio otomano de Anfushi encuentro un ahwa con pequeñas mesas y sillas desparramadas por la acera y me siento a tomar un café. Pregunto por la ubicación de la antigua isla de Pharos. Nadie sabe lo que es, y los parroquianos juegan a preguntarse entre ellos con cierta retranca. Por fin, traen a un estudiante que lo conoce y se ofrece a llevarme hasta allí.

Mohammed es muy joven, pero ya está casado y con un niño, aunque tiene que vivir en casa de sus padres. Se levanta a las 3 de la madrugada para trabajar en el mercado de pescado y así costearse el último curso de ingeniería, al que asiste por las tardes.

Una calle de los barrios populares
Una calle de los barrios populares  Foto: O.L

La isla de Pharos, sobre la que se asentaba aquella de las siete maravillas del mundo que dio nombre a esos edificios costeros, es hoy un espacio indiferenciado de la ciudad. El faro se derrumbó hace 700 años por un terremoto, y en su lugar se construyó una fortaleza mameluca en la que pueden distinguirse los  grandes bloques de granito rojo del edificio caído.

Mohammed no entiende mi entusiasmo. “En Alejandría”, explica, ya de retorno al café, mientras señala una plaza llena de mujeres con niños pequeños, “somos ya más de cinco millones de habitantes, y hay que ganarse la vida. Tenemos industria química, procesamos todo el algodón del país y contamos con un importante puerto. Esto no es como Luxor o Aswan, donde la gente puede vivir embobando a los turistas con humo de un pasado que no existe. Aquí las ruinas no nos interesan. Abre los ojos: Egipto es esto”.

COPTOS, EL EGIPTO CRISTIANO

“Nosotros, los coptos, somos los herederos del mundo faraónico”, me dice Makarius, un monje del monasterio de Anba Bishoy en Wadi Natrum, mientras a sus espaldas los fieles extienden los brazos y se abandonan sobre al catafalco de la tumba de un santo, en un gesto idéntico a los chiítas iraníes.

Wadi Natrum, a poco más de cien kilómetros de Alejandría, es un área desértica a la que, en el siglo III,  los inventores del monacato cristiano se retiraron del mundo. Los eremitas fueron luego agrupándose para formar monasterios que hoy son el alimento espiritual de la comunidad copta.

“La  lengua copta”, continua Makarius, “deriva de la del antiguo Egipto, al igual que nuestra música o el uso del incienso en la liturgia. Incluso la disposición de nuestras iglesias continúa la de los templos paganos. Cuando llegó el cristianismo, ya existía un sincretismo entre la religión egipcia y la grecorromana, y el nuevo mensaje mezcló sus símbolos con aquellas”.

Una visita al Museo Copto de El Cairo le da la razón.  En los tímpanos de las iglesias del siglo III figuran relieves de desnudas Afroditas, mientras el símbolo de la cruz cristiana –originario de aquí–  aparece junto al ankh, la cruz egipcia de la vida eterna. Ambos son tan semejantes en forma y significado que se especula que la cruz esté inspirada en aquel.

Interior del Monasterio Copto de Anba Bishoy | Foto: O.L
Interior del Monasterio Copto de Anba Bishoy | Foto: O.L

Los monasterios, construidos para sobrevivir a los ataques beduinos desde el siglo IV, son  fortalezas cuidadosamente restauradas que atesoran grandes riquezas artísticas. Y surge la pregunta de quién mantiene todo esto.

La respuesta parece estar en que los coptos representan casi un 15% de la población egipcia y, aunque están presentes en todas las clases sociales, siempre constituyeron una élite económica y política. Pero, desde hace décadas sufren una persecución creciente, multiplicada con la radicalización musulmana.

EL CAMINO MÁS CORTO PARA CONOCERSE A UNO MISMO DA LA VUELTA AL MUNDO

Vagabundeo por la ciudad hasta Kom el Shoqafa. Allí,  En 1892 un burro desapareció literalmente tragado por la tierra. Los asombrados testigos que se asomaron al agujero descubrieron una escalera de caracol que se adentraba 35m bajo tierra, desembocando en lo que resultó ser una tumba monumental de época romana.

Los relieves de sus sarcófagos describen un mundo de extrañas creencias, en el que  las divinidades egipcias se mezclan con las helenísticas. Los rostros romanos visten a la moda faraónica y Anubis, el dios-chacal del embalsamamiento aparece con ropas y armadura  de legionario mientras exhibe la cola de una entidad mitológica griega.

De allí  me dirijo hacia el Serapeion, el último refugio de los intelectuales y científicos  que las turbas de fanáticos cristianos asaltaron en el siglo V, uno de los episodios que señaló el final de la tolerancia pagana y la entrada en la Edad Media.

Es una travesía por calles polvorientas, suburbios cubiertos de basura y edificios desvencijados. Paso frente a mujeres con la cara cubierta que eluden mi mirada y  bordeo hatos de ovejas presenciando indiferentes –¿a quiénes me recuerdan?– el sacrificio, destripamiento y despellejamiento de sus congéneres.

En estos lugares en los que la pobreza ajena duele, sus sonrisas brillan como joyas. Cuando la vida es difícil, la conciencia de la propia vulnerabilidad une a la gente, y la belleza de la cooperación coexiste con la dignidad herida por la penuria. En los mercados y calles, en las familias vestidas con su única ropa para el día de fiesta hay una sencillez de aspiraciones y una fácil felicidad que quienes peinamos canas reconocemos de nuestra infancia.

Mujeres con la cara cubierta
Mujeres con la cara cubierta | Foto: O.L

Desde la insustancialidad, el descontento y el egoísmo destructivo de nuestras sociedades opulentas, tenemos mucho que aprender aquí. O, mejor dicho, que recordar.

Por fin encuentro el recinto del Serapeion. Apenas una colina de ruinas, unas esfinges y los subterráneos donde se almacenaba parte de los volúmenes de la Gran Biblioteca.

Al salir, me siento a descansar en un ahwa atiborrado de locales. Algunos de ellos, sobre todo jóvenes, se acercan a preguntarme cómo se vive en mi país. Qué les puedo, qué les debo contar. Escucho sus sueños, en esencia semejantes a los míos. Viajar para entender a quienes viven muy lejos es otra forma de entenderse a uno mismo.  Y cuanto más lejos se viaja, mas dentro de uno mismo se llega.

Niños junto el Sarepeion | Foto: O.L
Niños junto el Sarepeion | Foto: O.L

LA CARA SINIESTRA DE DISNEYLANDIA

El Egipto para el turismo pret-a-porter está formado por un corredor razonablemente seguro que discurre a lo largo del Nilo, con sus monumentos, y un área de resorts, junto al Mar Rojo, próximo a la indomable presencia terrorista de la península del Sinaí.

El resto es un territorio que fluctúa entre la tranquilidad y los atentados. Visitar lugares fuera del eje del Nilo precisa un permiso. Cada pocos kilómetros aparecen  controles policiales y militares, con tanquetas y efectivos armados hasta los dientes. El oficial examina los papeles del conductor, le pregunta origen y destino y, tras confirmar telefónicamente que ha pasado por el control anterior, da paso libre.

Funcionarios, turistas y, sobre todo cristianos coptos, son los objetivos de los grupos terroristas islámicos. Los coptos, asediados a veces hasta por sus vecinos y desprotegidos desde el poder, no responden a los ataques. Ante la pregunta de cómo se sienten, solo dan elusivas. En estos regímenes el que sabe calla. Y el que calla, sobrevive.

EL CANTO DEL CISNE

Después de la conquista árabe, Alejandría perdió su condición de capital de Egipto a favor de El Cairo. Le siguieron siglos de decadencia, que finalizaron en el siglo XIX con la llegada de Napoleón. Luego, bajo la tutela inglesa, una oleada  de emprendedores  griegos, turcos, judíos, italianos y de otros países mediterráneos restablecieron la importancia de su puerto y la riqueza de su comercio, llegando a conformar el 40% de la población de la ciudad. Fue una nueva edad de oro: poetas como Kavafis y novelistas como E.M. Forster o Durrell, con su famoso Cuarteto de Alejandría, llenaron de cosmopolitismo y  glamour literario la ciudad, visitada por toda clase de personalidades de la época, desde Somerset Maugham hasta Winston Churchill.

Alejandría | Foto: O.L
Alejandría | Foto: O.L

Muchos edificios construidos entonces se han derribado por pura ruina o para construir viviendas ante la imparable natalidad, pero aún es posible disfrutar de las cenizas de aquel fuego recorriendo el paseo marítimo conocido como la Corniche, saboreando la cultura local del café y la decoración original del Trianon, o el Sofiapoulos, y visitando edificios míticos como el Steigenbergen Cecil Hotel, desde una de cuyas suites operaba el servicio de inteligencia británico.

La llegada al poder en 1952, del coronel Nasser, con una actitud panarabista, prosoviética y  contraria al colonialismo, terminó con aquel mundo. Tras la nacionalización del canal de Suez, y conflictos con Francia e Inglaterra, el gobierno embargó las propiedades de los extranjeros, que tuvieron que emigrar. Egipto para los egipcios.

LA IMPAGABLE AUTENTICIDAD

Del faro solo quedan algunos bloques de granito rojo traídos por el Nilo desde Aswan  y algunas esculturas que cayeron al fondo del puerto. La gran biblioteca se fue quemando en sucesivas guerras y ataques de intolerancia, y la nueva se ha quedado en unas modestas buenas intenciones. El palacio de Cleopatra está devastado y hundido en medio de la bahía. Su tumba, así como la de Marco Antonio y la del propio Alejandro, muy probablemente perdidas para siempre. Las columnas y capiteles de la ciudad antigua fueron expoliados para la construcción de mezquitas y monumentos en el Cairo. Y, para colmo, la ciudad nueva se construyó tapando las ruinas de la antigua.

Así que Alejandría no figura en las visitas turísticas  o, si lo hace, es para pasar de puntillas. Aquí no se viene por la satisfacción de difundir selfies para envidias ajenas, como en el resto del país. Al igual  que los judíos que peregrinan al Muro de lo que fue su templo, a Alejandría se viene a llorar.

Alejandría
Alejandría | Foto: O.L

Pero, si pasado el berrinche comprendes, al contrario que los del muro, que te has puesto demasiado dramático, Alejandría te envolverá en su cálido aliento  de joven abuela venida a menos. Que lo supo y tuvo todo, pero no lo añora. Libre de cualquier adorno, ya solo puede darte lo que más vale y los demás perdieron: su autenticidad.

Alejandría, donde Egipto deja de ser Disneylandia
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